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Neymar y Luis Suárez por Xavi

El de Neymar no era un fichaje más. Ni por el potencial que se le sabía al brasileño, ni por el lugar que le aguardaba en el devenir histórico de su era, ni por el club y el momento en el que iba a aterrizar. Lo hacía tras el Barça de Guardiola, el de Xavi, Iniesta, Messi y Busquets. El de la no-pérdida. El que desde una fórmula irreal hasta entonces había cosechado más triunfos que nadie y había elevado una idea como símbolo totémico del éxito. Una anomalía histórica que desde la tiranía de la posesión y la ambición del control total, era capaz de hallar tanto desequilibrio arriba como el que más. Tomando la literalidad que no quiso darle Cruyff a aquello de «si tu tienes el balón, el otro no lo tiene«, esquivó la verdad hasta entonces absoluta de que para llevar el peligro sobre el arco contrario en algún momento se tiene que arriesgar, exponer el balón, atreverse a perderlo. No por nada son los delanteros, los hombres que por norma general más calidad atesoran en los pies, los que conviven con las estadísticas más altas de balones perdidos. Donde no hay espacio ni tiempo, hasta los mejores se asoman al precipicio.

Que la irrealidad de aquella idea pudiera, en efecto, llevarse a la práctica, tuvo que ver con un entrenador de ideario radical y la conjunción de varias piezas irrepetibles. En lo referido al discurso futbolístico, una por encima de todas: Xavi Hernández. Por eso a medida que el de Terrassa empezaba a desfallecer, el F.C.Barcelona se dirigía inexorablemente hacia un cambio de pagina que no fue sencillo realizar. Quien más quien menos todos lo tuvieron claro, desde el mismo Pep Guardiola cuando quitó el candado pasando a un 3-4-3 que abriera espacios y acelerada el tiempo, a un Tito Vilanova que, mientras pudo, trabajó en el relevo hacia un Cesc Fàbregas más dado al vértigo. Pero dejar a un lado lo conocido cuando lo conocido es lo mejor que has tenido no es nada fácil. A cada golpe recibido a lo largo de la nueva senda emprendida, la tentación de volver hacia atrás se agigantaba, y durante temporada y media estuvo el equipo instalado en esta disyuntiva, aunque cada vez más luces le alumbraran el camino más oscuro. La más brillante de todas, un Neymar convertido en esperanza de futuro que necesitaba del Barça esa ruptura con su pasado inmediato y que, al mismo tiempo, era una de las dos llaves que se la iban a permitir realizar.

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Cuando se anunció que el Camp Nou sería su nueva casa, titulamos el artículo donde hablar de su fichaje con un Asumir la pérdida que introducía lo que después en el texto se trataría de exponer: el mejor Neymar no era compatible con una versión purista del Xavismo, ni ésta posible con el fútbol del ex del Santos fluyendo con naturalidad. «A diferencia de este Barça, a Neymar no le incomoda la pérdida. Se expone a ella. Asume el riesgo y que este riesgo lleva consigo consecuencias (…) Pocos centrocampistas en la historia han dominado como el de Terrassa, y Xavi es la no-pérdida. Se habla mucho de la convivencia futbolística de Neymar con Messi, pero seguramente la mayor incompatibilidad del brasileño sea con Xavi«, escribíamos entonces, porque la desbordante creatividad e inventiva de Ney en el frente de ataque requería poder contemplar el error como opción. Algo que aquel ciclo con síntomas de agotamiento necesitaba y para lo cual el desembarco del brasileño suponía una excelente oportunidad. Asumir la pérdida, sin embargo, significaba asumir tanto una nueva fórmula de ataque como una respuesta defensiva distinta. Si los ataques serían más rápidos, con un grado mayor de verticalidad y contendrían más intentos, haciendo buena la sentencia de Guardiola según la cual «el balón, cuanto más rápido va, más rápido vuelve«, el desarrollo tras pérdida debería ser otro al que se ejecutaba cuando los ataques alargaban el tiempo y la cadena de pases aguardando solamente la ocasión perfecta. El cambio no lo podía hacer Neymar solo.

La senda de la ruptura -casi- sin retorno la emprendió el Barça con la llegada de Luis Enrique a su banquillo y dos decisiones asociadas a su fichaje que terminaron por encajar las piezas de un puzzle todavía desordenado. Por un lado la temporada supuso la definitiva disminución del protagonismo de Xavi, quien finalmente encontró un espacio como recurso de banquillo pero que por momentos pasó a tener un papel testimonial, y por el otro aquel fue el verano de la impactante incorporación de Luis Suárez, robado a la Premier para convertirse en el nueve que juntara a Messi con Neymar. La coincidencia de los tres factores terminó dando forma al relevo, y la suma del punta uruguayo se encargaría de aportar la parte del plan que quedaba fuera del alcance de Ney. El brasileño simbolizaría el aumento del ritmo, la sacudida y la multiplicación del riesgo, y Suárez encarnaría el dominio necesario de la segunda jugada y del rechace para que la nueva idea pudiera sobrevivir sin excesivo sobresalto. Si se iba a perder más la pelota, también era necesario recuperarla más. Que cada pérdida se convirtiera, al mismo tiempo, en una nueva oportunidad. Un arriesgar sin riesgo, gracias a la hiperactividad del ex del Liverpool, en el que cada rebote termina siendo culé y una renovada posibilidad para generar peligro y encontrar el gol. Sin que aumentar el número de ataques y restarles a éstos tiempo, implique comprometer la transición. Una nueva y distinta forma de hacer lo mismo.

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