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La historia de Roma

La temporada del Barça empezó gravemente herida. El mismo equipo que apenas unos meses antes no había sido capaz de plantar batalla en Liga al Real Madrid, y que en Champions recibió sendas goleadas por parte del Paris Saint Germain y la Juventus de Turín, perdía sin previo aviso no sólo a uno de sus mejores futbolistas sino a uno de los que más habían venido marcando su singularidad y evolución como equipo. El Barça de la MSN ya no podría ser, y en su lugar apenas se sumaban al proyecto piezas relevantes de impacto inmediato. El once más recurrente durante el curso, pues, solamente ha contado una cara nueva. A veces Dembélé, otras Paulinho y anoche Semedo, han ocupado la vacante que el adiós de Neymar dejó sin dueño. Así las cosas, la primera temporada de Ernesto Valverde al frente de la nave culé ha transcurrido como un ejercicio de supervivencia anclado a la realidad de una plantilla que arrastraba problemas y que ha perdido nivel. Un trabajo detallista en el que explorar medidas para compensar las carencias generando escenarios concretos que potenciaran las virtudes que todavía tiene el plantel. Siguiendo este camino, el Txingurri encontró en Rakitic a un centrocampista que no se había visto, en Umtiti un central que el francés no había sido, y sacó de Jordi Alba, Sergio Busquets, Ter Stegen o Sergi Roberto versiones próximas a su máxima capacidad. Además, apostó como eje de su propuesta por devolver a Leo Messi a las inmediaciones de la frontal.

Sobre todas estas medidas, no obstante, ha sobrevolado durante meses la incertidumbre de la máxima exigencia. La duda de si, obligadas a comparecer ante las dificultades más altas, se mantendrían igual de fiables. De si Rakitic, Umtiti, Alba, Roberto o Iniesta podrían seguir siendo los mismos, o si, desde un punto de vista más coral, el equipo sería capaz de continuar alimentando a Leo Messi cerca de la corona. Cabía la posibilidad de que no fuera así y que, como resultado, esta temporada el primerísimo escalón no estuviera a su alcance. Que no fuera suficiente. Sin embargo, anoche los azulgranas no dejaron escapar una renta de tres goles ante el Atlético de Madrid, la Juventus, el Bayern Munich, el Real Madrid, el Paris Saint Germain, el Manchester City o el Chelsea. Anoche, la calidad sí que estaba de su lado. A la hora de establecer en la derrota un relato de unión, una explicación transversal a modo de resumen y sentencia que la ilustre con un único brochazo, por lo tanto, el último tropiezo europeo del FC Barcelona no pone fácil la simplificación. Quizá algunas de las armas con las que a día de hoy cuentan los culés no miren de tú a tú a las de sus máximos competidores, pero sí con respecto a las que ha esgrimido Di Francesco en la eliminatoria. ¿Qué sucedió en el Olímpico de Roma para que Kolarov, De Rossi o Dzeko fueran más que Piqué, Iniesta o Leo Messi?

La Copa de Europa, como todos las competiciones con funcionamiento de eliminatoria, es un torneo con una particularidad decisiva: siempre llega el momento en el que no hay nada que perder. No por nada, buena parte de las remontadas más espectaculares que ha dado el fútbol se enmarcan en este tipo de formato. Cuando ya no hay nada más ni ningún mañana en el que pensar, cuando ya se está muerto y sólo queda la oportunidad y el deseo de seguir viviendo. Así saltó al campo la Roma, con un cambio en su estructura para cerrar con tres centrales, abrir las bandas con Florenzi y Kolarov, y ganar a un hombre por dentro entre Dzeko y Nainggolan. Sin más que perder que lo que ya no tenía. Dejando espacios a la espalda de su defensa, presionando muy arriba y buscando un ritmo de juego que le pasase por encima al rival. Ante esto, el Barça volvió a evidenciar la falta de motor para resistir al envite. Aunque intentara bajarle las pulsaciones al duelo, la Roma no obedecería, y en un enfrentamiento de alta intensidad, los azulgranas, con una edad media en su once superior a los 28 años, no sobrevivieron.

Además de verse superados por el guión, los hombres de Valverde vivieron el encuentro en inferioridad tanto individual como táctica. Difícilmente de otra forma, contando con mejores futbolistas, podían dejar escapar los visitantes una ventaja semejante. Para lo primero resultó especialmente ilustrativo el duelo entre Edin Dzeko y Umtiti, una herida abierta en el corazón de la zaga del Barça en la que el punta bosnio hurgó con acierto e intención. Incontenible en el juego directo, el cuadro azulgrana no pudo dar respuesta a ninguna de las consecuencias nacidas de su cabeza, su pecho o sus pies. Fue un martillo constante que hizo tambalearse al último muro de contención de su oponente. El posicionamiento del mediocampo, las erráticas actuaciones de los laterales o la insuficiencia de Luis Suárez a la hora de mantener limpia la pelota o de imponerse a campo abierto, se sumaron al descarrilamiento.

En cuanto a la pizarra, el Txingurri optó por repetir el mismo planteamiento de la ida, esto es, destinar la undécima plaza en disputa a Nélson Semedo para formar con Sergi Roberto por delante del lateral. La del falso extremo derecho no es una alternativa extraña para el FC Barcelona, pues últimamente Messi, antes Pedro e incluso puntualmente el propio Roberto han desempeñado este rol, pero se trata de un recurso que en el sistema actual convive con la ausencia, también, de un extremo al uso en la orilla izquierda, dejando al equipo sin contrapesos exteriores con los que estirar al contrario hacia las esquinas. Por delante de Semedo y Jordi Alba, todo sucedió por dentro, facilitando, por un lado, la concentración del trabajo defensivo de la Roma alrededor de un imperial Daniele De Rossi, e impidiendo que el Barça hallara puntos de apoyo a partir de los cuales juntarse arriba. Los de Valverde no tuvieron la capacidad de conquistar una de las esquinas del campo, girar al rival, detenerse, dar tiempo a llegar a la segunda y la tercera línea, y activarla en campo contrario a través de un pase atrás. El avance -o intento de avance- barcelonista siempre miró hacia arriba y hacia adentro. El bloque siempre estuvo lejos de las zonas en las que espera encontrar a Messi. La promesa que, en verano, de forma implícita hizo el técnico a su estrella, esta vez no se cumplió.

Sin opciones para ensanchar, pues, los esfuerzos se localizaron en el carril central, simplificando el trabajo en la presión de los locales. Los de Di Francesco no sólo no tuvieron que atender a los costados, sino que la falta de velocidad para amenazar la espalda de Juan Jesus, Fazio y Manolas, eliminó sus preocupaciones en casi una de las mitades del campo, dando lugar a una situación de partido marcada por la presión italiana y la imposibilidad culé de encontrar una salida. Por dentro no había caminos, por fuera no había referencias y los balones en largo eran devueltos a la mitad que defendían los blaugranas. Por si fuera poco, el hecho de que Sergi Roberto actuara por delante de su habitual puesto de lateral, dejó al inicio de la jugada del Barça sin el recurso de su conducción, suerte que no pocas veces este curso le ha servido a los de Valverde para esquivar la primera emboscada y trasladar el cuero hacia arriba. Todo sucedió demasiado lejos de Messi, y acercarse a Leo es lo que brinda la opción de ganar. Separado del argentino, en esta ocasión el resto no mostró la fiabilidad de otras noches para no perder.

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