El plan decía que el Sporting esperaría ordenado atrás, y que para abrirlo, ausente Messi, revolucionar el ritmo y alargar el campo podía ser una buena solución. Que después de estrenar el casillero, con los de Abelardo obligados a adelantar líneas y apretar donde no debían, las piernas y superior determinación en ambas áreas de los culés, se cobrarían la ventaja. Iba a ser un partido con dos partes, y aunque ciertamente lo fue, éstas tuvieron motivaciones distintas a las previstas de antemano. Luis Enrique fue claro en su intención de reducir control y gestación al desarrollo de su equipos con tal de abrazar un encuentro en el que la transición del Barça de Messi al de Neymar ofreciera al brasileño mayores espacios. Que en el cambio de pecera reconociera a su alrededor el hábitat que más se le amolda. Iniesta, el blaugrana que más pausa, descansó, e hicieron lo propio quienes junto a él suelen comandar la salida de balón sobre su sector. Los visitantes, saldrían a competir desde el desorden. Su propuesta, atendiendo a sus condicionantes, era esperable, no así la del Sporting de Gijón, que quizá por leer la situación de su oponente como una oportunidad, dejó a un lado el traje que había vestido en sus dos anteriores encuentros ante los catalanes para lucir un atuendo de mayor riesgo que finalmente se le deshilachó.
Sin Messi para castigar los vacíos, ni Iniesta, Mascherano o Jordi Alba para esquivar la presión, el equipo del Pitu salió con voluntad de buscar arriba al Barça, de incomodarle el inicio como hacen tantos, convencido de no tenerlo que lamentarse como les pasa a casi todos. En un primer momento lo consiguió, pues pareció como si su rival siguiera al pie de la letra el libreto marcado sin atender a que su adversario se lo saltaba, pero cuando tras el gol de Luis Suárez guión y realidad se dieron la mano, no pudo contener todos los castigos que Luis Enrique tiene preparados para aleccionar a quienes ante él osan ser valientes. El Barça, que fue de Neymar, modificó de inicio la posición del brasileño para darle mayor importancia en zonas centrales. Digne sujetaba la banda en una posición más fija que dinámica, Suárez invertía sus desmarques para acompasarlos al nuevo jugador franquicia, Busquets orientaba el juego hacia él y Mathieu, desde un posicionamiento más adelantado de lo habitual, casi alcanzando mediocampo, ejercía de base tanto en ataque como en defensa sobre una zona en la que Arda Turan no terminó de hacerse con la temperatura. Por características y aprendizaje, la posición de interior en el juego del Barça todavía se le hace extraña al turco, y como además el sábado, con Busquets por momentos entre centrales, sólo pudo delegar en un André Gomes por familiarizarse, los interiores culés definieron los minuto más grisáceos del Barça hasta que se pusieron a transitar con viento a favor.
La primera elección de Luis Enrique para remplazar al lesionado Leo Messi fue un Rafinha emparejado con Lora que se encargó -primero- de fijar la atención del deshubicado lateral izquierdo rojiblanco y -después- de llevárselo de la banda con él. Como el balón orbitaba alrededor de la posición de Neymar, y Burgui anduvo relajado en el retorno, tras cambio de orientación desde el centro-izquierda y desmarque hacia el área de Rafinha, a Sergi Roberto se le abría un infinito en el que presumir de físico en la carrera, timming en la llegada y precisión en el toque. Expulsó al atropellado Lora, asistió a Rafinha, a Alcácer y a Arda en el segundo, tercer y cuarto gol, confirmó que en un Barça que cargue a la izquierda sus apariciones suman un nuevo argumento de lo más productivo y mandó un aviso para navegantes: es de verdad y van a tener que pensar cómo pararlo. Porque si encuentra la puerta abierta…
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– Foto: Juan Manuel Serrano Arce/Getty Images

