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Mediocentro sin apellidos

Mediocentro sin apellidos

«Con balón hizo fácil lo difícil: dar salida a uno/dos toques. Sin balón, otra lección: la de estar en el sitio correcto para interceptar y recuperar corriendo lo justo. Y eso siendo joven e inexperto«. Cruyff, en 2008, tras el debut de Sergio Busquets en Liga con el primer equipo.

Probablemente, si se hiciera el ejercicio recoger y cuantificar los conceptos a los que más se refieren los entrenadores cuando hablan de fútbol y de sus equipos, pocos tendrían más presencia que el del equilibrio. Está en boca de casi todos, independientemente del nivel, la latitud o el estilo de juego que defiendan. Lo maravilloso del fútbol es que para cada uno el equilibrio puede significar algo distinto, o que, significando lo mismo, puede conseguirse de formas diversas. La historia del fútbol de las últimas décadas es un buen ejemplo de ello, pues es justamente en la noción de lo que es y de lo que significa el equilibrio donde ha vivido una de sus revoluciones más trascendentales. A propósito de esto, la primera década de los 2000 fue la década de un equilibrio entendido como la suma de contrarios. Con el recuerdo todavía fresco de la Francia de Deschamps, Petit y Zidane, se consideraba que la mejor receta para conseguir un bloque equilibrado era la de combinar piezas de características dispares que se repartieran las tareas. Que cada uno se encargara de una de las partes del todo. En los equipos, esto se hizo especialmente visible en la configuración de los mediocampos, donde convivían futbolistas de perfiles casi antagónicos, juntados en la medular para abarcar desde la diversidad todos los colores de la paleta. Pirlo para atacar, Gattuso para defender.

De tal manera penetró en el fútbol de la época esta noción del equilibrio construida desde la contraposición de virtudes, que en la posición de mediocentro hicieron fortuna dos recetas. La primera fue la del doble pivote, sociedades de dos futbolistas ubicadas donde antaño sólo habitaba uno, en las que uno de los miembros de la pareja se encargaba de la parte ofensiva y el otro de la defensiva. Testimonio de ese tiempo son Albelda y Baraja, Vieira y Gilberto Silva, Mauro Silva y Sergio González, Emerson y Tommasi, Mascherano y Xabi Alonso, y tantos otros tándems que fueron seña de identidad de varios de los equipos más representativos del momento. La segunda consecuencia de esta idea del equilibrio en lo que atañe a los mediocentros fue la de incorporarles un apellido. No se definirían por su posición, sino por sus características. Así, la demarcación de Pirlo pasó a llamarse mediocentro ofensivo y la de Mahamadou Diarra mediocentro defensivo, aunque en realidad el italiano y el maliense ocuparan la misma posición sobre el campo. La distinción era crucial, pues trazaría el camino para encontrar los acompañantes más indicados. Para el mediocentro ofensivo, interiores de perfil defensivo; para el mediocentro defensivo, interiores de corte ofensivo.

Y en estas llegó 2008, la selección española de Luis Aragonés, Senna, Xavi, Iniesta, Cesc y David Silva, y el desembarco de Pep Guardiola en el banquillo del FC Barcelona: «Los primeros meses en Barcelona fueron difíciles para mi. Tenía que acostumbrarme al juego posicional, a las posesiones… a involucrarme en la construcción del juego, que era una cuestión de la que en los años anteriores yo me había desligado. Hasta entonces, mi función pasaba por ser el mediocampista defensivo y resaltaba cuando el equipo no tenía el balón. Pero no cuando lo tenía. Al llegar al Barça, en todos los entrenamientos Guardiola me decía: aquí en la construcción del juego participan todos” (Javier Mascherano, a Team Barça Podcast en 2020). La idea del equilibrio que tenía Guardiola planteaba dos novedades fundamentales. En primer lugar, que las fases del juego no podían entenderse como compartimentos estancos cerrados y que, por lo tanto, estaban conectadas entre ellas («Atacaremos mejor si defendemos bien, y defenderemos mejor si atacamos bien«); y en segundo lugar que, en consecuencia, todos los jugadores serían partícipes del juego en su globalidad («No entiendo el fútbol como algo en lo que unos sirven sólo para defender y otros para atacar. Nuestro equipo no será así. Los atacantes tendrán una responsabilidad defensiva y los defensas tendrán una responsabilidad ofensiva«).

Pocos jugadores, por no decir ninguno, representaron mejor esta concepción del equilibrio que Sergio Busquets. Un mediocentro, ya sin apellidos, encargado de convertir en un bloque al equipo con y sin el balón, y trasformado desde muy pronto en símbolo de una posición, de una idea de juego y de uno de los equipos más influyentes de la historia. Un estatus de símbolo que en más de una ocasión ha tendido a simplificar al futbolista y a contorsionar su análisis. No hace falta rebuscar demasiado para encontrar una de esas contradicciones que a lo largo de los años se ha instalado en el espacio que se abre entre el Busquets futbolista y el Busquets símbolo. Basta con remontarse a su debut en Liga con el primer equipo. De Sergio probablemente hoy se dirá que es un futbolista cuyos limites no dependían de su calidad como jugador, sino del contexto que le proporcionaban sus equipos. Como si lo que ha sido su trayectoria y el impacto de su carrera fueran responsabilidad de otros. Como si su leyenda no le perteneciera a él. Un Busquets dependiente de los escenarios y no actor fundamental a la hora de crearlos. Su aparición en el primer equipo, sin embargo, habla de algo distinto.

Habla de un Barça que empezó mal su andadura en Liga, con una derrota en Soria en la que Guardiola no vio en el equipo aquello que esperaba («No hemos respetado unas normas del juego posicional que habíamos hecho hasta ahora«) y que hizo que el técnico recurriera al mediocentro del filial no para que habitara un contexto ya encontrado, sino para que contribuyera a darle forma. Pep no esperó a que el equipo le diera el contexto a Busi, sino que lo necesitó para que Sergio participara decisivamente a darle el contexto al equipo. Contra el Racing de Santander y con Busquets en el once titular, el Barça tampoco logró sumar los tres puntos, pero ya había encontrado el camino: «No tengo nada que reprochar por el partido (…) los jugadores están dolidos, pero mi obligación es animarles y tengo que hacerles ver que han hecho bien las cosas«. Busquets encarnaba tres de los fundamentos que Guardiola proyectaba para su equipo. En la combinación, poseía una velocidad extraordinaria tanto en el gesto técnico como a la hora de interpretar el juego, lo que le permitía parar el tiempo en espacios reducidos y asegurar que los toques de Xavi, Iniesta y Messi siempre tuvieran continuidad sin perder ritmo. Con suma facilidad para girarse, ubicarse y colocar el cuerpo correctamente, para pisar el cuero y provisto de una engañosa flexibilidad en la cadera con la que poder abrir mucho los golpeos, era una pared que devolvía el esférico como mínimo a la misma velocidad que lo había recibido.

El segundo superpoder de Busquets tenía que ver con la presión y su lectura del robo. Su desplazamiento hacia los costados no era diferencial, pero instalado en el centro de un equipo que vivía con as líneas muy juntas, sus saltos hacia adelante para recuperar el esférico eran un argumento capital para que el equipo de Alves, Xavi, Iniesta o Messi defendiera corriendo hacia la portería contraria y no corriendo hacia Víctor Valdés. En tercer lugar, y pese a su inexperiencia, Busquets hacía gala de una personalidad y frialdad inusitada con la pelota en los pies, como las de quien ha heredado el temple y el carácter de un portero que daba pases picando el balón por encima del delantero rival. Además, su sociedad con Xavi Hernández era perfecta. El de Terrassa se había formado como 4 en La Masia, rol que Cruyff diseñó para Luis Milla y que después le entregó a Guardiola para que el de Santpedor fuera el organizador del Dream Team desde el círculo central. Aunque cuando Sergio llegó al primer equipo Xavi ya ejercía como interior, el 6 mantenía dos cualidades muy relacionadas con su etapa de aprendizaje: seguía siendo el futbolista por el que pasaban todos los balones y su vínculo con el círculo central se mantenía prácticamente intacto. Xavi necesitaba ser el epicentro del juego y poder introducirse en la zona del mediocentro sin que su ocupante resultara un obstáculo. Sergio, que recorriendo el mismo camino que Xavi pero en dirección contraria había llegado al mediocentro después de ser interior, comprendió y alimentó ambas necesidades a la perfección.

Tan estrecha y perfecta fue la simbiosis entre el interior y el pivote que, de nuevo, la leyenda volvió a fundir al Busquets símbolo y al Busquets futbolista. Lejos de Xavi, no obstante, primero por el declive del egarense y después por su salida del club, es cuando Sergio firmó sus mejores temporadas como azulgrana. A las órdenes de Vilanova (2012-2013), de Luis Enrique (2015-16) y de Valverde (2017-2018), un Busquets ya más maduro no fue el escudero del director de la orquesta sino que su futbol creció en jerarquía y reclamó para él la batuta. Encontrando soluciones de pase interior con golpeos tensos y verticales, puliendo su desplazamiento en largo para activar las bandas desde la diagonal y engrasando una sociedad con Leo Messi que permitiera al argentino seguir encontrando balones en la frontal incluso después de haberse despedido de socios como Xavi o Dani Alves. Si bien en el Barça posterior a Guardiola la madurez le dio a Busquets un mayor protagonismo creativo con el balón en los pies, la pérdida de aquel control absoluto que por momentos alcanzó el Pep Team insinuó que una de las principales fortalezas de Sergio podía ser también una debilidad.

Su tendencia a defender siempre hacia arriba en pos de lograr la recuperación adelantada, incluso a costa de abandonar su posición de mediocentro, abría agujeros en la transición ataque-defensa a poco que la emboscada que planteaban los culers cerca del área rival no tuviera éxito. La solución de sus entrenadores fue simple y repetida: proteger su espalda con un compañero. Un contrafuerte que permitiera cubrir la zona del pivote cuando el de Badía corriera a defender a la altura del mediapunta. Tito le acercó a Xavi, Martino a Cesc, Luis Enrique a Dani Alves, Ernesto Valverde a Rakitic y Xavi a De Jong, como antes había hecho Del Bosque juntándolo con Xabi Alonso en la selección. Un colchón de seguridad y a la vez un trampolín. “Sergio Busquets seguramente es el futbolista que mejor entiende y mejor lee su posición cuando el rival recupera el balón. Él sabe muy bien y tiene metido en la cabeza lo de ir hacia delante a robar, y ahí lo único que podemos hacer con respecto al resto de jugadores es coordinarnos bien para no dejar espacios» (Quique Setién, enero de 2020).

Crecimiento, madurez y declive. El último capítulo de la carrera de Busquets en el Barça ha sido extenso y complejo. En él han confluido el deterioro individual del jugador y el deterioro del equipo. Cuando más abrigo necesitaba el primero, menos abrigo le ha proporcionado el segundo. Decía Johan Cruyff que el fútbol se juega con la cabeza pero usando los pies. Del mismo modo que las ideas de los entrenadores no son nada sin los jugadores que las ponen en práctica, el talento de los futbolistas necesita un cuerpo que lo traduzca sobre el césped. Busquets seguía teniendo el fútbol en la cabeza. Como lo sigue teniendo Iniesta. O como lo tendrían Xavi, Scholes o Zidane si mañana se vistieran de corto. Pero sus pies cada vez iban más despacio. No más despacio para poner en práctica el juego de Casemiro o Kanté, sino más despacio para el fútbol de Busquets.

Sin la pelota, su capacidad recuperando la posición después de abandonarla para lanzarse a la presión había menguado. Sergio nunca había sido un bólido en los retornos, pero con los años la diferencia respecto a los rivales se hizo mayor, propiciando situaciones tan complejas de gestionar para un equipo como la defensa de un contraataque sin tener la zona del mediocentro ocupada. Con la pelota en los pies, por su parte, progresivamente Busquets fue perdiendo velocidad en le gesto, suerte en la que sí había sido un privilegiado, y que poco a poco fue minando su respuesta ante presiones y recibiendo de espaldas. Los mismos tobillos que antaño, como un chispazo, llegaban siempre un segundo antes para alejar el esférico cuando el rival se abalanzaba sobre él, de un tiempo a esta parte habían encontrado más dificultades para llegar puntuales.

En lo que respecta al equipo, en el Barça los últimos han sido unos años marcados por un alargamiento de sus líneas que ha ido dificultando su capacidad para mantenerse junto. Todavía con Messi en el equipo, las salidas de hombres como Xavi, Iniesta o Dani Alves llevaron a que Leo retrasara su influencia en el campo. El argentino seguía viendo el fútbol como un delantero, pero lo jugaba desde el centro del campo. El resultado muchas veces fue un Barça que esperaba la asistencia final de La Pulga prácticamente desde el círculo central, con muchos futbolistas por delante del balón y una transición defensiva prácticamente sin barreras para el rival. Tras la salida del 10, la receta más repetida ha sido la de sacudir el árbol, abrir los partidos con el objetivo de encontrar en las idas y venidas los caminos que Messi era capaz de fabricar ante adversarios organizados, a cambio de asumir cierto grado de descontrol también en el momento de perder la posesión.

En paralelo, en los últimos tiempos el fútbol de máximo nivel se ha ido cincelando a través del enorme desarrollo de las presiones adelantadas y de los mecanismos para sacar el balón desde atrás. De dos batallas enfrentadas a fondo y fondo del terreno de juego, detrás de las cuales el mediocampo, antaño zona ancha, es hoy también zona larga. El objetivo generalizado de recuperar el balón cerca del área rival e impedir un inicio cómodo de la jugada del rival provocan que los ataques comiencen muy lejos de la portería contraria, pero al mismo tiempo la mejorada capacidad de los conjuntos para esquivar los acosos favorece situaciones en las que poder verticalizar los ataques y correr a la espalda de la presión. Es la última paradoja de Sergio Busquets. Un mediocentro diferente, sin molde ni seguidores, pero que pese a ser inimitable ha influido enormemente en el fútbol de quienes vinieron después. Sergio no tendrá relevo. Como no lo tuvo Messi ni Dani Alves. Su lugar lo ocuparán otras formas de ser mediocentro. No habrá otro Busquets.

 

 

– Foto: MARCO BERTORELLO/AFP via Getty Images

Comments:1
  • Andrés 11 mayo, 2023

    Muy de acuerdo con el artículo. Y qué bien titulas! En esa misma línea a mi desde la primera temporada me pareció que era algo así como Guardiola con sangre de Popescu…

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