Cuando el camino ha sido tan tortuoso como el del Barça esta temporada, valorarlo de manera unificada es un error. El alumno que suspende dos asignaturas con un 1 y sobresale con un 10 en otras dos, no es un alumno normal. Es muy malo en unas cosas y excelente en otras. El 10 no esconde al 1 igual que el 1 no contrarresta al 10. Así ha sido la temporada del Barça. Tortuosa, irregular, con tramos ciertamente muy buenos y otros muy malos. Para sacar su valoración final, unos se quedarán con una parte, otros con otra y algunos optarán por hacer la media. Aquello de las dos manzanas, yo me como las dos, tú ninguna…
Aquí, que no queremos ser jueces ni jurado, ni tenemos la necesidad de una nota final que sacar a pasear en discusiones y debates, no haremos ni una cosa ni la otra. Preferimos exprimir lo que nos deja cada uno de los momentos del equipo, volver sobre los propios pasos, reandar lo andado y seguir el hilo hasta salir del laberinto.
En EUMD estrenamos 2013 analizando lo que había sido hasta entonces el Barça de Vilanova. Diferenciamos entonces tres partes, todas ellas, más o menos afines, se inscribían en un relato compartido. Hubo un primer Barça hasta el primer Barça-Madrid. Un equipo enfocado principalmente al resultado, en el que sumar de tres en tres era la receta aplicada para que el nuevo proyecto ganara tiempo y crédito. Tras la era Guardiola, empezar con dos malos resultados que alejaran al Madrid en la tabla, habría puesto la relación con el entorno muy complicada. Sucedió justo lo contrario. Quien tropezó fue el Madrid. Tres veces en cuatro jornadas. A Vilanova se le abría el cielo. La posibilidad de cerrar un título antes de la jornada diez en su primer año sustituyendo en el banquillo a la mayor leyenda culé. El Barça olió sangre y se lanzó a por su presa.
Fue el tramo de Messi. El cuerpo técnico, sabiendo que no era momento para experimentos, se agarró a su valor más seguro: que Messi solo es mejor que todos. Se diseñó un sistema que lo potenciase. Extremos abiertos como no habíamos visto en toda la etapa de Guardiola y dos hombres en la base de la jugada. El Barça estiraba la lona arriba, abajo y a los lados, y en medio Leo para que con un pinchazo desgarrara. Había problemas. Principalmente, que menos Messi, todo el resto se desaprovechaba. Pero era momento de ganar un título, aunque fuera en noviembre, y Vilanova no iba a conceder nada.
El tramo del ganar, ganar y ganar, terminó con la visita del Madrid al Camp Nou. Ahí Vilanova empezó a mostrar sus cartas. Por primera vez en toda la temporada, jugaron juntos Xavi, Cesc e Iniesta, se abandonó la base de dos y los extremos abiertos. Partido igualado, empate a dos y la Liga virtualmente sentenciada. Era momento de disfrutar del premio.
Vilanova tenía tiempo, margen y la confianza del grupo y el entorno. Y a fe que lo aprovechó. Sin lugar a dudas fue el tramo más estimulante de la temporada. Cuando el técnico empezó a dar forma al equipo que imaginaba en su cabeza. La clave de ese Barça fue el triángulo que formaron en banda izquierda Jordi Alba, Cesc e Iniesta. El manchego, desde su posición de falso extremo izquierdo, se erigió como la clave para juntar al equipo arriba. Recibía, la pisaba y la escondía, atrayendo rivales y dando tiempo a sus compañeros a llegar. La presencia de un extremo tan poco académico se compensaba con sus compañeros de perfil. Si Andrés bajaba, Cesc subía. Si el 8 se cerraba, el 4 se abría. Mientras Alba completaba el movimiento.
Que el perfil izquierdo fuera el más fuerte del equipo permitió, de rebote, que los hombres que partían de la derecha, disfrutaran de más espacios. Messi, por primera vez en años, partía en el lado débil, y Xavi daba sentido a un nuevo rol de más llegada y último pase que cedía la llave del tiempo a Cesc. Sobre el de Arenys decir que, en la única vez que ha sido el jefe de la medular culé, fue pieza clave y ofreció su mejor versión desde que volvió del Arsenal. Por otro lado, los problemas con Valdés y los centrales seguían costando disgustos, pero en esta nueva versión, se vio al Barça más seguro atrás de toda la temporada.
Con el equipo lanzado, era el momento de confirmarlo. En Copa y ante un Madrid lastrado y con dudas. Iba a faltar Tito. La ausencia de Vilanova no fue sólo la de un entrenador más o menos importante, sino la del hombre que había convencido al equipo de cambiar el plan. El técnico que les había hecho olvidar el control tiránico y les había animado a abrazar el vértigo. La persona que cuando aparecía alguna duda les decía «seguid así, este es el camino».
Y las dudas aparecieron frente a Mourinho. El camino se hizo oscuro y frío, y los jugadores estaban solos. Mou contrarrestó la propuesta azulgrana atacando su salida de balón. Sin centrales diferenciales en este aspecto y un Xavi que ya no se impone en el ritmo que toma un clásico, fue Iniesta quien tuvo que socorrer al equipo al inicio de la jugada. Se rompía el mecanismo. Iniesta en el falso extremo era el inicio del resto, sin él ahí, ya nada encajaba. Nada que fuera un drama. La lógica de un equipo de élite cuando enfrenta a otro. La aparición de un problema futbolístico al que encontrar respuesta. La diferencia es que la persona que tenía que dar esa respuesta no podía estar.
El equipo se tambaleó, se sintió perdido e impotente, y dudó, dudó mucho. Dudó tanto que a su vuelta Vilanova no lo vio capaz de volver a donde se habían quedado. O quizás por su estado no se vio capaz él, eso ya son cosas que se nos escapan. El caso es que desde la vuelta del técnico, el Barça fue una huida hacia adelante. Un equipo que deseaba la llegada del verano para poder reordenar las ideas. Ya lo tiene aquí. Será más fácil hacerlo con el título de Liga bajo el brazo.
