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El jinete azul

Celta Vigo's forward Iago Aspas celebrates after scoring a goal during the Spanish league football match RC Celta de Vigo vs FC Barcelona at the Balaidos stadium in Vigo on October 2, 2016. / AFP / MIGUEL RIOPA (Photo credit should read MIGUEL RIOPA/AFP/Getty Images)

En la celeste noche de Vigo, el Celta de Eduardo Berizzo necesitó poco más de media hora para vestir de tinieblas un partido que el Barça no descubrió por sorpresa. Los locales, fieles a la cita con la intensidad en la prisión y el riesgo en la vigilancia, repitieron la receta de anteriores victorias suculentas, a sabiendas que ante la latosa dificultad mostrada en el arranque de Liga a la hora de generarse sus propias ocasiones de gol, la posibilidad de un robo alto que se produjera con el rival expuesto y sus delanteros cerca del festín, le solucionaba buena parte del problema. Y fue tal cual, pues aunque la elección de las piezas, con Arda y André Gomes en el lugar de Iniesta y Rakitic, llevara a imaginarse a un Barça sorteador que virase hacia una respuesta menos ortodoxa en la que salir jugando desde atrás no fuera un imperativo inquebrantable, los de Luis Enrique ahondaron en la escalada paciente y controlada pero con cuerdas que la montaña celtista fácilmente podía erosionar.

La presión de los gallegos, ya demostrada como exitosa en los precedentes, exigía perfección, y el inicio de la jugada culé no sólo no lo fue sino que quedó empapado de dificultad. La presencia de dos interiores poco expertos en las rutas de inicio barcelonistas y cuya técnica y comportamiento táctico todavía no se adecúan a lo que requiere la salida del Barça, la pérdida -como el miércoles- de referencias adelantadas en banda a las que abastecer fácilmente a pocos metros del área contraria, y con ello la imposibilidad tanto para cruzar como comodidad la divisoria como para juntarse tras ella una vez superada, dieron con un Barça partido y castigado en lo individual y lo colectivo. Sólo cuando Jérémy Mathieu podía alcanzar un peldaño superior en salida y situarse en mediocampo a la altura de Busquets, ganó estabilidad el juego visitante. Cuando no, el encuentro se sucedía entre pérdidas sin amparo y un escenario táctico que hacía muy difícil la corrección. Jordi Alba, extremo en ausencia de uno, eliminó uno de los cojines que debían amortiguar la caída, y Sergio Busquets, inmisericordemente abandonado, sin que el juego le hubiese permitido el espacio donde es fuerte, se estremecía como el último árbol del bosque.

Iago Aspas talló en él un corazón y se dispuso a talarlo, mientras en las alas Pione Sisto aprovechaba la espalda de Alba y Theo Bongonda hacía recular a la de Sergi Roberto. Se jugaba en la mitad que defendía el Barça, custodiada cuando pudo por dos líneas de cuatro que vieron a André Gomes en el centro, y a Luis Suárez y Neymar -de nuevo centrado- como un anhelado destino con el puente serrado. En once minutos del primer tiempo se terminó el partido. Pero como el efecto del azul, decía Wassily Kandinsky, se potencia al oscurecerlo, cuando más manchaba la atmósfera de Balaídos el ánimo visitante, junto a Andrés Iniesta, entre tanto celeste, emergió el jinete azul, azul oscuro, para convencer a propios y extraños de las opciones de lo imposible. Para Piqué, cuanto peor, mejor. Él cree antes que nadie, y cuando lo hace contagia. A quienes quieren creer como él y a quienes temen en lo que Gerard puede creer. Anotó dos goles, invocó a un tercero y quizá sólo un último error culé lo apartó de su meta. Una meta que finalmente sí fue azul, pero un azul demasiado celeste. Un azul tan claro como el fútbol de Iago Aspas.

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– Miguel Riopa/AFP/Getty Images

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