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Querer no es poder, pero ya es mucho

Ya habrá tiempo para hablar del terremoto Valdés. Cuando la niebla amaine y podamos vernos los pies. Lo que si diremos es que si para alguien ha sido positiva la bomba del cancerbero ese es Alexis Sánchez, que esquivará las portadas y debates sobre su casi cómica relación con el gol por un tiempo.

El chileno, en la que debía ser la temporada de su consolidación, vive una situación de bloqueo. Esto no es nuevo. Nunca ha sido un goleador ni un definidor impecable. Más allá de la calidad, el gol se siente o no se siente, y por eso a jugadores de la talla de Iniesta se les hace la portería tan pequeña y otros como el Chicharito la ven como una piscina. Alexis no es lo uno ni lo otro. Es delantero y eso implica una cierta relación con la red, pero no un jugador de los que se pesan jornada tras jornada en el marcador. Sus puntos fuertes son otros, pero siempre los ha acompañado con un número aseado de goles. 

El escenario actual no es, en ningún caso, la realidad del futbolista, y responde más a parámetros psicológicos que a aquellos estrictamente futbolísticos -si es que puede hacerse tal distinción-. Las rachas en los delanteros son comunes y pocos elegidos se libran de ellas. La necesidad del gol, la ansiedad por acallar la bruma mediática… Una mala racha puntual, en la mayoría de delanteros, excita la necesidad de reivindicarse. La expresión de un deseo más proyectado hacia el exterior que hacia el interior.

Cuando la sequía se dilata y toma los tintes que está tomando la situación con Alexis Sánchez, el escenario difiere. Transita de la necesidad de reivindicares al miedo a fallar. Es la diferencia entre dañar el orgullo o la autoestima. El chileno está en la frontera. El punto positivo es que sigue intentando, quiere. No evita la posibilidad de enfrentar una ocasión de gol, y eso es el gran motivo de esperanza. Da la sensación, eso si, que cada vez más se arrepiente de haberla tenido. El peso de las ocasiones falladas, por ahora, se le manifiesta en el momento de la finalización, cuando pretende asegurar hasta el punto que ya no es seguro, pero no en el juego. Si se mantiene ahí, el cuerpo técnico puede estar más o menos tranquilo.

 

No debería estarlo tanto de llegar el punto en el que prefiera no tener la opción de fallar. Que cuando lea el demarque o la conducción a portería, prefiera reprimirlo anticipando el error. No sería el primero y el F.C.Barcelona tiene un caso bastante próximo.

En su última temporada en el club, Bojan Krkic sufrió jugando -que no es lo mismo que jugó sufriendo-. Era patente cuando el de Linyola saltaba al césped. Su motivo no era el gol sino el juego, y terminó predominando el temor a fallar de nuevo que la ambición por reivindicares. Al primer golpe, al suelo.

Más relacionado con la opacidad ante el gol está el caso de Fernando Torres en el Chelsea. Ahora con Rafa Benítez se permite el optimismo con el ex-colchonero, pero desde su llegada a Londres y hasta el gol que certificó la eliminación del Barça en las semifinales de la pasada edición de la Champions, los números de Fernando sólo dejaban espacio para el desaliento. Partido tras partido marraba ocasiones inexplicables y el ruido a su alrededor, potenciado por la importantísima cifra pagada por su traspaso, crecía. Hasta que llegó al punto de no querer, de evitar la ocasión de gol. Su juego sumaba, pero llegado a la fase del juego definitiva, sus movimientos perdían toda naturalidad. Huía de la oportunidad de enfrentar al portero rival. Se protegía de un nuevo golpe.

Alexis no está ahí todavía. Aún las quiere. Quizá se arrepienta un instante después de ver como ese balón tampoco termina en la red, pero aún las quiere. El Barça debe ser optimista con esto y tratar de que siga siendo así. Si la herida pasa del orgullo a la autoestima será más difícil recuperar al jugador. De momento, la decisión de Valdés despeja de puños el foco y dará una semana más al chileno. Una semana para seguir queriendo, que ya es mucho.

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