A pesar de que la plantilla del Barça insinúa, al menos sobre el papel, ciertas dificultades para inyectar profundidad a sus ataques si el rival adelanta la tensión de su defensa, impidiendo a los laterales culés proyectarse por delante del balón, las tres primeras jornadas de Liga han deparado a los de Valverde tres planteamientos rivales basados en el repliegue. Alavés, Valladolid y el Huesca este fin de semana, quizá para no exponerse a un escenario de idas y venidas en un momento, todavía, de pleno rodaje, o quizá invitados por la ausencia de Andrés Iniesta en las filas barcelonistas, han invitado a los azulgranas a tener que derribar el muro desde el ataque organizado. La salida del de Fuentealbilla, fuente principal del mando, la dirección y el ritmo de la fase ofensiva culé cuando, en los últimos años, ésta ha enfrentado escenarios posicionales, es uno de los nuevos interrogantes que se le presentan al Txingurri de cara al nuevo curso.
Sin un centrocampista equivalente en tareas de organización, los dos primeros partidos de Liga del Barça 2018-19 dejaron ver a un Leo Messi mucho más presente en zona de elaboración que el curso pasado, como aparente solución inicial para desencadenar la acción de ataque delante de defensas cerradas. Ayer, sin embargo, y por detrás en el marcador prácticamente desde el saque inicial, el concurso del argentino se localizó algunos metros por delante. Su influencia creció en la frontal del área y disminuyó cerca de Sergio Busquets. En su lugar, el Camp Nou probablemente presenciara la actuación más reveladora hasta la fecha de lo que Valverde espera de su nuevo esquema táctico.
Hay tres aspectos que parecen claros dentro del plan del Txingurri: 1. la orientación interior de sus tres piezas de ataque, 2. la ocupación fija de las bandas corresponde a los laterales, y 3. manteniéndose estos cinco jugadores por delante, los tres centrocampistas arrancan la jugada de ataque por detrás del balón. De este modo, una de las consecuencias de la confluencia de estas tres cuestiones es que, a diferencia de otras épocas, la ausencia de delanteros sujetos en el extremo no repercute en el vaciado del mediocampo, sino que siendo Sergi Roberto y Jordi Alba quienes asumen la responsabilidad por fuera, los tres integrantes de la medular por lo general mantienen la posición, pudiendo participar en tareas de avance llevando el esférico a zonas adelantadas.
Ni Rakitic ni Coutinho son interiores expertos a la hora de dar sentido, velocidad y fluidez a una posesión, pero con el balón en los pies y opciones hacia donde lanzar el pase sí cuentan con un golpeo de élite. Contra los de Leo Franco lo explotaron con una particular posición de partida en salida de balón sensiblemente decantada hacia la banda, casi en el espacio del teórico lateral, como primera piedra de un ataque posicional culé que encontró muchos caminos para terminar generando peligro. De fácil acceso para el pase de Piqué o Umtiti, la recepción escorada de los interiores del Barça se separaba de la parcela más concurrida del planteamiento defensivo visitante, dando aire tanto a Rakitic como a Coutinho a la hora de activar su desplazamiento.
A través de la sociedad del francés con Coutinho y Jordi Alba, o del pase cruzado de Leo hacia Ousmane o la entrada del lateral izquierdo, resultó un escenario desde el cual no encontraron los locales demasiadas dificultades para generar peligro. Finalmente, si con los centrocampistas de banda cubriendo el pase hacia los laterales los mediocentros se mantenían defendiendo la recepción por dentro de Messi o Dembélé, la tercera alternativa para los interiores barcelonistas fue el servicio profundo hacia los apoyos de espaldas a portería de un Luis Suárez más fino que en partidos anteriores, que castigó tanto la separación de los pivotes como la falta de contundencia de los centrales oscenses.
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– Foto: David Ramos/Getty Images