
Lo primero que hay que constatar es que el problema de la salida de balón del Barça no es técnico. Es verdad que hoy el once no dispone de esa figura referencia mundial en la materia que en su día pudieron ser Koeman, Frank de Boer, Rafa Márquez o, desde otra demarcación, el mejor Xavi, pero en los pies de Piqué, Mascherano, Dani Alves, Busquets o Jordi Alba el esférico puede estar tranquilo. Incluso en los de Mathieu aunque el francés parezca no confiar tanto en la salida elaborada y se venza demasiado pronto a la tentación de alejar la pelota sin más. No digamos ya los porteros, pues aunque Bravo ha sobresalido más escribiendo que leyendo, la pareja que forma con el polifacético Ter Stegen es difícil de igualar con el cuero rodando a ras de césped. En segundo lugar, es evidente que el tricampeón tiene cómo castigar cualquier aspiración por parte del rival de quitarle el balón del pie a sus centrales. Ningún equipo para aprovechar los espacios que pueda conceder el adversario yéndose hacia arriba, que uno que disponga en su delantera a Messi, Neymar y Luis Suárez.
No obstante, eso implica un juego «a pegar más fuerte» que incluso el rompedor Barça de Luis Enrique ha querido evitar en ciertos momentos de la temporada. Con la vuelta de la Champions en su fase de eliminatorias, allá por el mes de febrero, el juego del cuadro azulgrana, que hasta entonces se había caracterizado por la predilección y aceptación de escenarios muy abiertos y de ritmo alto, experimentó cierto giro hacia el control. Se observó en Manchester, en París, en la primera parte de Sevilla, Cornellà o durante los primeros compases del clásico de la segunda vuelta, con un Messi ya más centrocampista que extremo, un Alves que generaba superioridades por dentro y un Iniesta que ganaba presencia a la izquierda de Sergio Busquets. El Barça de diciembre o enero habría respondido a la presión adelantada de la Juventus en la Final con una apuesta más directa que no comprometiera el primer pase, buscando, sin escalas, a su tridente de ataque para que corriera. El de mayo y junio, sin embargo, ambicionó más control y para ello buscó acompañar con mimo la pelota desde las fases más iniciales de la jugada.
Como decimos, los problemas en la salida de balón culé han tenido más que ver con cuestiones tácticas y de falta de rutinas en el mecanismo que con las individualidades, de modo que el cambio sustancial deberá buscarse más en las sesiones de entrenamiento que en el intercambio de piezas. Aún así, resulta evidente que algún eventual relevo haría crecer las posibilidades del Barça 2015-16 en esta faceta. En primer lugar estará por resolverse la situación en la portería. Pese a la exitosa temporada tanto de Claudio Bravo como de Ter Stegen, la fórmula empleada este curso tiene visos de necesitar una actualización para seguir siendo sostenible. Sea con un intercambio que lleve al alemán a defender la portería en Liga y al chileno en Champions y Copa, o con una rotación más transversal a las tres competiciones al estilo de la que puso en práctica Luis Enrique en el Barça B, es de esperar que el protagonismo de Marc-André en el día a día del equipo crezca. A fin de cuentas es una apuesta clara del club a largo plazo y la tendrá que mimar. De paso, le ofrecería al inicio de la jugada culé los pies más preparados.
Otro nombre a apuntar en este campo es el del central Vermaelen. Hablamos de él ayer poniendo el foco en una hipotética presencia en el lateral izquierdo, pero donde más opciones tiene de entrar si logra recuperar y sostener la forma, es en el centro de la zaga. Ahí, formando pareja con Gerard Piqué, el escalón que sube el equipo a la hora de limpiar el primer pase es sustancial, no ya porque su perfil zurdo aumenta la paleta, sino porque Thomas es un futbolista con muy buenas condiciones para sumar con el balón en los pies. Tiene el hábito forjado en Amsterdam y Londres, temple y recursos de los que echar mano iniciando en corto, en largo o en conducción. El zaguero belga y el guardameta alemán, pues, son las dos individualidades más importantes que puede sumar el Barça a su salida de balón. Como tercera y cuarta, dos más secundarias, bien por remotas o por testimoniales. Por un lado, un poco imaginable cambio de enfoque al respecto de las funciones de Rakitic, hoy más orientado al ataque de los espacios que liberan en el frente de ataque las libertades que concede el sistema a la tripleta atacante, y por el otro, la posibilidad de que a partir de la próxima temporada se cuente con Sergi Samper ya como miembro del primer equipo a todos los efectos. Es el paso que parece necesitar el crecimiento de un jugador demasiado aferrado al estilo Barça como para abandonarlo a la suerte de una aventura en territorio extraño. Es un tipo de mediocentro que la plantilla de Luis Enrique no tiene, y con Mascherano hoy titular como central, acomodarle no sería forzado. A partir de ahí, pelear por sus minutos, merecerlos y hacerlos valer.
Tendrá a su favor los buenos ojos con los que parece mirarle el técnico, que ya esta campaña le ha dado minutos e incluso titularidades, mientras que en su contra jugarán los buenos minutos como pivote con los que ha terminado el curso Sergi Roberto. Respecto al de Reus, Samper puede ayudar más a la hora de sacar el balón ya que esta es una de sus principales cualidades como mediocentro, aunque quizá no sea en el sitio de Roberto donde entre el canterano. Mañana lo vemos.
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