Durante años el Barça fue una anomalía. Una excepción incluso para quien la creó. Pep Guardiola llegó al banquillo del primer equipo pregonando las virtudes de los extremos regateadores, heredero como era él de equipos en los que compartió suerte con Goikoetxea, Txiqui Beguiristain, Stoichkov o Luis Figo, y a su salida del Camp Nou no dudó en volver rodearse de jugadores como Robben, Ribery, Coman, Douglas Costa o Leroy Sané. El fútbol que tiene en la cabeza los necesita para llevar al rival hacia fuera, generar el desequilibrio y devolver el balón al carril central con más espacios para quienes lo ocupan. Durante años, sin embargo, pudo disfrutar de tener a sus órdenes, y en el mismo momento, a Xavi, Iniesta y Leo Messi, y los cuatro se potenciaron de tal modo que hicieron innecesaria una figura otrora imprescindible. Aunque todo el mundo los mirara a ellos, eran capaces de seguir hacia adelante. Separado el cuarteto, sin embargo, las temporadas que han seguido a aquel período de tiempo tuvieron en común la búsqueda del reclamo exterior. De un cebo lo suficientemente relevante cerca de la banda, que obligara al rival a ladear su atención y a comprometer espacios en el interior que pudieran ser aprovechados.
Tito Vilanova lo encontró situando a Andrés Iniesta en el extremo izquierdo, al Tata Martino lo persigue su planteamiento contra el Atlético en Champions consistente en utilizar al propio Leo como señuelo, y Luis Enrique, que primero situó al 10 en banda, cuando el argentino regresó al centro halló en Neymar el salvoconducto para llevar el esférico desde la cal hasta la corona del área. Anoche al Barça le faltó quien lo hiciera. Ni los laterales ni la apuesta de Valverde por vestir las alas con dos centrocampistas, lograron dar lugar a un foco lo suficientemente sugerente en banda como para que una Roma bien ordenada se entregara a un penduleo que pudiera abrir la grieta. Así, aunque con Sergi Roberto por delante del Semedo en el carril derecho pudiera esperarse un ensanchamiento de la zona efectiva para la circulación, ni el catalán ni Andrés Iniesta consiguieron sacar a su rival hacia los costados. Sergi porque durante el primer tiempo fluyó poco cuando apareció fuera, y el manchego porque a la pausa que sí tuvo no pudo añadirle un cambio de ritmo que acelerara el juego, facilitaron a los de Di Francesco un desarrollo defensivo con un único punto de atención: Leo Messi. Apenas Nélson Semedo, sorpresa en el once bien con intención de que con Roberto se ganara a un centrocampista con balón, o bien para proteger con un segundo escudo el carril más fecundo de la Roma, logró a través de la conducción vertical estirar a la zaga visitante hacia el banderín de córner.
Así las cosas, por dentro, una Roma que según fuera la altura del balón alternaba como respuesta el 1-4-1-4-1 y el 1-4-5-1 dependiendo de la cercanía de sus interiores con respecto a la posición de De Rossi, multiplicó esfuerzos en la defensa sobre Leo Messi obligando al argentino a un trayecto con muchas paradas antes de alcanzar zona de finalización. Además, la falta de más piezas desequilibrantes en el once, y la pesada actuación de Iniesta y de un Luis Suárez al que el plan necesitaba por partida doble, no ofrecieron al 10 un apoyo constante con el que aliarse a la hora de progresar ni a nivel táctico ni individual. Tampoco lo tuvo la Roma, que aceptó sacrificar un planteamiento con dos direcciones a cambio mostrarse más compacta en campo propio. Dzeko, Perotti y Kolarov volcando el juego hacia la izquierda, y Florenzi amenazando con la diagonal desde la derecha, fueron sus argumentos más tentadores, pero mientras el marcador se mantuvo igualado pudo entregarse a ellos con poca frecuencia. A campo abierto los zagueros culés gozaron de ventaja, y por otro lado, aunque su presión no se mostró especialmente ajustada, los de Valverde volvieron a sacar réditos del robo adelantado.
Fue tras recuperación que el Barça encontró su vía más clara para adentrarse con peligro en el área visitante, una parcela del campo en la que ni Alisson ni los centrales acertaron a imponerse sobre las amenazas barcelonistas, contrastando su actuación con la de un Gerard Piqué decisivo en la iniciativa de los suyos. Más allá de su participación directa en el resultado con el gol del tres a cero, donde Gerard más evidente hizo la superioridad frente a sus homólogos romanistas fue custodiando la portería de Ter Stegen. El descenso del impacto en el juego de Iniesta o Sergio Busquets, y la ausencia de amenazas profundas que castigaran al espacio, permitió que la Roma acercara progresivamente su campamento base al área azulgrana y de este modo se iluminara un momento de forma de Samuel Umtiti lejano al que apuntó en otros momentos. Sin embargo, a diferencia de lo que había ocurrido en la portería contraria, Gerard procuró para su portero el orden general de la zaga. La estructura culé no transmitió la solidez de otras veces, pero la última barrera se mantuvo segura gracias al catalán.
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– Foto: Pau Barrena/AFP/Getty Images

