
Aquel mediocampo que relegaría a Touré Yaya, desplazaría a Mascherano y expulsaría a Seydou Keita, era un hábitat hostil para todo aquel que osara adentrarse en él sin zapatos de cristal. Roberto no los tenía, era, en este sentido, más terrenal, lo cual no le restringía el acceso a ningún gesto técnico concreto pero sí que le hacía necesitar más metros o más tiempo para llevarlo a cabo. Un espacio y un tiempo que entonces no había porque no se necesitaba. Por eso, precisamente, cayó de pie y contra pronóstico en la demarcación de pivote, porque a la lectura y sapiencia del sistema que llevaba de serie por proceder de donde procede, incorporaba un poco más de desahogo. Quizá por eso entrevió en él Luis Enrique una opción para el lateral derecho en lo que Aleix Vidal esperaba para cubrir la vacante de Montoya. Sergi tenía el recorrido y la interpretación de los espacios que le habían definido como interior en las categorías inferiores, y además su trayectoria en mediocampo casaba muy bien con el rol que desde el lateral había estado desarrollando Dani Alves desde hacía meses. Otra vez con espacios por venir desde más atrás, sin embargo la función que le encomendó el técnico tuvo más que ver con la profundidad que con la administración del cuero. Sergi subía, subía mucho y en el momento justo, y una vez arriba mostraba que sabía elegir la opción más adecuada. Interpretación y sentido en el juego nunca le había faltado. A la espera de comprobar su respuesta defensiva a una demarcación desconocida, el Barça había ganado una nueva pieza y el jugador un clavo en el que agarrarse. Su rendimiento y confianza con aquello se dispararon de tal modo que fue difícil hablar de ellos por separado. Como si otra vez el nivel mostrado por el canterano no pudiera librarse de la coma y el pero.
Una coma y un pero que se agrandaron en la Supercopa a la hora de pensar en un posible retorno a la posición de interior. Si la barrera que se lo impedía era la cumbre técnica a la que obligaba el anterior ciclo por tener que desenvolverse en espacios tan reducidos, en el renovado Barça de Luis Enrique, en el que se corre más y el viento circula sin que lo detengan, aquel interior que un día se adivinó sobre el césped del Miniestadi debería poder rendir mejor. No tuvo mucha suerte en este sentido el curso pasado el jugador, pues en un mediocampo que distingue a un interior enfocado a la pelota y a otro trabajando el espacio, o bien le tocó ser lo primero o bien desarrollar lo segundo sin las dos piezas que dan sentido al rol. Resumiendo: o actuó de Iniesta o hizo de Rakitic sin la sociedad Alves-Messi en la banda derecha del sistema. En onces, además, algo desnaturalizados ya que lo habitual es que sus paridos con más minutos fueran, también por lógica, aquellos en que el Barça más rotaba. Un escenario opuesto al que disfruta esta temporada, en la que siendo interior ha coincidido o bien con el Neymar más epicentro, o bien con Alves y Leo en el mismo carril, o bien ejerciendo de cuarto centrocampista encargado de hacer la superioridad. Y de este modo, la demarcación para la que pareció proscrito pero que en realidad era la suya, le ha vuelto a pertenecer. Porque lo que está haciendo Sergi Roberto, sus acciones, gestos y movimientos, su lectura de los espacios o su comprensión del juego, no son cosas ajenas al repertorio de un futbolista desde hace tiempo conocido. Quizá, en todo caso, son cosas que se pensaba que no iba a poder hacer de nuevo.
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