El partido no pintaba mal pero de la nada el Celtic ya estaba por delante. Y el escenario cambió, claro. El equipo de Lennon se replegó hasta el extremo, situó su defensa a un susurro de Forster y por delante plantó una segunda línea de cuatro o incluso cinco hombres. Una decisión perfectamente lícita y lógica teniendo en cuenta los antecedentes del Barça. Sólo tenemos que retroceder hasta las eliminatorias ante Milan y Chelsea, o incluso hasta el clásico que decidió la pasada Liga, para darnos cuenta de los problemas que viene encontrando el Barça para superar estos planteamientos. No encuentra la manera colectiva de superarlos. El primer gol culé vino precedido de un nivel de acierto y exquisitez técnica que no puede exigirse como norma.
Guardiola apostó por romper la baraja y jugársela al 3-4-3 y Vilanova sigue su camino en busca de equilibrar el vértigo con la seguridad. El pase del testigo entre Xavi y Cesc. Hasta que ese equilibrio llegue, al menos anoche el equipo encontró una arma nueva que le será muy útil en este tipo de partidos. No sólo por la atención mediática del gol, Jordi Alba es uno de los nombres de la noche. Primero porque llegando desde atrás es velocidad y desenfreno. Da al equipo profundidad y un cambio de ritmo que lo altera todo. Es quien sube los pies a la mesa. Y después porque permite a Tito mandar al centro a su extremo izquierdo.
Algo parecido a lo que propuso Guardiola en el tramo final de la temporada 2010-11 con Alves y Villa pero en el lado opuesto. Tanto con Alexis como, sobretodo, con David Villa, la presencia de un lateral tan profundo como Alba permite al equipo la amplitud que necesita para potenciar a Iniesta sin la necesidad de implicar al extremo. Éste, como anoche tras la entrada de el Guaje, puede adoptar un rol más centrado y dividir la atención de los centrales por dentro. Fue una pista, toca prepararse. Vendrán retos mayores.