
Si la respuesta no está en lo colectivo, seguramente esté en lo individual. Xavi es el orden en los ataques, el que da y se da tiempo, el que conoce el único libreto que hoy en día puede interpretar el equipo. La batuta, ya algo vetusta, que indica cuándo toca cada instrumento. A cambio sin balón, su retorno es, usando un eufemismo, débil, lo cual se acentúa por el hecho de salir a la presión adelantada cuando la situación no lo aconseja. Iniesta es la eterna solución. Apoyo en salida, línea de pase o desborde individual. En transición defensiva tiene el mismo problema que Xavi: su espalda se vende barata y él la regala presionando en zonas donde sólo se debe presionar si el balón se ha perdido mejor de lo que lo viene perdiendo el Barça. Y Cesc, el tercero, en ataque es más disperso, a menudo redundante posicionalmente con los otros dos y bastante más impreciso. Pero es el único interior del Barça con el que el contrario se topa cuando ataca. De los tres es el que mejor selecciona cuándo salir y cuándo quedarse, y su mera presencia en la línea recta que dibujan los ataques rivales, una fortaleza, o una debilidad menos.
El Tata necesita a los tres porque entre los tres hacen dos. Renunciando a uno, la medular queda -más- coja. O se pierde el orden, o el único sostén defensivo o los interminables recursos de Andrés. Pero como que tres jugadores hagan dos, implica que falta uno, con marcador en contra Matino se ve obligado a jugar con once. Dependiendo del partido su elección varía. Xavi si se opta por abrir los ataques y agitarlos para que la mayor calidad culé pesque en río revuelto, Cesc si se sacrifica la red de seguridad atrás buscando que el ataque sostenga tensa la cuerda, e Iniesta si se decanta por mantener tanto la estructura defensiva como la ofensiva a cambio de perder el gesto diferencial, la ventaja individual. Tres decisiones distintas que suman al once un jugador. Pero las tres restan.
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