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Cuatro partidos en uno

Rara vez es posible explicar los noventa minutos de un partido como si éste fuera el mismo de principio a fin. Como una línea recta. En ocasiones, para el análisis y la descripción, puede resultar sugerente aferrarse a un aspecto en concreto y centrarse en él. Incluso darle carácter de resumen. Otras muchas veces -la mayoría-, es necesario transitar los diferentes valles, detenerse en los distintos puntos de inflexión, con tal de reflejar de manera más fiel lo que ha sido el juego y ser justos con cada uno de los tramos que le han dado color. Si además el encuentro lo han jugado futbolistas de excepcional nivel, es más fácil que su tremenda calidad haya ido dejando surcos en el relato del partido sobre los que conviene regresar y acercarse para reparar en lo que ha sido. Y los que presentan F.C.Barcelona y Real Madrid son esa clase de jugadores. Messi, Cristiano, Bale, Suárez, Piqué, Marcelo, Iniesta, Neymar, Benzema, Modric, Busquets… la lista de protagonistas en el campo capaces de afectar decisivamente al juego y a la tendencia que éste toma, tiene exactamente veintidós nombres y seis posibles añadidos. El clásico de anoche no fue una excepción a lo hasta ahora señalado pues, en consecuencia, en él pudieron localizarse con más o menos claridad hasta cuatro tramos distintos. Cuatro partidos en uno.

El primero, el inicial, tuvo que ver con un cuadro local que ambicionaba el control como sólo lo ambiciona ante los blancos. Desde su llegada, con matices según el momento del año, el Barça de Luis Enrique ha priorizado otros aspectos del juego al dominio de su discurso. Es un Barça adaptable, que viste distintos trajes y que más que elegir la etiqueta pretende lucir más guapo que los demás sea cual sea la situación. En las dos temporadas que el técnico asturiano lleva dirigiendo al equipo, todo esto ha tenido una recurrente excepción: los partidos contra el Real Madrid. Por ser el rival que más armas individuales posee, porque no tiene a Messi pero sí a la BBC, porque están Marcelo, Modric o Toni Kroos, contra ellos Lucho sí quiere, y de qué modo, tener voz en la elección de los cauces del duelo, y las medidas que ha solido tomar al respecto han tenido que ver con la conservación de la pelota. El año pasado, a excepción de contra el particular Rayo de Jémez, sólo en el Bernabéu y en Anoeta alineó juntos de inicio a Iniesta y Xavi, en el clásico de la segunda vuelta atemperó de entrada a los suyos pese al ritmo alto a partir del cual venían jugando, y el 0-4 de esta campaña lo edificó sobre medidas como la utilización de un falso extremo o del pase hacia atrás cuando el balón circulaba por su propio campo.

En esta ocasión no fue distinto, y desde la pizarra preparó una versión de su equipo muy controladora. Para darle forma tocó tres teclas. La principal fue la llave maestra, la que finalmente suele explicarlo todo: Leo Messi no partió abierto a la banda derecha sino que ocupó de forma aparente la mediapunta, y de forma efectiva una posición retrasada en mediocampo que le permitiera entrar mucho en contacto con el balón y que desde esa continuidad del argentino, como el partido se juega donde está él, el Barça mandara sobre la zona ancha. Durante la primera mitad lo hizo. En segundo lugar, el inicio de la jugada se desarrollaba claramente con tres culés en el primer escalón, siendo el tercero Jordi Alba de modo que Busquets no tuviera que desudar su posición de mediocentro. Con esto los locales buscaban y lograban dos ventajas. Por un lado, al tener más poblado el cierre, si el rival no encimaba el hombre que de los tres tenía el cuero podía ganar metros en conducción para dividir, entrar en zona más conflictiva y obligar a un contrario a abandonar a un azulgrana para acudir a su encuentro. Así consiguieron los catalanes, por ejemplo, que el Madrid no pudiera fijar una vigilancia sobre Busquets que encasquillara la secuencia de pases. En segundo lugar, el ensanchamiento del inicio provocado por ese tercer hombre permitía liberar mucho a Dani Alves, que o bien limpiaba una línea de pase o bien, situándose a medio camino de Cristiano y Marcelo, atraía hacia fuera a uno de los hombres interiores del cuadro merengue.

La novedad en banda izquierda fue que, sin Jordi Alba abierto, vimos a un Andrés Iniesta en constante aproximación a la cal, haciendo ancho el campo, activando también una línea de pase en diagonal y llevándose a Modric muchas veces con él. La querencia exterior del manchego permitió que, por dentro, a Messi se le pudiera unir Neymar, y con ello incrementar la amenaza sobre la posición de Kroos y Casemiro, que debían enfrentarse a una MSN centrada, a Rakitic, Busquets y a las aproximaciones que desde los costados dibujaran Alves e Iniesta. Además, como el Madrid en general y ellos dos en particular saltaban a la presión abandonando su zona y metiendo el pie, al Barça se le descubrían nuevos espacios libres y la opción de sortear las piernas adversarias con tal de no ceder el dominio del cuero. Durante este tramo, el Madrid no privó al Barça de hacer nada que no quisiera, y como sus piezas se desordenaban al son de la posesión culé, cualquier intento de salida al contraataque contaba con una dificultad mayor. Igualmente, debido a errores propios en los primeros pases y a que la disposición de partida favorecía la presión azulgrana, a lo largo de estos minutos apenas encontraron los blancos más soluciones de llegar arriba que el envío diagonal hacia Gareth Bale buscando el emparejamiento del galés con Jordi Alba. Pese a que posteriormente también Benzema, aunque desacertado, se ofrecería como opción en tres cuartos, que el Barça no se fuera al descanso en ventaja se explica, sobre todo, por su premisa inicial, pues no arriesgaba la posesión y con Messi jugando tan atrás la distancia entre la pelota y Keylor Navas era mayor que cuando el argentino es más delantero.

No cambió mucho el conjunto catalán, de entrada, tras el descanso, pero sí el Real Madrid. Los blancos salieron del vestuario dispuestos a dejar a un lado su forma de defender durante los primeros 45 minutos, y si en estos habían primado la pelota a la posición y el robo a la paciencia, en la reanudación sus cartas fueron las contrarias. De una manera mucho más parecida a la que empleaba el equipo de Ancelotti, los merengues guardaron su zona y no arriesgaron más de la cuenta en la anticipación. A los centrales, por ejemplo, no los persiguió más. Probablemente con la excepción de Kroos, que pareció el único que seguía pendiente del robo y de la presión más vehemente. De este modo los visitantes hallaron, sobre todo, nuevas posibilidades a la contra, ya que como la fase defensiva no implicaba perder el orden, tras pasar el balón a su poder el lugar que ocupaba cada madridista sobre el campo era más coherente y favorecía el siguiente paso. Se redujeron las pérdidas en salida y se empezó a lanzar a los hombres de delante. Además, aproximadamente desde el minuto 25 del primer tiempo, el Barça había roto la base de tres en salida adelantando y abriendo la posición de Jordi Alba, quizá para alejar con ello a Bale de una zona desde la que estaba siendo la gran esperanza madridista, o para que Iniesta recuperara su posición en el centro. El caso es que, debido a esta variación, los culés pasaron a cerrar sólo con los centrales, por lo que las respuestas del Madrid intimidaban más.

Hasta entonces, sin embargo, aunque su rival había mejorado, el Barça en ataque mantenía unas constantes similares a las que había mostrado en la primera parte. Fue a partir de adelantarse en el marcador que las perdió. La tranquilidad o incluso conservadurismo que había demostrado hasta entonces en el manejo de la pelota, tras el gol de Piqué se transformó en una precipitación que también contagió a la manera de defenderse. Se perdía la pelota -en zonas donde no debía, porque el Barça con Messi en la media estaba jugando atrás-, y una vez perdida, como el Madrid en el primer tiempo, respondía de una forma futbolísticamente más nerviosa, exponiendo el espacio y dando facilidades a Marcelo, Modric, Bale, Cristiano y compañía para avanzar. Lo debió ver bien Luis Enrique, que diez minutos después del empate blanco dio entrada al campo a Arda Turan, en lo que pudo leerse como un intento de reproducir «el cambio de Xavi» con el turco en el lugar del egarense. Aquel con el que, la temporada pasada, el equipo pasaba a esconder la pelota y cuyo propósito, aunque de un modo distinto, era posible adivinar en la contratación del ex-colchonero. Pero como ni Arda logró con éxito el cometido ni el equipo se sumó a la intención del cambio, a raíz de la sustitución el Barça quebró su estructura y pasó a quedar totalmente expuesto ante los ataques del Real Madrid.

Además, originariamente «el cambio de Xavi» se producía en lugar de un Iniesta hoy mucho más importante que entonces, de modo que a lo fallido de la maniobra y a la todavía asonancia táctica de Turan en el equipo, se le sumó la pérdida del esfuerzo y el recorrido de Ivan Rakitic en la medular. El croata estaba siendo importante cuando los locales no tenían la pelota, situado en el carril derecho de un 1-4-4-2 que dejaba arriba a Messi y Suárez, y multiplicándose en la contención de Marcelo, Kroos y Cristiano. Cedido el control y abierto el Barça en canal, el lateral izquierdo brasileño, por ejemplo, resultó incontrolable. Como lo son los cracks cuando van sin freno. Y de esos el rival del Barça anoche tiene varios. Por eso Luis Enrique, a ellos sí, los quiere sujetos.

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– Foto: Paul Gilham/Getty Images

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