
El hermano de Giovanni sabía que, en el Barça de Xavi, Iniesta, Cesc y Thiago, no hay lugar para fichar Dos Santos. Como no lo hay para los Beñat, Borja Valero o Verdú. Nombres que en otras épocas no sonarían extravagantes, pero que estos años, con lo que había y lo que venía, ni se concebían. En este Barça no cabe Van Bommel. Así pues, Dos Santos sabía que si salía, ya fuera cedido o traspasado, no iba a volver. Que podía triunfar en el Villarreal, el Sevilla o el Atlético de Madrid, pero que el Barça no iría a buscar fuera a un jugador como él. Si quería triunfar en la entidad azulgrana, su única opción era permanecer dentro, esperar que la oportunidad, por remota que fuera, llegara y aprovecharla. Como en su día les pasó a Gabri, Puyol, Oleguer, Sergio Busquets o Pedro.
Y la oportunidad ha llegado. Cuando el futuro de Jonathan en la plantilla culé parecía sentenciado y, esta vez sí, parecía que el mexicano se había rendido a la evidencia, una salida y una llegada han cambiado el escenario. La salida, la de Thiago, que ansioso por más responsabilidades que las que daba el ser el cuarto interior del equipo, prefirió enrolarse en el proyecto de Guardiola en Múnich. Y la llegada, la de Martino, que resetea unos roles en la plantilla anquilosados después de cinco temporadas. Jonathan siente que puede volver a luchar por un puesto, y el Tata le ha dicho que adelante, que lo luche y lo demuestre. Tendrá una oportunidad, seguramente la última. Seguramente la única. No necesita más. Sólo una.
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