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Príncipe para un rey

Príncipe para un rey

El fútbol es difícil de anticipar, pues dibuja caminos de trazo casi infinito. En ocasiones, sin embargo, se las arregla para dejarnos alguna pista, más que como respuesta, como hilo a través del cual encontrarla. Por ejemplo, al respecto de los talentos llamados a reinar en la parcela ofensiva, rara es la vez que, en su nacimiento, no deja en ellos una señal que los distinga. Una marca que no es el registro de un destino, sino el salvoconducto de quienes aspiran a conquistarlo. Pocas veces una estrella del ataque no albergó, en sus inicios, un vínculo íntimo con la autosuficiencia. Con la capacidad de tener efectos por sí mismo, sin necesidad de socios ni contextos. Todavía como ejercicios individuales, por norma inconclusos y habitualmente tan intermitentes como desordenados, que se dibujan como rampas de salida para construir su propio camino. La diferencia entre los muchos que arrancan la ascensión y los pocos que la coronan tiene que ver con el progresivo aprendizaje que les permite vincular su impacto individual con la generalidad del juego, a través de la lectura de los condicionantes que su fútbol arroja a compañeros y rivales, pero son pocos los que sin ese talento previo para desequilibrar han sido capaces de alcanzar el trono.

Por eso, Antoine Griezmann es una estrella que no parecía llamada a serlo. Un talento ofensivo que no distinguió ente su arsenal una determinación en el regate especialmente afilada. En consecuencia, para aspirar a la cumbre futbolística, el francés ha seguido un camino distinto al que recorrieron los que ahora comparten cima con él, basado en el desarrollo de otras virtudes. Más que un crack que llega donde no pueden llegar sus compañeros, es uno orientado a la mejora de sus equipos para que sean éstos, en conjunto, los que vayan más allá. Así, a excepción de la determinación y contundencia de cara a portería que exhibe a través de su variedad en el golpeo, su acierto en el cara a cara ante el meta o, incluso, en su remate de cabeza, los principales atributos de Griezmann no son autorreferenciales sino que necesitan a otros sobre los que reflejar su efecto. Teñido de una lectura del juego de gran sensibilidad, el fútbol de Antoine es un refugio permanente para el juego de los suyos, tanto en lo que tiene que ver con el balón como con el espacio. Versátil, amplio y lúcido en la interceptación, el galo mezcla en tres cuartos de campo el apoyo con la profundidad, la precisión y el sentido jugando al primer toque, la capacidad para dar dirección y tempo al ataque, y una movilidad constante sin la pelota que suministra oxigeno a la acción de ataque permanentemente (Imágenes abajo).

Su anómala condición, no obstante, ha sido tanto un favor como una condena. La suerte que le ha permitido alcanzar un nivel para el que aparentemente no estaba llamado, pero al mismo tiempo el impedimento para gozar de alguno de los beneficios de quienes comparten su mismo estatus. Entre ellos, especialmente notorio ha sido el hecho de que el factor decisivo de sus equipos haya recaído en los hombros de otro compañero y que, como consecuencia, el sentido colectivo de los mismos se haya inclinado más a un relato proclive a estos jugadores que a uno afín al galo. A excepción de unos meses de 2016, el Atlético de Madrid nunca ha sido más de Antoine que de Diego Costa, y de igual modo Kylian Mbappé abandera a la selección francesa aunque sea Griezmann quien la permita. Cuando colchoneros y bleus alcancen su techo, serán ellos dos -y no Antoine- los encargados de traspasarlo, de modo que unos y otros se construyen en la dirección que más y mejor pueda potenciarlos. Es por ello que, seguramente, la única forma para que Griezmann desarrolle su fútbol en un conjunto configurado a partir de sus virtudes y características individuales sea, justamente, hacerlo como estrella supeditada a un crack con quien las comparta. Ser escudero de otro en el ecosistema que querría para sí mismo. Ser Griezmann en el equipo de Leo Messi. Ser príncipe para un rey.

El actual momento de Messi en el FC Barcelona viene determinado por un contexto en el que hace más cosas que antes y el condicionante de no poderlas hacer todo el tiempo. Por un lado la pérdida de socios -primero por detrás y últimamente, también, por delante- han desarrollado la paleta del argentino tanto en la naturaleza de sus acciones como en las zonas donde las localiza, pero por el otro sus 32 años le obligan a seleccionar más los momentos y lugares para llevarlas a cabo. En este sentido, los dos cursos que el 10 ha pasado bajo la dirección de Ernesto Valverde han supuesto dos tipos de apuesta distintas. En el primero, alojado en el centro del ataque y con un delantero de banda a su derecha, el Txingurri buscó acercar su pie izquierdo a la frontal del área, en pos de paliar con su determinación en los metros finales la pérdida de amenaza que Neymar se llevó a París, si bien en algunos momentos cruciales de la temporada la insuficiencia de la medular para conectar con un Leo que esperara arriba llevó al 10 a un juego más próximo al mediocampo. Probablemente desde ahí construyó el técnico su segunda campaña como azulgrana, concentrando el peso de Luis Suárez en el área e introduciendo un tercer delantero que encarara la portería desde la diagonal a pierna cambiada, sumando así un músculo rematador que equilibrara la necesaria intervención de Messi por detrás.

Sucede que, como antaño le ocurriera al mediocampo, a lo largo del curso la delantera no ha legitimado el plan, puesto que el aporte de piezas como Coutinho o Dembélé no ha sido siempre regular ni saludable, al tiempo que tampoco Luis Suárez ha resultado una solución totalmente fiable administrando los espacios por delante de Leo. El uruguayo, de hecho, al igual que el diez, a lo largo de los encuentros maneja un volumen de actividad sensiblemente menor al de hace algunos años, siendo éste un factor que cobra mayor relevancia a medida que aumentan los metros que esperan su influencia. Sea a lo largo, cuando el cuadro barcelonista aguarda lejos de la portería contraria tratando de superar la presión del rival, o a lo ancho cuando Messi o el extremo izquierdo acuden al centro desnudando las esquinas. Mientras el paso del tiempo le reclama concentrar su impacto sobre una parcela del campo más reducida, la realidad de su equipo y la convivencia con sus compañeros le demandan multiplicarse. Ser el Luis Suárez que ya no es. Si en otro momento fue él la clave para dotar de sentido y unidad al tridente que formó junto a Messi y Neymar hoy la llave del engranaje parece mirar hacia otros dueños.

A propósito de esta cuestión, el encaje de Antoine Griezmann en la delantera del Barça -como el de cualquier nueva incorporación- se presenta como una intervención doble. Una de alcance global y otra de aplicación más concreta. La primera se adivina mucho más simple que la segunda, pues muchos de los atributos que caracterizan al francés responden a las demandas actuales de la parcela ofensiva culé. En primer lugar, cabe señalar la versatilidad de Antoine como una suerte de comodín que el Barça podrá usar al compás del tipo de intervención que Leo Messi tenga en cada momento. Y es que el fútbol de Griezmann, como el del argentino, puede desarrollarse desde el escalón de la delantera más próximo a la línea de medios hasta la irrupción como hombre más adelantado del sistema. Cayendo a contactar con el juego por detrás del 10, como conexión entre el mediocampo y el ataque (Imagen de la derecha), puede dibujarse como el trampolín que permita a Leo concentrar su impacto en el último tercio del campo, en la línea de la evolución que el argentino vivió con Neymar en 2017, cuando el brasileño incrementó su impacto conductor desde abajo con tal de alimentar a su socio cerca del área. Brindando tanto al argentino como a Suárez recorridos más cortos hacia el área. En este sentido, Griezmann es un atacante con una fuerte vinculación con la dirección y la administración del juego, que en el Atlético de Madrid formó parte del triángulo de gestión colchonero junto a Koke y Filipe Luis, y que en la Francia de Deschamps ha terminado ejerciendo como el organizador que le faltaba a la campeona del mundo debido al sentido estructurador de sus contactos con el balón y al manejo del tiempo y la pausa en sus intervenciones.

Para el Barça, que recientemente ha visto como, a excepción de Leo, sus delanteros han tendido a precipitar demasiado las jugadas dificultando la reagrupación del bloque cerca de la portería contraria, el talante gestor del ex rojiblanco encierra la oportunidad de abrirle nuevas puertas al ataque posicional. Al mismo tiempo, en la frontal del área, su juego al primer toque, su afinidad para la combinación y su precisión en la pared, son virtudes con las que, tras el adiós de Andrés Iniesta, ni Leo ni Valverde han podido contar. Sin embargo, como se ha apuntado más arriba, el Messi actual es un futbolista más variado en sus acciones que el de temporadas atrás, capaz de alternar tramos de finalizador con otros más vinculados a la sala de máquinas, y al que, del mismo modo, en unos momentos se exprime entregándole el balón limpio desde abajo en la corona del área, y en otros ofreciéndole movimientos y desmarques por delante del balón para poder lanzar el pase. Ciertamente, el Griezmann de 2019 no es aquel que despuntara en la Real Sociedad de Montanier y Arrasate como el estilete que cortaba al espacio en diagonal desde el lado débil, aprovechando el trabajo de Agirretxe sujetando a los centrales y la atracción y creatividad en el envío de Carlos Vela, pues su evolución futbolística ha dado con un jugador de más peso con el balón en los pies y menos juego al espacio que entonces, pero aun así Antoine sigue siendo un atacante muy relacionado con la profundidad. Habituado en el Atlético de Madrid a empezar los ataques lejos del arco rival, a administrar los espacios por delante del balón y, en ocasiones, a desenvolverse como el hombre más avanzado del equipo, su fútbol mantiene intacta la lectura del desmarque, algo que aunado a su contundencia rematadora incorpora nuevas herramientas al Barça para compensas sus ataques por delante de Leo Messi.

Además de esta versatilidad que dibuja a un Griezmann capaz de cumplir con funciones variadas y de hacerlo en espacios del campo diversos, otro factor positivo de cara al encaje en su nuevo equipo es lo desarrollado de su juego sin balón. Sin ser un futbolista de rupturas largas y sostenidas, su activación en el movimiento cuando no tiene la pelota es constante, una característica que le permite reavivar una y otra vez la jugada y de la que el Barça lleva adoleciendo algún tiempo en su parcela ofensiva. El complemento necesario a una delantera cada ves menos dinámica también cuando el esférico cambia de bando, pues el Antoine visto en el Metropolitano seguramente pase por ser el atacante de la élite con mejor interpretación y predisposición en fase defensiva (Imagen de la izquierda) -más orientado al repliegue que a la presión-, un atributo siempre valorado pero, quizá, especialmente indispensable en el cuadro barcelonista dada la naturaleza de sus otras piezas ofensivas. Ya sea para insuflar energía a los intentos de recuperar el cuero en las inmediaciones del área contraria, o para recomponer la estructura del equipo en campo propio retrocediendo por banda, si Valverde logra mantener la pulsión defensiva del francés ganara una suerte de cuarto centrocampista en la contención sin tener que renunciar a un delantero.

Junto a estas apreciaciones de carácter más global y nuclear del hipotético encaje de Antoine Griezmann en el Barça, el segundo capítulo de su acoplamiento tendrá que ver con la dimensión particular de la demarcación del francés en el dibujo culé. El acercamiento a la cuestión no resulta un ejercicio simple, pues a las múltiples caras del jugador y de algunos de sus nuevos compañeros, cabe añadir el propio historial táctico del equipo de Ernesto Valverde. El Txingurri, que a su llegada y todavía con Neymar Jr arrancó la pretemporada 2017-18 con un 1-4-3-3 que mandaba hacia el centro a sus delanteros de banda, finalmente asentó en su primer curso como técnico azulgrana una suerte de dibujo asimétrico en ataque, con dos delanteros centrales y uno en banda derecha, que le permitía situar a Messi en el carril central, ubicar un compañero a cada lado del argentino y no fijar a Luis Suárez en el carril zurdo. De cara al curso pasado, no obstante, después del frustrado fichaje de Griezmann y sin pistas sobre si la decisión de Antoine tuvo peso en ello como causa o consecuencia, el esquema de Valverde retornó a una propuesta más simétrica con Leo nuevamente en el perfil derecho, Suárez en el centro y un tercer delantero que, en este caso, se situaría a la izquierda del uruguayo. De mantenerse, éste sería un dibujo que aparentemente incorporaría a Griezmann de forma más o menos natural, ubicado en el puesto que ni Coutinho ni Dembélé lograron en propiedad.

Perfilado hacia la banda pero con libertad para acudir al centro, aclarando el carril para las internadas de Jordi Alba y con la corona del área como plataforma para las sociedades con Messi, sin que la influencia central de los delanteros sea un tapón para unos interiores que, en la mayoría de los casos, tienden más a la base de la jugada que a la mediapunta. Vinculado con el servicio vertical de Arthur o Frenkie de Jong, con la dejada hacia atrás del lateral o con la diagonal del 10 para ganar situaciones de finalización ante el portero. La misma continuidad posicional en el esquema que naturalizaría la entrada de Griezmann en banda izquierda, sin embargo, es también la que en principio provocaría que, más allá del salto individual y de las cuestiones que de él se deriven, esta opción propusiera de antemano una menor evolución táctica. Retos como la necesidad de activar las bandas por delante de los laterales teniendo a los extremos orientados hacia el carril central, o la dependencia de Jordi Alba que tuvo el cuadro culé, no experimentarían una reformulación inicial. Sí podría disfrutarla la cuestión de la amenaza al espacio (Imágenes de arriba), tanto por el provecho que sacasen los desmarques de Griezmann de las asistencias diagonales de Messi, como por la mayor capacidad del galo para juntar al equipo en el último tercio del campo de modo que ni Leo ni Suárez se viesen expuestos a recorridos tan largos para alcanzar el área rival.

Más revolucionaria sería la apuesta del Txingurri por volver al dibujo de su primera temporada en el Camp Nou, empleando a Antoine como el punta en la banda derecha que permitiera a Messi reubicarse en el centro. A priori es una alternativa que necesitaría tiempo y trabajo con tal de que dos futbolistas de acciones y recorridos afines tan parecidos como Griezmann y el argentino acompasaran su juego compartiendo las mismas zonas del campo. Los dos tendentes a recibir caídos a la derecha para, a continuación, viajar hacia el centro, y relacionados con el balón y la estructuración de los ataques, su cercanía encerraría la oportunidad de un entendimiento que alimentara de balón al 10 y lo acompañara con la movilidad, la sutileza en la combinación y el esfuerzo defensivo del francés, pero también la amenaza del solapamiento. Así mismo, siendo ambos futbolistas que a día de hoy agradecen tener a alguno de sus compañeros moviéndose por delante para disfrutar de más espacio y soluciones para hacer avanzar el cuero, incrementaría la relevancia del tercer delantero como solución para equilibrar la mezcla.

Algo parecido sucedería si Valverde se decantara por un camino alternativo y mantuviera a Messi en la derecha pero, en este caso, con Griezmann ejerciendo de atacante central. El francés normalmente ha vivido mejor cuando ha podido gozar de la compañía de Diego Costa o Olivier Giroud, y Diego Pablo Simeone reconoció perjudicarlo cuando no lo acompañaba de una referencia más clara, aunque el nuevo escenario, con Leo Messi, permite situaciones que hasta hoy Antoine todavía no ha explorado. Así, si tanto en el Atlético como en Francia suyo era el epicentro en ataque como delantero más vinculado al balón y al pase, en el Barça la pelota a quien más busca es al 10, lo que podría provocar un mayor acento del francés en los movimientos agresivos. Manteniendo su participación en la dejada y el primer toque buscando sociedades en la medialuna, pero poniendo su movilidad no sólo al servicio de la circulación sino también del espacio. Siendo un crack subordinado. Siendo un príncipe para un rey.

 

– Foto: Franck Fife AFP/Getty Images

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