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Luis Enrique y la frontera (2/2)

El talento exigido

Contracorriente a la trayectoria y predominancia que la táctica ha tenido en el Fútbol Club Barcelona de las últimas tres décadas, el equipo que Luis Enrique construyó bajo su mando, huidizo del juego de posición y poco amigo de las pautas y caminos conocidos en pos de una libertad total que diera rienda suelta a las capacidades individuales de sus jugadores, ha situado en el centro, como principal generador del contexto, al futbolista. El conjunto sería lo que fueran sus partes, definiéndose como colectivo a partir de la suma de identidades contenidas en él. Más que roles a cumplir o mecanismos que reproducir y heredar de un protagonista a otro, el Barça de las últimas temporadas ha sido uno que ha tomado forma –no sólo resultado- a partir de cuanto pusieran en práctica sus jugadores. Más que el tutelaje de una idea, la responsabilidad de cada uno para llenar un vacío premeditado. Independientes, sin un libreto que llevar a cuestas al que adaptarse o en el que encontrar refugio, como una arma de doble filo carente tanto de soportes auxiliares como de limitaciones impuestas desde fuera.

Esta contracultural apuesta ha tenido a lo largo de los tres años que ha durado su puesta en práctica, una doble traducción expuesta con claridad tanto en los episodios más felices como en los de mayores dificultades. La timidez de la pizarra como espoleo a que la calidad de un grupo de futbolistas extraordinarios explorara territorios que desde la comodidad y el acompañamiento no debería. El talento exigido. De Leo Messi y su 2015 se habló en la primera parte de este análisis, quizá el año natural más salvaje que haya disputado jamás un futbolista. Después del triplete fue Iniesta quien eclosionó en una versión nueva, más vinculada a una gestación que extrañaba un dueño, y desde la que firmó si no la mejor temporada de su carrera sí la más constante, regular y participativa. Los meses de Dani Alves, reaparecido como uno de los mejores futbolistas del planeta desde un peso interior que su instinto detectó y que a quienes le sucedieron no les fue requerido. El nuevo dominio de Gerard Piqué, capataz del área y columna vertebral del sistema defensivo azulgrana. El período en que, sin Messi, Neymar se aupó al número uno, el paso al frente que cuando también faltó Iniesta dio Sergio Busquets o la evolución de Jordi Alba en comparación a su yo del pasado.

En frente, en el lado de la cruz de la moneda, las dificultades para los reemplazos, las ayudas cuando las individualidades demandaron una mano tendida, o en esas situaciones en las que automatizar el plan desahoga la mente y libera los pies. En las que aligerar el tiempo y la exigencia en la toma de decisiones. La salida de balón o el ataque cuando éste debía ser planteado sin la oportunidad de correr y ante la muralla rival formada y con los cimientos firmes, han sido las migas de pan a partir de las cuales durante toda la trayectoria se ha podido ir resiguiendo la vertiente menos luminosa de la propuesta de juego. La dificultad como un reto del que, en solitario, salir crecido y reforzado o, por el contrario, herido y sin asistencia.

Iniesta, Alves y los equilibrios frágiles

Tratándose de un equipo tan dependiente de la aportación individual de sus componentes más relevantes a la hora de tomar cuerpo y de definir los entresijos de su juego, el último proyecto culé ha sido uno especialmente sensible a los cambios de conducta y a las modificaciones de sus equilibrios internos. Su nacimiento, la bota izquierda de Leo Messi, fue un punto de origen tan incontestable como concreto. Un hilo en el que hacer descansar cada una de las articulaciones de la marioneta, pero más expuesto que otros a que un golpe de viento –incuso siendo éste amigo- alterara por completo la función. Hubo dos que se cebaron especialmente con el funcionamiento táctico del conjunto: Reciente campeón del segundo triplete de su historia a partir de un funcionamiento muy decantado hacia el perfil diestro del ataque, y que utilizaba la banda izquierda a modo de lado débil que aprovechar desde el cambio de orientación y a partir de los espacios, el Barça de Luis Enrique, a la vuelta de las vacaciones, se encontró para iniciar su segundo año del ciclo con un Iniesta diferente. Mejor. Con una ascendencia sobre el juego muy superior, dulce y constante en la administración del balón, dándole a la medular culé el cerebro que unos meses atrás se le había exigido ser también a Leo. Un refuerzo pertinente y puntual que, dada la naturaleza del equipo en cuanto a su concepción, empezó a plantearle dudas y a formularle preguntas incómodas. Tener un mejor Iniesta se tradujo en un argumento individual extra con el que abastecer los recursos para enfrentarse al juego, firmando con ello un inicio de curso vencedor y detallista, pero a la vez amagaba una amenaza directa sobre las pocas constantes tácticas de un equipo desprovisto de más estructura grupal que la que condicionaran sus talentos. Un nuevo Iniesta, así pues, daba pie a un nuevo Barça. Uno que, pese a tener más y mejores armas, ya no encajaba igual. El protagonismo del capitán le concedió peso a la banda izquierda añadiéndole pases y balón. El que había sido lado débil en el Barça del segundo triplete, pasó a ejercer menos como tal, y ese cultivo de espacios y vacíos que habilitar con una diagonal desde la derecha, dejó de serlo. Quedaron los talentos, pero se perdió el único mecanismo de seguridad al que recurrir sin esfuerzo y de manera continuada para darle respuestas al juego ante las adversidades.

También el tercer verano deparó para el Barça una nueva intervención que le iba a alterar el organismo. El adiós de Dani Alves supuso la extirpación de otra de las partes a partir de las que se explicaba el todo, no sólo por aspectos relacionados con el nivel del futbolista sino por los que tienen que ver con la forma del equipo. Según fuera uno u otro el lateral, el Barça haría unas cosas u otras, y las que hacía el brasileño influían directísimamente en el juego, espacio y comodidad del jugador franquicia. Solución principal para dar salida al juego por el sector derecho y hacerlo llegar a Messi sin que el argentino tuviera que retrasar su posición en exceso, el lateral ejercía, a su vez, de sociedad con la que vestir de juego y atractivo el carril diestro, y del centrocampista camuflado que diera dirección al balón, altura a la presión y sentido a un falso interior como Ivan Rakitic. Sin él la banda ya no tenía nada que ofrecerle a Leo, y ausente en la salida y el mediocampo, su vacío reclamó que el argentino interviniera cada vez más atrás. Hizo falta en otras zonas del campo.

La MSN: motivo y víctima

La relación del proyecto respecto a la delantera que lo ha bautizado ha sido ambivalente. Indudablemente en el origen de su nacimiento, desde la unión de tres talentos de la dimensión de los de Messi, Neymar y Luis Suárez, y la necesidad de abrirle las compuertas para que se expresara sin anclajes y en un paisaje de absoluta libertad, la historia por potenciarlos es la historia de un progresivo vaciado que entendía que para ellos cualquier límite sería una cadena. Había que darles espacio y para ello favorecer escenarios abiertos y una moderada intervención del resto de compañeros en las zonas que a ellos les pertenecen. Y había que darles el balón, objetivo a favor del cual se avivó la transición, se redujo el tiempo que el esférico descansaría en mediocampo, la relevancia estratégica de los centrocampistas y se buscó un contexto futbolístico a partir del cual la pelota llegara tan rápido como fuera posible a uno de los tres futbolistas de vanguardia. Quienes jugaban por detrás de ellos, lo hacían en función de este fin.

Sucede, sin embargo, que resiguiendo el transcurso del camino recorrido a lo largo de 36 meses, se da la paradoja de que en aquellos en que más ha pesado el resto en la definición del plan, más cómoda ha vivido la MSN. Cuando más importancia han asumido Iniesta, Busquets o Dani Alves en la zona de gestación, cuando más tangible ha sido el sistema con que vestir al equipo de Luis Enrique, más cómodo ha sido el contexto para la feroz delantera culé. Los mejores tramos de Sergio o Andrés, los de mayor peso específico, coinciden con los momentos más mortales del ataque, surtido de juego y balón en el espacio donde más definitivos resultan los tres cracks. En cambio, a menor impacto de la medular, a mayor transparencia, más le ha costado a la MSN entrar en juego, desasistida por un conjunto con dificultades para progresar si no se rompía la baraja. Esta temporada, la más problemática del ciclo si se cuentan a parte los primeros meses de la andadura, ha sido la que, como continuación de la anterior, más crudamente ha mostrado el doble sentido, con el cambio al 1-3-4-3 y el 2017 del Neymar más conductor del juego como principales recursos para esquivarlo. Impotente por momentos en la tarea de surtir de balones a los tres delanteros y de hacerlo en la situación y las zonas del campo que les son más ventajosas, la bajada del telón pareciera contener en su despedida la guía para el siguiente paso. La MSN no puede quedarse sola. Ni a ella le favorece estarlo. Estará en el centro, pero rodeada. Más allá de la frontera, viviendo hacia delante.

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– Foto: David Ramos/Getty Images

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