Luis Enrique tiene un problema. Con el equipo inmerso en tres competiciones, la Juventus a la vuelta del fin de semana y una Liga todavía posible aunque cada semana más difícil, no tiene más opción que rotar, mucho o poco, en varios de los duelos que le depare el final de curso. Es un requerimiento al que se enfrenta él, Allegri, Zidane, Simeone, Tuchel o Ancelotti. En el caso del Barça, sin embargo, cabe reseñar el escaso jugo que ha podido sacar a su banquillo durante los últimos meses. Si acaso algunas titularidades de Arda Turan como extremo, la rotación atrás de Mascherano o Jordi Alba según la defensa haya formado con tres o cuatro efectivos y los partidos de Rafinha en el 3-4-3. Pocas ventajas más ha descubierto el asturiano de su fondo de armario, ya sea de inicio o con los partidos en marcha. Seguramente tenga que ver en ello no tanto el nivel como sí las particularidades de su segund unidad, poco dada a la revolución y lo suficientemente distinta a sus pares titulares como para subvertir el orden habitual del equipo, pero a su vez, la característica particularidad del Barça de las últimas temporadas de tomar forma a partir de sus individualidades, probablemente haya dificultado el proceso a la hora de aprovechar los recursos de la amplia plantilla azulgrana.
Por un lado, porque cada cambio, pues, extirpa no sólo un futbolista de mayor nivel sino también una de las partes que lo explican como colectivo, y por el otro porque en este escenario de desprotección táctica, las dudas y dificultades que pueda llevar consigo el habitual suplente a acoplar, se disparan. Este Barça es un equipo ideado a partir de sus cracks y pensado para tenerlos. Esta singularidad, que en otras temporadas le ha resultado más que rentable, en la presente ha ocasionado numerosas contrariedades a la hora de poder desarrollar un sistema de juego de forma estable y eficaz, dando como resultado una campaña, por el momento, marcada por una persistente irregularidad. La explicación no se esconde en el dibujo, sino en el sistema, pero sí es cierto que el cambio abrazado por el Barça tras caer goleado en París funcionó como revulsivo. El sistema mantenía el mismo germen, pero la distinta disposición de las piezas suavizó, y en algunos casos incluso solventó, determinados aspectos. La salida de balón, la forma de ganar metros, la productividad del ataque posicional, la activación de la presión…
– A medida que fue avanzando el primer tiempo, Leo Messi tuvo que recibir la pelota más atrás. (A la izquierda, su mapa del 0′ al 25′, y a la derecha del 25′ al 45′) –
Con poco de todo esto se reencontraron los culés en La Rosaleda, de vuelta al 1-4-3-3 y reproduciendo algunos de los comportamientos que semanas atrás alimentaron la necesidad del cambio. La posición de Mascherano como lateral derecho, por ejemplo, volvió a esterilizar el carril derecho del ataque, al tiempo que la pérdida de centrocampistas arrastró de nuevo al equipo hacia las dificultades para llevar el balón en ventaja a la MSN y, por lo tanto, para agilizar sus ataques ante un rival replegado. A medida que el cuadro de Míchel fue acomodando su respuesta en campo propio, cerrando el carril central y volcando sus atenciones sobre el verso libre de Neymar, con Recio trabajando en el apoyo de un excelente Roberto Rosales, amparándose en la ausencia de Iniesta y de un contrapeso en banda derecha, el Barça fue localizando su juego más lejos de Kameni. La evolución de la actividad de Leo Messi sobre el campo, pasando de la frontal en el primer cuarto de encuentro a las proximidades de la divisoria en els egundo, en este sentido, resulta elocuente.
Buena parte de las cuestiones que recientemente habían permitido el cambio de dinámica azulgrana, en Málaga se suspendieron en el interior de un paréntesis. Ni las entradas entradas de Iniesta y Sergi Roberto lograron devolverle a la ofensiva visitante el criterio y lucidez de su último reto. Lastrado el juego de ataque, y con ello la posibilidad de crear un contexto favorable a la presión después de haber desordenado al rival y situado el balón arriba, quedó expuesta la transición defensiva culé. El Barça no perdía bien el balón, ni por el cómo ni por el dónde y, además, a la hora de enfrentarse a este peliagudo paisaje, contó con la ausencia de la individualidad que más cosas define sobre su reacción atrás.
Los últimos tres goles que ha encajado el Barça sin Piqué, los tres con un balón a la espalda de la defensa y mano a mano ante el portero.
— EUMD | Albert Morén (@eumd) 8 de abril de 2017
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No necesitó el Málaga soltarse en exceso para que la posibilidad de filtrar un balón al espacio hacia la carrera de Sandro Ramírez permanecía abierta, toda vez sin Piqué a la zaga blaugrana le falta el tipo de central que analice la situación, decida la mejor opción y conduzca a sus acompañantes en el camino adecuado. Cuando se habla del «perfil Piqué», es a ello a lo que se hace mención, a algo que la plantilla del Barça sólo encuentra en el catalán. Así pues, sin él Ter Stegen encajó gol con un balón del rival a la espalda de la defensa por tercera vez consecutiva, un tipo de acción que pese a lo adelantada que habitualmente pone la línea el equipo, con Gerard sobre el campo el rival apenas tiene opción de activar. Sin atacar bien y Messi tirando del equipo a golpe de riñón, al Barça le tocó defender con peor punto de partida y sin quien mejor lo hace.
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– Foto: David Ramos/Getty Images

