Con los dos puntas locales trabajando de forma insistente sobre Bartra y Vermaelen, la pareja tendía a recular alejándose así de las posibles ayudas, lo cual, o bien abría una puerta a la oportunidad, o bien obligaba a que éstas se replegaran también. Samper, Rakitic, Adriano y Jordi Alba, progresivamente, fueron atraídos hacia la frontal aún cuando el esférico todavía no la rondaba, algo a lo que también contribuía que tanto Mehmedi como sobre todo Çalhanoglu, los dos teóricos hombres de banda, buscaran la salida interior. En definitiva, una defensa doblada sobre sí misma como un papel apretado en un puño, que permitió la aparición más o menos libre, por sorpresa, de piezas como el lateral Wendell o el multiplicado Kampl, en la izquierda aprovechando el vacío que genera Messi y en la derecha obligando a Munir a jugar muy retrasado. Evidentemente, el partido en clave culé, dada la situación de partida y su posterior desarrollo, da pie a pocas lecturas, pero la elección de Schmidt propone una cuestión de interesante planteamiento. Sobre todo porque va en la dirección contraria de la que siguen la mayoría de técnicos cuando juegan contra el Barcelona y porque, pese a la eliminación, en ambos partidos resultó elocuentemente incómoda.
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