Icono del sitio En un momento dado

Doce meses después

Barcelona's Argentinian striker Lionel Messi (R) celebrates with Barcelona's Spanish midfielder Andres Iniesta (L) after scoring their first goal during the first leg of the UEFA Champions League round of 16 football match between Chelsea and Barcelona at Stamford Bridge stadium in London on February 20, 2018. / AFP PHOTO / Ben STANSALL (Photo credit should read BEN STANSALL/AFP/Getty Images)

Doce meses pueden parecer un mundo. O un suspiro. Un océano que cruzar a nado, o la cercanía de un roce. Doce meses es el tiempo que ha pasado desde que el Barça salió de París herido y con la obligación de lograr un milagro, en la antesala de un nuevo y rotundo traspiés en Turín, este ya sin cura. Doce meses han tardado los culés en regresar como visitantes a una eliminatoria de Champions League, luciendo, a las puertas de Stamford Bridge, un semblante muy distinto al que cupo imaginarles. Líder de la Liga y finalista de la Copa, el conjunto azulgrana que anoche inició un camino que no permite retorno en la competición más exigente, saltó al césped con una única cara nueva, sin Neymar, sin Dembélé y sin Coutinho. Valverde no tuvo en su mano individualidades más poderosas o fiables que las que han despedido las últimas ediciones de la Copa de Europa demasiado pronto. Lo que sí ha logrado el Txingurri es que esas piezas formen un mejor colectivo. Al menos, uno más sólido. La primera piedra a partir de la cual el técnico ha conseguido tal cosa, ha sido la aceptación, tanto desde fuera como sobre todo desde dentro, de los propios límites y circunstancias, a través de las cuales buscar soluciones concretas, diseñar herramientas particulares y abrazar un camino acorde a la realidad competitiva del grupo. Hoy por hoy, nadie como Valverde sabe de sus límites, porque es justamente sobre ellos que ha moldeado a su equipo, de la mano de un preciso trabajo de ebanista que, doce meses después, había dado como resultado a un aspirante con apariencia de candidato a todo.

En este sentido, el Chelsea de Antonio Conte, último e incontestable campeón de la Premier League, se presentaba como un adversario especialmente indicado ante el cual testar el disfraz azulgrana. Una prueba para comprobar cómo respondían en Champions las medidas que marcan firme el paso en los torneos domésticos. Completados los noventa minutos, la premisa se demostró exacta: el Barça mostró en Stamford Bridge lo que es, lo que no es, lo que tiene, lo que le falta y lo que está a tiempo de encontrar. Consciente de la tramoya, de los hilos que mueven el decorado que observa el público, el entrenador del Barça planteó de nuevo un encuentro en el que su equipo limitara el riesgo, tratara de dominar el ritmo y seleccionara los momentos para hincarle el diente a su adversario. En esta línea, la principal noticia respecto al once presentado, más que sobre el nombre de Paulinho giró sobre la posición del brasileño. Titular en buena parte de las batallas más duras que han librado este curso los blaugranas, que formara de inicio era un factor probable, pero menos habitual resultó su empleo. No fue el mediapunta ni en ataque ni en defensa, sino que con balón para su equipo tendió a mezclar la banda con el área habilitando espacios y abriendo opciones de salida en largo, y sin la pelota pasó a cerrar a la derecha de Rakitic para que el croata no abandonara el carril central. Aunque en un primer momento su colocación pareció empujar hacia atrás a Marcos Alonso y generar para Sergi Roberto y Messi una zona para tocar el cuero con comodidad, a medida que sus recepciones por delante del mediocampo fueron mostrándose ineficaces tanto para dar continuidad al juego como para asegurar el envío directo, sus encargos tuvieron un impacto positivo más bien escaso.

– La disposición estrecha del mediocampo del Chelsea, con Pedro y Willian acudiendo a cerrar espacios interiores. –

Ante un Chelsea que, sin Morata, presentó a Hazard en punta y que así pudo recuperar dos elementos exteriores por delante de los carrileros, el encuentro, pues, se dibujó de forma distinta según cual de las dos mitades fuera la ocupada. En la del Barça, la primera línea de presión blue cada vez más adelantada y representada a la perfección por la altura del campo a la que se situaba Marcos Alonso, la inclinación de Pedro y Willian hacia el interior para dificultar el avance en corto y el dominio sobre el desplazamiento largo tanto por arriba como por abajo, planteó a los culés un inicio desde atrás pesado y en el que la lenta cadencia en la combinación no fue sinónimo de seguridad sino de atasco. Sólo las conducciones de Sergi Roberto desde el lateral cortando con el esférico en los pies un entramado preparado para taponar las rutas del pase, edificaron una salida sostenida que alejara a los ingleses de la transición cómoda. Además, que el hecho de no poder desplegarse con balón y acumular pases demasiado lejos del ataque, por momentos impidiera al mediocampo alcanzar la altura y la posición desde la que habitualmente activa la presión, permitió que cuando la pelota caía en los pies de los delanteros del Chelsea éstos se encontraran en disposición de de alterar la habitual compostura defensiva de los barcelonistas. Los movimientos de Hazard desde la punta hacia los costados o la frontal, la actividad de Pedro rondando la corona o la intuición de Willian para filtrarse entre las dudas y amonestarlas con su formidable surtido de disparos lejanos, hicieron verse a los culés, por tramos, más vulnerables de lo acostumbrado.

El segundo escenario tuvo lugar en la mitad custodiada por los londinenses, en los momentos del partido en que los hombres de Valverde consiguieron asentar los ataques arriba y situar al máximo número de futbolistas por delante de la línea divisoria. Aquí el juego encontró dos fases más o menos claras. En primer lugar, una en que la combinación del Barça pudo ser ágil e ininterrumpida, apoyada en la superioridad numérica azulgrana cuando juntaba cerca de la zona de medios a Busquets, Rakitic, Iniesta, Messi, Roberto y los centrales, y traducida en la libertad tanto del mediocentro como del lateral derecho para ofrecerse como aliados permanentes de sus compañeros más próximos.

Sujetados los tres centrales y Victor Moses por Luis Suárez y Jordi Alba, la circulación culé era capaz de acumular buenas noticias antes de aproximarse al último cuarto de campo. Es ahí, no obstante, donde más crudamente constó el déficit de desequilibrio de la ofensiva visitante. Sin regate en banda y detenido el desborde desde la medular de Andrés Iniesta, la fórmula, para ser completa, demandaba de Luis Suárez y Leo Messi. El primero se topó con un ejercicio defensivo individual extraordinario de César Azpilicueta. El navarro se anticipó, corrigió, impuso la ley en su zona e incluso le sobró para equilibrar a unos compañeros de línea más dubitativos. Lanzado por un sistema que transige con desempeños más agresivos a nivel posicional, fue clave para que el Chelsea anulara una de las cartas que más necesita hacer pesar el Barça para esquivar sus límites. Con la otra no pudo. Por bien que la respuesta de los de Conte a la productiva conexión entre Messi y Jordi Alba fuera prácticamente perfecta, contra Leo la perfección debe ser redonda. Andreas Christensen le abrió un ángulo, e Iniesta y Messi lo castigaron. En 8 y el 10 son los dos que más saben sobre el tiempo. Sobre el que han vivido juntos, sobre el que ha pasado desde el último mes de febrero, y sobre el que ahora tendrá Valverde para encontrar nuevos disfraces. Quizá el siguiente tenga acento francés.

Artículos relacionados: 

– Foto: Ben Stansall/AFP/Getty Images

Salir de la versión móvil