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Archivo L.E.

Luis Enrique se ha proclamado campeón de Liga en su primera temporada dirigiendo al primer equipo del Barça.

Si hay un tema recurrente en el arte de las últimas décadas, éste es el del archivo. El fenómeno tiene como trampolín la confluencia, por un lado, de los avances técnicos que han desplazado hacia el infinito la capacidad de reproductividad de las obras, y por el otro, la línea cada vez más difusa entre lo que se considera un objeto artístico y lo que no. Con el medio fotográfico y su efecto multiplicador cada vez más accesible, y presentes los ecos dadaístas y de La Fuente de Marcel Duchamp, la autoridad del creador y de la obra se desvanecen. No son pocos -de hecho son muchos- los que se han preguntado por el papel a desarrollar por el artista en este contexto. Sobre el sentido de crear nuevas imágenes en un entorno y un momento que las produce en cantidades inabarcables,  y sobre si el lugar del artista no debería ser ahora, justamente, el de trabajar con esa amalgama de imágenes que han creado otros. ¿Qué sentido tiene hoy tomar una fotografía de la puesta de sol si «ya se han tomado todas»? Algo así se preguntó la fotógrafa Penelope Umbrico tras una simple búsqueda en Flickr de la palabra sunset que a día de hoy arroja varios millones de resultados.

Explorando la noción de archivo se mueve también el aracenense Pedro G. Romero, uno de los artistas españoles más interesantes, alrededor de su Archivo F.X., un trabajo monumental de recopilación de imágenes y documentos de la furia iconoclasta y la destrucción de imágenes en España entre 1845 y 1945, que desarrolla desde finales de los noventa. Archivo F.X., sin embargo, no es sólo un compendio de testimonios visuales o escritos que sirve para poner de relieve el poder que otorgamos a las imágenes más allá de ellas mismas y el valor que se les da también al pretender su destrucción, como si con ello invocáramos una destrucción que las trasciende, sino que la singularidad del trabajo de G. Romero tiene un segundo estadio en el que estos ejemplos de la iconoclasia se presentan en alianza con artistas, obras o puntos de inflexion de la historia del arte moderno. Se trata de una forma de conexión distinta que permite releerlas desde otro punto de vista y que parece reclamar para ellas el mismo potencial de emancipación y posibilidad que el de los episodios con que se las vincula. Como si unas y otras, frente a frente y de la mano, reivindicaran que un acto de destrucción puede serlo también de creación.

A una conclusión parecida podría llegarse tras analizar el periplo de Luis Enrique en su primera temporada sentado en el banquillo del F.C.Barcelona. El propósito del asturiano, desde el primer día, ha sido una propuesta de necesaria ruptura que irrigara de arriba a abajo el proyecto deportivo de la primera plantilla. Marcar un cortafuegos, una frontera clara y visible con un ciclo anterior ya agotado. El que inició Guardiola, heredó Tito Vilanova y a su manera quiso alargar también el Tata Martino. Una ruptura con unas formas de hacer y una insistencia, que el tiempo había vuelto en contra. Las herramientas para llevarlas a cabo ya no eran las mismas, y las que sí lo eran no funcionaban igual. Sin Puyol, Abidal, Valdés, Villa, Keita o Henry, y con unos Xavi, Iniesta, Alves y Messi distintos, era momento de dejar de buscar la réplica, y con Luis Enrique desde el inicio ha sido así. De entrada y como carta de presentación, cambió el dibujo, para lo cual contar en plantilla con tres atacantes de las posibilidades de Messi, Neymar y el fichaje estrella Luis Suárez era la excusa perfecta. Con el fin de enfocar a los tres por dentro, pues ninguno obedece a un rol de banda, Lucho organizó a los suyos según un 1-4-3-1-2 durante buena parte de la primera vuelta. Messi era mediapunta con dos hombres centrados por delante suyo, y ambos laterales jugaban muy arriba para abrir por fuera el campo.

Más allá de que la propuesta no progresara y con el tiempo se retornara a un dibujo más conocido y reconocido por el Camp Nou, el reseteo sirvió para un inicio impoluto en cuanto a puntuación y para reenganchar a Leo Messi al juego. Alejado de un papel centrado únicamente en la definición, su proximidad en la media y la ausencia de relevos en el liderazgo de esta línea le hicieron faro y origen de buena parte de los mecanismos. Argumento y rescatador. Actor principal del juego y no solo del gol, con una gran presencia en todo lo que acontecía antes del remate final. El plan, voraz y contundente contra adversarios de dificultad media, eso sí, daba la impresión de poder quedarse corto contra los mejores, y algo no muy distinto debió pensar Luis Enrique cuando para visitar el Santiago Bernabéu desandó lo andado. Con Xavi de vuelta al once y un giro colectivo hacia lo de temporadas pasadas, el Barça no pudo evitar caer en suelo blanco e inaugurar con la derrota un periodo de dudas e indefinición que se prolongó hasta comienzos de 2015. El traspiés en el clásico, que se unía al sufrido en París contra el otro rival de entidad al que se había medido el nuevo Barça, hacían presagiar que lo intentado no tendría gran recorrido en las grandes plazas.

La alternativa tardó en llegar, con el Atlético de Madrid como premonitorio adversario. Por el camino, la marcha atrás fue afectando a los laterales -que perdieron su peso especifico arriba y pasaron a contenerse más-, los interiores -que sin espalda del lateral en la que apostarse parecieron quedarse sin rol definido- y hasta a una tripleta atacante que ya contaba con Luis Suárez y que cuando se juntó vio como también se caía esa idea de acercarlos a los tres por dentro. En el punto más bajo de la temporada fue precisamente sobre la destrucción, como posibilidad, que se levantó la recuperación. Tácticamente resultó clave el definitivo acercamiento a banda derecha de Leo Messi y el equivalente de Neymar en la otra orilla, pero la chispa la encendió el vacío, ese insistente trabajo de desmenuzamiento de su entrenador que llenando de escombros el ataque había quitado de en medio todos los obstáculos a los tres cracks del equipo. Eran libres para entenderse sin apenas barrera posicional que los constriñera, desde una suma de talentos bien puede decirse que inigualable. Casi sin intrusos, pues salvo Jordi Alba en izquierda para aprovechar la diagonal ronaldinhesca de Leo y alguna vez Rakitic apareciendo, nadie más les ensuciaba el lienzo. Solo ellos tres: Messi, Neymar y Luis Suárez. Y alrededor el resto, dispuesto por Luis Enrique para darle forma al conjunto.

Primero con los extremos más obedientemente abiertos y progresivamente fluyendo en avalancha y sin cadenas, el resto de piezas ha ido tomando asiento en función de su forma de actuar. Rakitic ha crecido compensando a Leo en banda, toda vez Dani Alves permanece sujeto y haciendo valer una posición más interiorizada para ser pieza fundamental en ambas transiciones y en un ataque posicional que también ha ganado peso; Busquets, con la mejora del equipo en campo rival, ha vuelto a parecer el de sus mejores años, rápido y preciso haciendo circular el balón y cercano a la zona de recuperación; Piqué, al que el nuevo rol de Alves ha aliviado por no tener que vencerse a banda, ha firmado una temporada para enmarcar; los porteros funcionan y tanto Jordi Alba como Mascherano encajan para sumar. Además, desde que el himno de la Champions volvió a sonar ya en fase de eliminatorias, se percibió en el Barça de Luis Enrique la voluntad de que el mediocampo hiciese reposar más el juego con Iniesta a la cabeza, lo cual podría abrir nuevos horizontes sobre el devenir del proyecto. Un armazón -si se quiere algo rudimentario, pero armazón al fin y al cabo- que los tres de arriba no necesitan más que tocar de puntillas, hasta parecer a veces que son sus pies los que tiran de él hacia arriba para que no se hunda.

A fin de cuentas, es el año y el proyecto de Messi, Neymar y Suárez. De la feliz delantera a la que su entrenador se ha atrevido a darle más de lo que ha tenido ninguna otra. Le ha dado la nada, y eso en el Camp Nou hace un cuarto de siglo que no se contempla. La nada para improvisar, para ir donde quieran y hacer cuanto puedan imaginar. Para empezar en una banda y terminar en la contraria, teniendo espacio para intentarlo solos, para juntarse de a dos o de alargar buscando al tercero. Siendo suma, complemento e individualidad. Sin rutas establecidas de antemano para ninguno de los tres y un equipo, detrás, dispuesto a seguirles sin perderse. Solo el vacío, la libertad y la posibilidad de empezarlo todo de nuevo.

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