El fútbol es un proceso dinámico. Una carrera de obstáculos que, en tanto que se protagonizada por futbolistas que como tal son variables, y desarrollada en un contexto de cambio, es consustancialmente voluble y evolutiva. Lo que ayer valía hoy ya no, y lo que hoy sirve mañana no tiene por qué hacerlo. Xavi e Iniesta no pueden jugar juntos hasta que pueden, los laterales deben proyectarse alternativamente hasta que encuentran la forma de hacerlo a la vez, los extremos juegan pegados a la cal hasta que alguien los cambia de lado y les enfoca la salida hacia el centro, Messi no puede jugar con un 9 hasta que lo necesita, y deja de necesitarlo cuando se encuentra una forma alternativa de encaje. Las fotos fijas no sirven, pues trasladadas a un lugar distinto del que fueron tomadas, señalan una luz que está fuera de sitio. Como tan acertadamente señala Diana Kristinne, no caben las conclusiones permanentes sobre situaciones que, forzosamente, son temporales. Uno de los ejemplos más claros, dentro de la plantilla del Barça, de esta necesidad de análisis en movimiento, es Jordi Alba. El catalán, a lo largo de las últimas temporadas, ha experimentado un paulatino proceso de cambio que provoca que la descripción del jugador tenga que ser, hoy, considerablemente distinta de la que fue años atrás. Entonces precipitado, tanto en el gesto como en la elección, el lateral izquierdo culé es actualmente un jugador mucho más cabal y detallista en la toma de decisiones, que ha racionalizado su aportación en cada una de las fases del juego.
– Ejemplo de cómo recibiendo el pase en profundidad y a la espalda de la defensa, Jordi Alba gira a los rivales y los hace correr hacia su propia portería.-
Asegura en salida, templa en zona de gestión, mide cuando llega el momento de acelerar y acierta en el último toque. No en vano, desde hace algunas temporadas se ha convertido en una pieza importantísima en el ataque azulgrana, y en uno de los socios más directos de Leo Messi. Para el argentino, Jordi Alba es un pulmón que primero le permite soltar el aire en dirección a la banda izquierda, cuando el centro se constriñe y corre el riesgo de ahogarlo; y uno que, posteriormente, se lo devuelve limpio para hinchar el pecho en el último esfuerzo. Es muleta para progresar y trampolín para anotar. En este inicio de campaña ya ha dado tres pases definitivos, tres servicios con ribete de gol que Messi se ha encargado de inmortalizar en el luminoso. En los metros finales, la clave del buen hacer del lateral tiene que ver con cómo éste llega a ellos, así como con aquello que desencadena su forma de irrumpir. Casi siempre apareciendo en carrera y por sorpresa desde atrás, llegando a destino corriendo en dirección al arco contrario, los pases que en zona decisiva llegan a sus botas tienen un efecto de separación. Bien porque Alba aguarda como el hombre más abierto en banda izquierda cuando la jugada transcurre en cualquiera de los otros dos carriles del ataque, o bien porque su activación en la jugada se desarrolla entrando en profundidad a la espalda de un rival, su vínculo con la acción suele producirse en espacios donde, hasta entonces, no había contrarios.
– Muévete sobre la imagen con el deslizador.-
Jordi Alba forma parte de la jugada separándose del balón, con lo cual la estira y aumenta su zona de influencia. Cuando recibe, pues, lo hace en primer lugar con cierta libertad con respecto a aquellos de sus compañeros que se localizan más próximos al esférico, y en segunda instancia obligando al adversario al movimiento con tal de acudir a un espacio de cobertura que hasta ese momento su tarea no contemplaba. Servir el balón en profundidad a Jordi Alba es hacer más grande el ring. Lo que sucede a continuación es que el entramado defensivo del rival está obligado a desplazarse, a correr hacia ese espacio que antes quedaba fuera de la acción, pero que ahora aparece habilitado. El desenlace, en botas del catalán, está relacionado con esta circunstancia. Primero porque hacerse con el esférico en una zona donde anteriormente no había rivales le concede unos instantes de ventaja. Él está antes, y espera. Lo que años atrás fue precipitación hoy es lectura de los tiempos y sentido aguardando la llegada del adversario para fijarlo. Es el segundo secreto de su éxito. Su presencia traslada atenciones y activa el movimiento de algunas piezas del rival, y dado que ha ganado en capacidad y tranquilidad para descifrarlos, detecta dónde ha quedado libre un espacio para dirigir hacia ahí sus pases.
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– Foto: Manuel Queimadelos Alonso/Getty Images

