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De la calma al vértigo. El método Luis Enrique

Luis Enrique fue futbolista y jugó prácticamente de todo. De lateral en cualquiera de las dos bandas, de interior derecho, izquierdo, extremo, mediapunta y hasta de delantero centro. Sólo le faltó ser central. En cualquiera de estas posiciones, Lucho exhibió garra, intensidad, carácter ganador y un ímpetu ofensivo de depredador que le valió acercarse a los veinte goles en Liga jugando habitualmente en la media, cuando los pichichis rondaban los 25. A ese Luis Enrique, al del 21 en al espalda, se le puede reconocer ahora en los banquillos. Es un técnico de muy poco punto intermedio y que busca un grado de activación muy alto para sus equipos: o todo o nada. Son conjuntos, los suyos, ofensivos hasta el extremo e intensos por contagio. Y va a más. Pareciera que lo lógico sería que con los años de experiencia el ímpetu juvenil se calmara, pero la propuesta de Luis Enrique se radicaliza a cada tropiezo. De su traspiés en Roma salió más extremista que como entró. Como si sólo se pudiera ir hacia adelante.

Ambicioso en lo futbolístico y con naturalidad asumiendo el riesgo, Luis Enrique no se marca objetivos fácilmente asequibles. Busca la complejidad y la cota superior desde el día uno. Esto le ha acarreado inicios difíciles allá donde ha ido. En el filial azulgrana, cuando este jugaba en 2ªB, en la Roma, donde empezó perdiendo e incluso fue eliminado en la ronda previa de la Europa League, y en el Celta, con quien tardó 15 jornadas hasta conocer la victoria en casa. Como Bielsa o Pellegrini, sus proyectos empiezan despacio, aunque en el Barça tendrá algún que otro comodín para disimularlo.

Los equipos del asturiano inician la escalada en dirección a la cima sin atender a los refugios que se presentan en mitad del camino. Su idea de juego es protagonista, adquiere forma a través del balón y transcurre en campo contrario. Para eso la salida es primordial, y admite una rica variedad de posibilidades. Con dos centrales, con tres, en lavolpiana o incluso con servicio largo y ganando segunda jugada en banda. Los laterales, muy arriba y muy abiertos, viven la mayor parte del tiempo en la mitad rival y son los encargados de ensanchar el campo para que los extremos puedan intervenir en el carril central. En mediocampo tres hombres, normalmente un mediocentro y dos interiores, situados de forma escalonada, son la sala de máquinas, la llegada y el empujón a la presión. A Luis Enrique le gusta que se juegue cerca de la frontal del contrario todo el tiempo, los ataques van muy arriba y la defensa también. Mira poco hacia atrás.

Ultraofensivo y en busca, siempre, de la activación máxima en su equipo, las mayores dudas de sus conjuntos se encuentran en la retaguardia. Táctica y técnicamente, todas las decisiones se relacionan con la fase ofensiva y apenas atienden a lo que puede suceder luego. Con una línea defensiva muy adelantada y la presencia en ataque de un gran número de efectivos, toda acción de contención necesita de una ventaja previa generada en ataque para que el riesgo que toma el equipo no termine pasando factura.

Normalmente ha jugado con una referencia arriba -Charles en Vigo y Jonathan Soriano en el filial blaugrana- pero en Roma, con Totti, ya demostró que no le hace ascos a la figura del falso nueve. Su relación con el capitán y símbolo romanista no fue fluida, y es que en los vestuarios de Lucho no hay distinciones. El grupo es lo primero. Esa estricta disciplina fue uno de los rasgos más notorios de su etapa en el Barça B, cuando el premio de entrenar con el primer equipo tenía como consecuencia perder la titularidad en el filial en detrimento de otro compañero que sí hubiera completado todos los entrenamientos de la semana con el grupo. Exigente en el día a día, con el asturiano penaliza más lo que haga el jugador entre semana que el día de partido.

Por último, debe hablarse sobre cómo entiende Luis Enrique al futbolista. Aquí hay que apuntar dos cuestiones importantes. En primer lugar, se trata de un entrenador que da mucha responsabilidad al jugador, a quien concibe como el protagonista principal del juego pero siempre como parte de un engranaje colectivo. No hay productos terminados, sino futbolistas capaces de aprender y adecuarse a nuevos contextos y exigencias. Si el jugador no es lo que necesita el equipo, trabaja con él para que lo sea, acercando el futbolista al esquema y el esquema al jugador. Todos pueden jugar de todo. Nadie es extremo, interior o mediocentro, sino que es lo que puede aportar al equipo. Este es el segundo punto a resaltar de su manera de entender al jugador: no hay posiciones sino cualidades y zonas del campo donde éstas son más o menos necesarias. No nos tiene que extrañar si en su Barça vemos a algunos jugar en una demarcación nueva.

Llegará a un equipo y a un club necesitados de energía y estímulo, y eso les dará. En el terreno de juego, en las sesiones de entrenamiento y en la sala de prensa, Luis Enrique pone a todos en guardia. Su carácter es directo, su propuesta también. A falta de ver cómo responde en un entorno complicado y en su segundo intento con un equipo grande, si de escenificar la ruptura se trataba, su nombre encaja a la perfección. Con Lucho todo empieza de nuevo. El equipo, otrora tranquilo y controlador, pasa ahora a manos del vértigo y el riesgo.

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