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Donde esté Busquets

Moenchengladbach's Guinean midfielder Ibrahima Traore and Barcelona's midfielder Sergio Busquets vie for the ball during the UEFA Champions League first-leg group C football match between Borussia Moenchengladbach and FC Barcelona at the Borussia Park in Moenchengladbach, western Germany on September 28, 2016. / AFP / PATRIK STOLLARZ (Photo credit should read PATRIK STOLLARZ/AFP/Getty Images)

Messi es un comodín. Es tener más ases escondidos que mangas para esconderlos. Saberse todos los trucos del videojuego. Es tiempo y margen de maniobra. La posibilidad de errar sin que acarree consecuencias. Cambiar de esquema táctico, sobre todo cuando el cambio no implica sólo alguna modificación superficial sino novedades sustanciales, es una maniobra delicada y con riesgos. Demanda reencontrar el lugar de cada tiempo y el orden de las palabras al hablar, y si no se logra el resultado puede ser como arrojar un petardo sobre un hormiguero. No es fácil, aunque con Leo a veces lo parezca. Tan interesante es manejar alternativas e incrementar el muestrario, como complejo lograrlo sin sobresalto y ensayo-error. Ante esta dificultad se topó anoche el F.C.Barcelona en el Borussia Park, frente a un rival que supo moverse en el cuadrilátero para sacar provecho de las neuvas preguntas que el 1-4-3-1-2 con el que formaron los catalanes les obligaba a contestar. La medida, en gran parte, tenía su razón de ser en la presencia de una doble punta enfrentada a la defensa de tres centrales que de nuevo alinearon los alemanes, pero su eficacia específica apenas pudo medirse porque mientras la dibujaron en su ataque los de Luis Enrique no lograron llegar hasta ella de la forma pretendida.

El circuito de salida, sin las referencias abiertas que en ataque suelen ofrecer los extremos al menos de partida, tuvo dificultades para alcanzar las orillas, y condenado a transcurrir por dentro muy a menudo se topó con la telaraña tejida por André Schubert para ocupar con más efectivos una zona que no pocas veces su equipo ha visto más despoblada. Wendt y Traoré, sin espaldas que atender, marcaban el ancho y la vigilancia de los laterales, de forma que en el carril central pudieran juntarse hasta cuatro futbolistas para dificultar el desarrollo al mediocampo azulgrana. Stindl, mediapunta llegador, y Thorgan Hazard, sobre el papel segundo punta, cerraban justo por delante del mediocentro, a la altura de Dahoud, formando una línea de tres que trabajaba sobre las recepciones, giros y desmarques de Rakitic e Iniesta. Los interiores del Barça, por su parte, perdían a su habitual apoyo. Debido a que sin delanteros de banda, el carril, como en aquel plan inicial de Luis Enrique cuando aterrizó en el banquillo catalán, debía ser encargo de los laterales, Sergio Busquets se integraba en la misma línea que Mascherano y Piqué para, formando un cierre de tres hombres, impulsar tanto a Sergi Roberto como a Jordi Alba con tal de que ganaran metros. La contrapartida, que quizá también generalmente pero que en concreto en el partido de anoche se hizo sentir más que cualquier ventaja, fue que el mediocentro barcelonista a menudo quedó demasiado lejos del punto en el que su equipo perdía el control del cuero y, por lo tanto, de la presión adelantada en la que sobresale y que tanto valor adquiere para el Barça tanto en cuestiones relacionadas con la defensa como también con las que tienen que ver con el ataque.

El Borussia Mönchengladbach, en pies de un Mahmoud Dahoud que finalizó el primer tiempo con un 100% de acierto en el pase, salía, y el Barça no tenía cerca de esa salida a su mejor pretoriano. Viendo las dificultades que le sobrevenían al plan inicial, pues, Luis Enrique reajustó con un primer movimiento que consistió en acercar más a Neymar a la banda izquierda. Hasta entonces fijo en la mediapunta, ladearse no mejoró su actuación -que fue participativa pero desacertada-, pero sí empezó a darle al equipo alguna ruta más conocida dando con un hombre abierto donde suele tenerlo. Aún a oscuras, pudo volver a dejar el vaso de agua donde siempre ha estado la mesita de noche. Paulatinamente, el Barça fue retornando a la estructura que suele darle el 1-4-3-3, inicialmente ocupando la derecha con un Alcácer decantado pero que intercambió movimientos con Luis Suárez, y un Rakitic perdido sin Messi pero que mantuvo sus desmarques dentro-fuera en ausencia de un delantero en su banda, y definitivamente con la entrada de Rafinha al campo antes de que se contaran diez minutos del segundo tiempo.

Con el brasileño, el redibujo fue claro, y todas aquellas dificultades estructurales que habían castigado al cuadro azulgrana reandaron sobre sus pasos. La salida de balón, tenía ahora a quien encontrar abierto a ambos costados, el juego llegaba arriba y como los laterales ya no debían ser impulsados con la misma furia que antes Busquets recuperó su espacio en mediocampo para presionar. La jugada del empate resultó el resumen de todo esto: los visitantes iniciaron juego con sólo Piqué y Mascherano en el cierre, Sergi Roberto encontró a Rafinha por delante para darle altura al ataque, los culés movieron y se juntaron en campo contrario, perdieron el balón muy arriba, Busquets encerró al Gladbach en apenas 25 metros, el Barça recuperó el balón y de la recuperación llegó el gol. Obra de un Arda Turan que dejó muy buenos minutos en un interior derecho transformado casi en mediapunta, totalmente asomado a un balcón del área que desde su entrada y hasta el final, los de Luis Enrique cercarían en busca de lo que fue una victoria con escaso brillo pero que puede ser trascendental en el futuro del Grupo C.

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– Foto: Patrik Stollarz/AFP/Getty Images

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