Los dos nombres propios del ataque del Barça B son los de Marc Cardona y Alberto Perea. El primero, como un vendaval, ha revitalizado la ofensiva del filial desde su regreso, gracias a una extraña mezcla entre academia y campo de tierra que equilibra la actividad desenfrenada y una determinación de cazador con la lectura fina y una técnica más que notable. Alrededor de Cardona suceden muchas cosas, y el punta se está destapando como todo un especialista para orientar la mayor parte en beneficio de su equipo. El pasado fin de semana, por ejemplo, su abnegada batalla contra los centrales del Hospitalet y su permanente amenaza, ayudó al conjunto de Gerard López a separar las líneas de un rival que de inicio pretendió presionar arriba pero que con el paso de los minutos, y debido en parte al trabajo de Marc, fue fijando demasiado atrás su última línea. A la espalda del mediocampo del Hospi había salida, y a Carbonell, Sarsanedas y compañía no les costó dar con ella. Sus pases a quien más frecuentemente encontraron al otro lado fue a Perea, jugador con clase de categorías superiores y al que cuando tiene el día es complicado que la 2ª B pueda contener. Acostado en banda izquierda pero con libertad para desplazarse hacia el centro, habitualmente es el encargado de pausar el juego del filial barcelonista cuando éste alcanza los últimos metros, de resolver en espacios reducidos, inventar la solución o, como hiciera el sábado, ejercer de nexo entre la media y la delantera desde el pase, la conducción o el desborde.
Si los dos primeros tantos de la victoria del Barça B llevaron la firma del balón parado, los dos últimos los rubricó él. Desapercibido, casi como si nadie lo esperara, pero aprovechándose de ello para aferrarse al que por ahora es el equipo de gala de su entrenador.

