
Llorente, el punto y el papel
Todos tenemos algún profesor al que recordar. Depende de cada cual, puede ser que a unos cuantos. Yo de la escuela recuerdo especialmente a uno, no muy afamado desde la más estricta vertiente académica pero de los que, a la imagen de aquellos maestros antiguos que quizá tengan más de mito que de realidad, adornaba el curso con enseñanzas de las que no están en los libros y de las que en aquel momento, cuando eres un niño, parecen pasar de largo pero que más tarde, no sabes muy bien cómo ni porqué, regresan. Sin ir más lejos, él me mandó escribir por primera vez, y como castigo, sobre un partido del Barça. Diremos que se llamaba Fernando. Un buen dia, no alcanzo a recordar del todo el motivo, en mitad de una clase Fernando sacó un folio en blanco, le pintó un punto negro en medio con un rotulador y se lo mostró a la clase. “¿Qué veis aquí?” Teníamos diez u once años, y todos, sin excepción, hicimos referencia a aquella marca negra circular que manchaba el centro del papel. Desde los más positivistas que se quedaron en que aquello era simplemente un punto, a los más aventureros que creyeron ver en él a una mosca, a un ojo, a un planeta… Entonces Fernando, con impostada contrariedad y un punto de satisfacción indisimulable porque su plan marchaba según lo previsto, nos replicó: “es verdad que hay un punto negro, pero lo que más hay, lo que es más grande y no veis, es el papel, y nadie me ha dicho nada sobre él“.
Me acordé de Fernando en diciembre del año pasado. El Real Madrid jugaba en Cadiz la ida de los dieciseisavos de final de la Copa del Rey, e iba a ser eliminado terminara como terminara el encuentro. A causa de la alineación indebida de uno de sus jugadores, cualquier cosa que sucediera o hubiese sucedido sobre el césped desde el inicio hasta que se decretara el final, carecía de importancia. La noticia lo sobrevolaba, porque uno de los grandes favoritos a ganar la competición sería apelado de ella a las primeras de cambio, y por la manera nada habitual como lo haría. El papel en blanco, claramente, era la eliminación del Madrid. Sin embargo, yo no podía dejar de mirar a un rubio canterano madridista al que descubría por primera vez en su mediocampo. Diremos que se llamaba Marcos Llorente. Es lo que me llevé de aquel agitado partido: disputó los noventa minutos, no marcó ningún gol pero jugó con una naturalidad al fútbol que hacía difícil apartar los ojos de él. Me quedé con la noticia pequeña, con el detalle insignificante. Con la parte de un todo, qué duda cabe, mucho más trascendente. Esta temporada Llorente milita en las filas del Alavés, y me ha hecho volver a pensar en Fernando. Y es que en estas dos primeras jornadas de Liga el conjunto vitoriano ha sido muchas cosas, pero irremediablemente, ante el folio de Pellegrino, yo sigo mirando al centro y al punto negro que en aquella clase Fernando dibujó en él.
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