
Con balón para los centrales del Barça -la acción de inicio más habitual en un partido donde el balón fue principalmente culé-, la primera de las marcas que encontraban los hombres de Luis Enrique era la del meritorio Iñaki Williams sobre Sergio Busquets. Los bilbaínos pretendieron apretar arriba en los primeros compases y cortocircuitar con el cachorro la ruta de salida que usa al mediocentro como recurrente apoyo. Busquets no era un receptor fácil, por lo que la presión rojiblanca llevó al primer pase del Barça por vías alternativas. En estas, la solución de los azulgranas pasa porque tanto Neymar como Messi se aproximen al mediocampo desde su teórica posición de partida en banda, regateen y metan al equipo arriba. Para impedirlo, el plan de Valverde preveía la persecución tanto de Bustinza como de Balenziaga sobre los extremos culés. Ambos laterales salían muy lejos, apretaban de cerca y aspiraban a incomodarle el giro a su adversario. Si en la derecha de la defensa bilbaína el mecanismo era más bien una atención individualizada que alargaba los tiempos de la persecución, en la izquierda fue un marcaje al hombre con todas las letras de Balenziaga a Messi. El de Zumárraga era la sombra del 10 sin preocuparse del hueco que pudiera dejar libre en su acoso. Era tarea del resto, de sus otros diez compañeros, compensarlo. El Athletic se movía según se movía Messi.
El dispositivo de Valverde tenía sentido y sus hombres durante un buen tramo del partido lo aplicaron con acierto, pero por un lado dejaba tanto cabo suelto que finalmente uno terminó por hacer zozobrar la nave, y por el otro se exponía a que incluso ejecutado a la perfección Leo lo superara e hiciera saltar por los aires la balanza. Así sucedió. En el carril derecho del ataque del Barça, Messi se alió con Dani Alves en una conexión a la que el Athletic no supo proponer respuesta y que permitió a los anfitriones activar una y otra vez al argentino por vigilado que estuviera. Alves, libre de marca, aparecía entre dos compañeros que sí las sufrían -Messi y Busquets- para recibir en ventaja en posición de interior, tocaba con Messi, éste le devolvía la pared y el brasileño se la volvía a devolver. La aparentemente infalible combinación entre ambos le regaló a La Pulga la posibilidad de participar en movimiento y de no tener que solucionar recibiendo parado el enmarañado sistema al que le enfrentaba su rival. A partir de ahí, Messi regateó con una inspiración sorprendente incluso para él, que es quien mejor ha regateado nunca, sin esfuerzo ni peaje. Burlaba a uno, dos o tres, en banda o por el centro, y proseguía la acción con templanza para leer el juego, como quien recibe al pie, de cara y con metros por delante.
Una vez Leo hizo añicos el planteamiento rojiblanco y con el impacto emocional sobre el encuentro de su carrera en el primer gol, el Athletic paulatinamente empezó a desnortarse y a ejecutar con menos tino del inicial lo preparado por su entrenador. Fueron floreciendo las compañías de Messi, sumándose a un Dani Alves que no solo estaba siendo el compinche del argentino sino que, con un abrumador dominio de la segunda jugada, dejaba sin la posibilidad de salir al contraataque a un rival que ya de por sí contemplaba poco esta opción. Luis Suárez y Neymar en el frente de ataque, y el brasileño e Iniesta en el perfil más descuidado de su adversario, secundaron al 10 para amansar la Final al tiempo que la sentenciaban. Solamente en el pasajero tramo del segundo tiempo en que al Barça se le escapó de las manos su idea de conceder metros y balón a su oponente para castigarlo al espacio, el Athletic tuvo voz cerca del área de Ter Stegen. Los mejores minutos bilbaínos fueron una bonita loa a su reseñable trayectoria en la competición y tuvieron a Iñaki Williams como la mejor noticia para el futuro. El del Barça pasa por Berlín. La semana será preciosa.

