Jurgen Klopp es, desde hace años, el antídoto más eficaz contra la tiranía de los equipos de Guardiola. Ambos representan las dos caras más visibles del momento actual que vive el fútbol, de sus causas y desarrollos fundamentales. La salida de balón del catalán por un lado, aquella que ha cambiado la cara a los primeros pasos de infinidad de equipos, y por el otro la eléctrica y perfecta presión que el técnico del Liverpool ya supo poner en práctica antes en el Borussia Dortmund. En un extremo la construcción de un ejercicio futbolístico a partir de una primera ventaja, y en el otro el arma para discutirla. Una batalla librada en pocos metros, como parte esencial de una disputa que lo contagiará todo. Así, a partir de ella, donde los demás muestran registros claramente perdedores, la propuesta del alemán no sólo le aguanta el pulso a Pep si no que gana más que pierde contra el de Santpedor, un bagaje que ambos arrastran cada vez que se ven las caras y del que no escapó el partido que Liverpool y Manchester City jugaron el fin de semana.
Sin goles ni demasiado brillo, toda vez los citizens no disponen todavía del valor exponencial de Kevin de Bruyne, mientras que la delantera red ha iniciado el curso menos rotunda de lo que despidió el anterior, el foco más destacado del enfrentamiento se localizó, como cabía esperar, en el inicio de la jugada skyblue, ahí donde el pressing orquestado por Klopp choca con la voluntad de Guardiola de empezar a marcar el curso del juego desde los pies de sus centrales. El tipo de acoso adelantado que plantea el Liverpool en estas situaciones tiene una particularidades: su primera línea la componen tres futbolistas, sin que ninguno de los delanteros tome momentáneamente cuerpo de centrocampista para ensanchar el alcance de la zona de medios. Así logra una mayor eficacia al tiempo que mantiene cerca del gol a sus futbolistas más determinantes cuando el equipo logra recuperar el control del esférico, por lo que cada paso en falso ante ellos implica casi de forma automática conceder una ocasión de gol. Por eso, en esta ocasión, sobre el papel la voluntad de Guardiola fue, sobre todo, no exponerse a ello.
Su equipo se mostró precavido tanto en la ejecución como en la pizarra, minimizando riesgos y marcándose como objetivo fundamental superar el primer envite sin tener que lamentar daños, aunque por ello también se matizaran sus opciones de lastimar al contrario. De este modo, la receta de Guardiola para serenar el rimo de la jugada en su inicio, y así dar con el aire que otros días le había faltado ante los reds, consistió en multiplicar los destinos posibles para el primer pase, y en repartirlos por todo el ancho del campo y a distintas alturas. Con Stones, Laporte y Ederson como preciso triángulo de lanzadores, y Fernandinho en su habitual posición de pivote por delante de la zaga, fueron Walker, Mendy y Bernardo Silva los protagonistas de los ajustes más destacados. Al lateral derecho inglés, por ejemplo, durante los últimos meses Guardiola lo ha empleado tanto en el papel de tercer central en salida para lograr superioridad en un primer escalón más amplio, o como una suerte de carrilero encargado de asumir por entero la banda de modo que el extremo quede liberado para aparecer por dentro.
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– Foto: Stu Forster/Getty Images

