
Todos menos Neymar, que nada sabe de lo que pasó aquí antes y mientras los demás sacan el álbum de fotos, él sigue a lo suyo. El público lo agradece y sus compañeros también, aunque todavía no sepan del todo como seguirle, o no estén seguros de hacerlo. El brasileño es fundamental en esta transición. El primer paso ya está dado, el equipo siente la felicidad en sus botas. La imprevisibilidad.
Otro que debería ser clave en este proceso es Cesc, y partidos como el de anoche no le ayudan. No tiene excusa. El Tata está trabajando en un equipo que juegue a su fútbol, el jugador está de dulce, y en el debut de Champions el técnico decide darle la titularidad y sentar a Xavi, que simboliza lo que simboliza. Además contra el Ajax, un equipo bien intencionado y muy bien dirigido, pero que atrás concede facilidades que muy pocos conceden. Era el partido. El momento que lleva tres temporadas esperando. El día que el entrenador le da las llaves del centro del campo, el volante y el cambio de marchas. Anoche Cesc se estrelló. La primera oportunidad le pasó de largo. Y Cesc no compite contra un cualquiera. El de Arenys quiere el sitio de Xavi, el centrocampista más importante de los últimos -muchos- años y un animal competitivo. Xavi es de los que no desaprovechan una como la de anoche, de los que huele la sangre, y claro, entró en el segundo tiempo con el partido abierto y lo selló. Ni Xavi se ganó la titularidad ni Cesc la suplencia, estamos donde estábamos. Pero el de ayer era un partido para no estarlo.
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