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El gol de Pedro y la Supercopa que pintó Dalí

Messi celebrando con Pedro el gol de la victoria en la Supercopa ante el Sevilla.

Messi celebrando con Pedro el gol de la victoria en la Supercopa ante el Sevilla.Es una lástima que por ciertos abusos en su uso, el significado del adjetivo «surrealista» haya perdido parte de sus matices, porque de mantenerse virgen, nos vendría de perlas para hablar de la Supercopa disputada entre Barça y Sevilla. Originalmente, surrealista no es un sinónimo exacto de extraño o de raro; en realidad es un raro que no sorprende, o mejor dicho, una normalidad diferente y alternativa. Sucesos que desconcertarían en un contexto corriente, pero que inscritos en uno distinto y singular, pasarían por comunes siguiendo su propia lógica. El ejemplo más fácil es el del sueño, donde uno puede llevarse a su abuela a Berlín para que compre el periódico mientras tira galletas al suelo, y parecerle lo más normal del mundo. Recordado esto y sabiendo que el fútbol de clubs a once de agosto no es normal, sino el fútbol normal a once de agosto, hablemos de la Supercopa.

Tanto catalanes como andaluces partían con bajas notables en sus filas. Neymar, Jordi Alba, Pareja o Carriço dejaban por cubrir flancos clave en la batalla, como la zona de recepción del pase diagonal de Messi o la defensa del área sevillista. A lo primero Luis Enrique respondió con el esperado Mathieu y un no tan esperado Rafinha, no porque al brasileño la delantera le sea extraña sino porque el perfil respecto a su compatriota es muy diferente. El 12 culé, de hecho, no fue Neymar ni se pretendió que lo fuera, sino que buscó mucho la frontal y muy poco la ruptura, integrando en ataque, durante los primeros compases, una línea de tres bastante cerrada junto a Luis Suárez y Rakitic. El croata, como buena parte de la temporada pasada, ocupó poco la zona del interior con la pelota en poder de su equipo, y avanzó hacia las inmediaciones del área propulsado por Alves y Messi. De inicio, el lateral fue de los dos el que más cerca se situó de Busquets, ejerciendo como su nuevo dorsal le indica, mientras Leo mantenía abierta su posición hasta recibir el cuero.

Por su parte, Unai hizo frente a la falta de centrales naturales retrasando la posición de Krychowiak, que se propuso custodiar la meta de Beto junto al recién incorporado Rami. Con Gameiro en punta, Vitolo en banda izquierda y un Reyes que sin Alba podría respirar mejor en la derecha, la mediapunta recayó en Iborra, un hecho que se alió con la reubicación de Krycha para dibujar una de las situaciones que marcaron el inicio del encuentro. No tanto porque el bigardo valenciano lograra bajar el balón y cederlo de cara a Krohn-Dehli o Banega para que estos activaran en ventaja las carreras al espacio de Gameiro, Vitolo y Reyes -sobre todo de los dos primeros- como seguramente esperaba su entrenador, sino porque dispuso en el doble pivote una pareja con poco músculo defensivo, que unida a dos de esas normalidades en estas fechas que comentábamos antes, como la lógica aclimatación de los nuevos y el engrasamiento de los antiguos, dejó lista en el alféizar la tarta para Messi. Y el argentino, que tan pronto aborda a caperucita como hinca el diente a la casa de chocolate, se empachó. Detectada la debilidad, cada recepción abierta de Leo fue al encuentro de la pareja de mediocentros, ya fuera en conducción o combinando con un Dani Alves que no ha perdido el duende. Le fue muy fácil, y además contó con la colaboración de Luis Suárez fijándole al central más próximo -Krychowiak- para que no pudiera llegar a la cobertura. Al uruguayo incluso le sobró brío para explotar directamente, también él, la fuga que el Sevilla no era capaz de taponar. En realidad, menos Mathieu que corría por fuera, lo hicieron todos.

Tras el 4-1 de Suárez que era prácticamente la sentencia, el Sevilla se fue arriba al mismo tiempo que sucedía otra de esas cosas que a estas alturas son normales: Messi se cansó, porque en banda tiene más desgaste que por dentro, y buscó refugio en el carril central. Ocurre que la transición defensiva del Barça de Luis Enrique no ha encontrado una fórmula solvente ante esta variación, pues no solo pierde la pelota de forma menos controlada y ventajosa para lanzarse a la presión, sino que además prescinde de Alves como tapón junto a Busquets por detrás de la pelota, ya que se le requiere ocupando el carril. Así pues, el Sevilla empujaba y los culés iban sin cinturón de seguridad. El vuelco desembocó en una ofensiva nervionense especialmente fértil por su banda izquierda, primero con Vitolo y después con Konoplyanka, que estiraba a la zaga azulgrana hacia donde menos le gusta: la esquina derecha de su defensa. Llegando hasta ahí el rival, a Piqué se le lanza el anzuelo para acudir a banda y abandonar sus dominios que son el área, y ni Mascherano ni Mathieu estuvieron muy inspirados reemplazándole.

Asumido que su defensa en campo propio no es muy capaz, y menos cuando Piqué debe bajarse de la torre de control, el Barça de la temporada pasada tenía dos formas de responder. Una pasaba por la entrada al campo de un Xavi que ya no tiene para serenar el encuentro y esconder balón, la otra por aprovechar los metros que regalaba el rival para matar corriendo a la contra. Pero cruzado el umbral de la hora de partido ya no quedaban piernas ni energía, algo extraño en febrero pero la mar de normal la primera quincena de agosto atendiendo a los tempos de la preparación culé. Sí quedaba un cambio, el de Pedro. Y qué bonito fue. Entró como en aquella Supercopa en que dejó de ser Pedrito, puso a todo el mundo en su lugar (el Barça estaba jugando con Mascherano y Busquets en el doble pivote, Sergi Roberto en la izquierda, Rakitic en la derecha y Messi por detrás de Suárez), y como entonces y otras veces señaladas, cuando los brazos de los demás empezaban a caerse, cuando el despertador estaba a punto de sonar, marcó el que puede ser su último gol de azulgrana. También en los cuadros de Dalí había quien levantaba la piel del agua para ver a un perro que duerme a la sombra del mar. Curiosamente, lo hizo el más normal de todos.

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