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El comodín del recorrido

La temporada 1993-94 representa uno de los capítulos más complejos de la etapa de Johan Cruyff al frente del banquillo del Barça. Por un lado, es la que más talento individual acumuló: más allá de la histórica conjunción de Koeman, Laudrup, Stoichkov y Romário como cuarteto de extranjeros, el grupo de nacionales, tanto en número como en categoría, alcanzaría el cenit del proyecto con una rotación para las siete plazas del once restantes compuesta por nombres como Ferrer, Sergi, Nadal, Juan Carlos, Guardiola, Amor, Iván Iglesias, Eusebio, Bakero, Txiki, Goikoetxea, Julio Salinas o Quique Estebaranz. Es también el curso con las actuaciones corales más emblemáticas del ciclo y los momentos de juego más brillantes, con el 5-0 al Real Madrid y el duelo europeo contra el Dinamo de Kiev como ejemplos más luminosos. Pero, a su vez, la de 1993-94 es una temporada cerrada con la derrota en la Final de Atenas que señalaría el fin del Dream Team, y de una irregularidad doméstica durante muchos meses que a punto estuvo de descartar al Barça de la lucha por la Liga allá por el mes de febrero, después de caer goleado en el campo del Zaragoza. Tanto es así que, como remedio al momento más comprometido del año, Cruyff obró un cambio de dibujo -y casi de sentido- que a la postre no sólo serviría para contener la herida, sino que se convirtió en el trampolín que impulsaría al equipo hacia el título de Liga. Por lo que respecta al reparto por líneas, la modificación principal consistió en la presencia de un cuarto defensa acompañando a Koeman y a los dos laterales. El esquema primigenio de Cruyff en el Barça siempre contempló el uso de diferentes variables para cerrar con cuatro atrás a medida que el rival progresaba, pero a diferencia de los tramos en los que o bien «el 4» o bien Miquel Àngel Nadal desde el interior retrocedían para formar como un segundo central, el nuevo camino que propuso el holandés para ganar su cuarta Liga consecutiva asumió ese zaguero extra de forma mucho más fija. En lugar de llegar, ya estaba.

Incorporado un cuarto defensa -habitualmente el propio Nadal- la cuestión problemática era que ganar un efectivo detrás lo restaba delante. Ese había sido, de hecho, el propósito original de la defensa de tres diseñada por Cruyff, ya que, surgida como resultado de desplazar al líbero desde detrás de la línea a delante de la misma, le permitía a ocupar una de las demarcaciones del mediocampo con un teórico zaguero y dar pie, con ello, a la aparición de la fundamental figura del 6 por delante de los dos interiores. Necesitado de bandas para abrir y ensanchar el campo generando tanto espacios por dentro como situaciones de uno contra uno por fuera, y de un rombo en la medular como elemento clave para lograr la velocidad de circulación deseada, emancipar a un central para incorporarlo a la media era el movimiento de piezas que permitía ensamblarlo todo. De regreso a la defensa de cuatro con tal de estabilizar un momento de juego con demasiados vaivenes, pues, Johan necesitaba un nuevo encaje. Una nueva solución con la que volver a redondear su idea. Una tecla lo suficientemente afinada como para que el refuerzo defensivo no implicara renuncias en ataque. Es posible imaginar que, disponiendo de la plantilla de las anteriores campañas, ante esa misma necesidad Cruyff hubiera sopesado la opción de vaciar del todo la punta del ataque y emplear al 6, también, como falso nueve, una medida no muy alejada de algunas de las variantes que probó el holandés antes y después de aquel curso. Pero la temporada 1993-94, en aquel Barça, fue, por encima de todo, la de Romário de Souza Faria. El brasileño, aunque habitualmente se prodigo en los apoyos y tuvo momentos de acercamientos a la punta izquierda, la mayor parte del tiempo encarnó el retorno de Johan al nueve de referencia y se erigió como el futbolista más determinante del curso. Por bien que su mayor relación con el área que con al mediocampo alejara de la zona media la influencia de otras líneas, de la misma forma que en el caso de la defensa de cuatro. Puesto que, en el fondo, la cuestión residía en que, con cuatro hombres atrás, el Dream Team había perdido a un efectivo arriba, el remedio que aplicó el técnico a la nueva situación fue la búsqueda y uso de al menos un elemento que, posicionalmente, valiera por dos.

Sergi Barjuan, Txiki Begiristain e Iván Iglesias fueron los elegidos. El primero partiendo como lateral, el segundo como interior izquierdo o mediapunta y el tercero en cualquiera de las tres facetas, se trataba de tres futbolistas que mutaban según cómo se desarrollara la acción. Como por aquel entonces era habitual que Hristo Stoichkov se situara en banda derecha para afrontar a pierna cambiada una diagonal hacia portería que se encontraba a Romário a su paso, el funcionamiento común del carril zurdo se articulaba a partir de un extremo izquierdo desocupado que recibía la visita de alguno de los culés por un procedimiento de escalada. Tanto si era Sergi asumiendo entera la banda valiéndose de su físico -energía, velocidad y resistencia- y de su formación como delantero en el fútbol base, o incrustándose el lateral en el interior izquierdo para empujar hacia arriba a su ocupante, el tercer delantero llegaba desde atrás. Para Txiki se trataba de una ascensión conocida, muy emparentada de aquella rotación circular que meses antes había desarrollado con Hristo y Michael Laudrup, bajando el danés -falso nueve- al mediocampo, entrando el búlgaro -extremo- al espacio liberado, y subiendo el guipuzcoano -interior- a la banda. Del mismo modo, en aquellos partidos en los que Cruyff situó a Stoichkov nuevamente en la izquierda y, por lo tanto, el extremo que quedaba sin habitar era el derecho, fue normalmente Iván Iglesias quien desde la defensa o desde el centro del campo ejerció de bisagra para posibilitar un ataque ancho. El asturiano, marcado por el quinto gol al Real Madrid y muchas veces recordado como un futbolista de peso testimonial en el proyecto, de hecho, sólo dejó de disputar como titular tres de los quince partidos de Liga que siguieron a la derrota en La Romareda, y de los cuales el Barça no perdió ninguno para así arrebatarle el título al Deportivo de la Coruña. Él, como Sergi y Begiristain, hizo posible que Cruyff pudiera contar con dos piezas en un mismo jugador. Que, sobre el campo, disfrutara de un futbolista extra. Que pudiera jugar con doce. Que en su plan tuvieran cabida tres delanteros, el rombo y la defensa de cuatro.

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