«Juega como si nunca pudieras cometer un error, pero no te sorprendas cuando lo hagas» es una frase, atribuida unas veces a Johan Cruyff y otras a Bill Shankly, que reza sobre otra época. Sobre el fútbol anterior a Leo Messi. Probablemente, también, sobre el que vendrá después. Uno en el que jugar significaba intercambiar errores y la victoria era el saldo final. El recuento de cuántos era capaz de aprovechar cada uno de los equipos. La medida de su eficacia castigadora. Ante Messi eso ya no existe, porque al error de uno no le sigue el suyo. Cada fallo es castigado, cada resbalón cobrado y cada milímetro que se separe de la perfección, una puerta abierta para hacer grande y desgarrar la herida. Guardiola, que lo disfrutó teniéndolo a su lado, que se sirvió de ello para atacar sin arriesgar, lo sufrió anoche igual que hace dos temporadas. Entonces, tras casi 80 minutos de pulcra actuación manteniendo alejado el fatal desenlace, una mala entrega de Bernat llegada a pies de Leo lo dinamitó todo. ¿Qué no iba a hacer el argentino, esta vez, con un partido con tantos errores como el que disputaron Barça y Manchester City?
Consciente de que su Manchester City, tierno y en construcción, no se encontraba en disposición de anular con continuidad a la MSN -y en concreto a Messi- si el partido se desarrollaba en la mitad de campo más cercana a la portería de Claudio Bravo, Guardiola se propuso desde el inicio que el partido se jugase en la contraria. Diseñó para ello una presión adelantada tan pronunciada como arriesgada, en la que ambos interiores -ayer Silva y Gündogan- ascendían hasta emparejarse con Busquets y uno de los dos centrales del Barça. Al otro lo encimaba el punta De Bruyne. Por detrás de ellos tres, para acompañar a un Fernandinho que estuvo expuesto pero que dada la función de sus interiores lo podría haber estado más, la basculación hacia el centro del extremo del lado débil -es decir, Nolito si el Barça salía por la banda de Sterling, y el inglés si lo hacía por el lado contrario- vestía con un segundo hombre la zona central. El tercero, según transcurría la jugada, podía ser un Stones muy anticipante ante cualquier desmarque de apoyo de Suárez y que cedía la gestión de la espalda a un exuberante Otamendi.
De este modo logró el City que hasta el 1-0 la mayor parte del juego tuviera lugar en el tercio de campo más próximo al área azulgrana. Lejos de una MSN que, sin embargo, cada vez que podía llegarle el cuero lo teñía de peligro. Neymar, más activo, y Messi, más determinante, abanderaron los acercamientos locales y la sensación de que por incómodo que pudiera verse a su equipo, por lejos de la portería de Bravo que pudiera estar el balón, el gol y el destino del partido les pertenecía a ellos. Y ciertamente el conjunto de Luis Enrique no estuvo cómodo. Poco acostumbrado a que el rival mueva el balón en su campo, y menos todavía a que lo haga de la forma como lo hizo el Manchester City, abrió rendijas en un sistema defensivo exigido por la movilidad de De Bruyne. Las hubo a ambos lados del campo, pues en la mitad citizen bastaban un apoyo de Busquets o Iniesta a alguno de los integrantes de la MSN para desencadenar la acción de peligro. Tanta imprecisión defensiva por ambos bandos requirió la comparecencia de los dos guardametas, protagonistas, el culé durante todo el partido y Bravo en la primera mitad, de acciones y actitudes determinantes en la suerte de sus respectivos equipos.
Castigado ya por Messi el resbalón de Fernandinho, y habiendo comprobado Guardiola lo arriesgado del plan aún llegando el argentino tan mermado a nivel físico, el técnico catalán matizó su propuesta inicial sujetando algo más la posición de Gündogan cerca de su mediocentro con tal de reforzar la penúltima contención. Ocurrió con ello, no obstante, que limitada la efectividad de la presión skyblue al implicar ahora en ella a un jugador menos, el Barça salió más, más cómodamente y alcanzó con mayor continuidad la mitad de campo en la que el City no podía responderle. Tampoco al contraataque, pues a la pareja de centrales se le unió la victoria en el a priori amenazante duelo entre Nolito y Mascherano, que pese a la condición de improvisado lateral del argentino fue de claro color azulgrana. Más se notó la salida de Piqué, el otro Messi del Barça, una de tantas interrupciones que no hizo más que acentuar el carácter de alternancia de la noche hasta que la roja a Bravo inclinara la pista. Sucede que en un lado las opciones eran a los pies de Messi y los errores ante él. Y Messi es trampa. Es una norma que sólo sirve para él. Porque fallar es normal, pero el 10 no falla.
Artículos relacionados:
– Foto: Pau Barrena/AFP/Getty Images

