
Hasta llegar ahí, el partido se había desarrollado con la normalidad que cabría esperar de una semifinal de la Champions League. Con alternativas, cambios de guión e igualdad entre dos de los más grandes de Europa. Guardiola y su Bayern, castigado por las ausencias, era quien se guardaba la sorpresa, y ésta consistió en una defensa de tres que marcó el primer cuarto de hora de partido. Con una presión muy adelantada, hombre a hombre en campo rival, el conjunto visitante avivó un ritmo de partido superior al imaginado, y un escenario de ida y vuelta en el que no terminó de amenazar de forma concreta al tiempo que, atrás, parecía demasiado expuesto como para sobrevivir a la delantera de su adversario. Con Thiago a la derecha del mediocampo, Bernat en la izquierda y un Bastian Schweinsteiger muy adelantado cerrando la opción de pase hacia Sergio Busquets, tan cierto es que los alemanes ensuciaban una ya de por sí poco pulcra salida culé, como que aun así y a base de ataques más directos y verticales, el Barça olía el peligro muy de cerca prácticamente en cada transición. De forma muy individual porque ni Iniesta ni Busquets aparecían demasiado para pesar en un juego que apenas se detenía en su zona, y porque el Bayern lograba desactivar con acierto al pase diagonal de Messi que inicia tantas cosas en este Barça, pero igualmente intimidatorio.
Con Neymar desconectado por el cortafuegos que dirigía Xabi Alonso entre los dos flancos del ataque azulgrana, la principal amenaza azulgrana estuvo en un Luis Suárez, que emparejado hombre a hombre con Boateng le ganaba la partida física y futbolística. El carril derecho, por su parte, aunque aislado, funcionaba bien. Leo tenía cubierto el cambio de orientación y el envío profundo si no partía desde muy atrás, pero regateaba, juntaba y activaba la dinámica habitual en ataque de su costado. Rakitic, venido a más y muy a gusto en este tramo de partido, aparecía sin la pelota por banda compensando los movimientos del extremo y con ella en la frontal, mientras Dani Alves dominaba con autoridad su sector.
Tuvo que cambiar el partido Guardiola al cuarto de hora y reorganizarse con cuatro atrás, para dejar de encomendarse a su guardameta que ejerció de salvador buena parte del primer tiempo. Atento fuera del área y tirano reduciendo espacio al delantero, Neuer mantuvo dentro del partido a su equipo cuando más expuesto estuvo. Con la defensa de cuatro hombres -Rafinha pasó a la derecha y Bernat bajó hasta el lateral- no es que el conjunto alemán se pusiera a dominar, pero sí que se expuso menos, se estabilizó sin el balón y como consecuencia se serenó con él. Los duelos individuales, por lo general, seguían siendo perdedores, pero ahora disponían de un compañero libre para la cobertura, algo que se notó sobretodo en el centro con Benatia y Boateng. Con la pelota, poco a poco, la inercia marcó una línea ascendente, con Alonso dando salida, Lahm y Thiago ganando presencia y todo el equipo, en su conjunto, alargando ataques en campo rival. El peligro real, sin embargo, quedaba a expensas de un error o desajuste en el triángulo que formaban Jordi Alba, Mascherano y Busquets, tres piezas débiles defendiendo en las inmediaciones del área y que permitieron alguna recepción peligrosa en tres cuartos al Bayern.
La dinámica positiva de los de Guardiola se confirmó en el segundo tiempo, durante los compases iniciales del cual probablemente vivió su fase de mayor comodidad. El Barça, que continuaba acelerado, impreciso y aparentemente ansioso en la definición, no lograba ese punto de calma en campo rival que venía mostrando las últimas semanas y que, como se comprobó después, le habría allanado mucho el camino para castigar a un adversario que ya había templado el ritmo. El Bayern, aunque merodeaba la mediapunta a la espera de un anzuelo mal picado por parte de algún culé -Lewandowski, tirado a la izquierda, se llevaba con él a Piqué y lo alejaba de la corrección-, había acercado a Thiago, Lahm, Bastian y Xabi con la intención de usurparle cuota de balón al Barça, ganar en confianza con ella y reforzarse desde la posesión ante el peligro de la contra de su adversario. Neymar, poco participativo durante el primer tiempo, también sumó presencia tras la reanudación, asociándose con Jordi Alba, Ineista y Suárez, apareciendo por dentro y regateando en banda. El brasileño estaba siendo el delantero más activo de la segunda mitad y el artífice de que la balanza volviera a decantarse dentro de la igualdad reinante, hasta que Dani Alves robó sobre la salida de Bernat, entregó el balón a quien más le quiere y con eso le bastó a Messi para hacer estallar el partido.
El impacto anímico sobre el encuentro del primer gol de Leo fue definitivo. Castigando un error aislado y batiendo por su palo al héroe rival, alteró los nervios de su oponente y templó el juego de su equipo. A partir de entonces, la aceleración excesiva que por momentos había estorbado en la forma de atacar del Barça, se volvió confianza y entereza. Emergieron Iniesta y Busquets para sumarse a Alves en el centro del campo, y el juego culé fluyó al tiempo que el del Bayern languidecía, apocado ante la verdadera dimensión del diez local. El segundo gol del argentino fue el resultado de ambas curvas, y nada de lo que pudiesen hacer los entrenadores lo habría cambiado. Aquello pertenecía a algo mucho más íntimo, a algo dentro de cada uno de los 22 jugadores. Al Bayern solo le quedaba el tiempo, que es justo lo que necesitó Messi para darle a Neymar el tercero. El brasileño se lo agradeció. Como, en el fondo, hacemos todos.
