
Xavi e Iniesta desde los interiores eran los encargados de hacer jugar al equipo, pero era Messi quien ofrecía al centro del campo la plataforma favorable en la cual hacerlo. Xavi dirigía desde el escenario que le construía Leo. Ese era un Barça exageradamente polarizado hacia su banda derecha con un mecanismo de salida protagonizado por Márquez, Alves y Xavi. El objetivo era la recepción de Messi en esa banda derecha, para que el argentino lo desencadenase todo. Como alternativa individual, la capacidad de desequilibrio de Iniesta desde el interior izquierdo.
Tras recibir en posición de extremo derecho, Messi dibujaba un movimiento con balón hacía el centro, entre las líneas del rival. Los jugadores del otro equipo, ante el poder intimidatorio del posiblemente mejor regateador de la historia, eran atraídos a esa zona y desnudando otras parcelas del campo. Era el momento en que el los centrocampistas se retrasaban y liberaban a Xavi, en que los centrales salían y habilitaban el desmarque al espacio de Eto’o o en que el lateral derecho se cerraba ofreciendo un latifundio a Henry. Si el rival salía, Eto’o y Henry mataban a su espalda. La alternativa era mandar atrás a línea del centro del campo cediendo así el dominio al Barça y a Xavi. El rival encerrado en su frontal, tiempo para el Barça para sumar jugadores al ataque, Xavi con espacios para dirigir y la posibilidad de asegurarse una pérdida de calidad y con muchos hombres cerca para lanzar la presión.
La respuesta de Guardiola fue reubicar a Messi en la posición de falso delantero centro mandando a Eto’o a banda derecha. Desde ese planteamiento aplastó a Madrid y Manchester en el 2-6 y en la final de Champions de Roma. Como extremo, el rival había logrado cerrarle el camino hacia esa zona entre líneas desde la cual imponerse, ubicándolo como falso nueve Guardiola le liberaba de la necesidad de encontrar esos caminos. Messi no necesitaba encontrar la vía para llegar, ya estaba ahí.
