Una de las premisas básicas del Barça post-Neymar es que Leo Messi y el mediocentro culé deben estar cerca sobre el campo. Como si los uniera una cuerda corta que no permitiera a ninguno de los dos alejarse del otro más de la cuenta. Sin grandes despliegues físicos para recortar en solitario distancias exageradas hacia la portería rival, ni tampoco para compactar el repliegue desde posiciones iniciales desfavorables, la separación entre el 10 y el pivote representa el listón según el cual se mide la unidad de las líneas barcelonistas. No obstante, aunque se trate de un presupuesto previo que debe ser atendido como condición, la salud del juego del Barça suele depender de cuál de los dos extremos de la cuerda ejerce mayor atracción sobre el otro. Si el equipo es capaz de hacer de Messi el núcleo, y en consecuencia es el mediocentro quien adelanta su influencia ofensiva y defensiva aproximándose al argentino, los augurios suelen ser positivos para el conjunto azulgrana. Pero si, en cambio, el campamento base culé queda lejos de Leo y es él quien finalmente se ve forzado a perder metros, las señales para los de Ernesto Valverde acostumbran a resultar menos halagüeños.
Así lo pretendió el Celta del debutante Óscar García el sábado en el Camp Nou, con éxito durante un buen tramo del partido, gracias a una intensa y muy poblada presión adelantada que dificultó mucho el asentamiento del Barça en campo contrario. La receta del técnico de Sabadell en su estreno vigués consistió en una adaptación total de su esquema al dibujo más habitual del Barça, de tal modo que la posición de partida de cada jugador celtista coincidiera con la de un futbolista local. Así, donde el Barça pondría tres delanteros el Celta situó a tres centrales, contra Sergi Roberto, De Jong y Arthur emparejó a Pape Cheikh, Lobotka y Fran Beltrán, acompañó a Iago Aspas con Sisto para tapar en igualdad a los centrales y recurrió al uso de carrileros para poder tapar desde muy arriba a los dos laterales locales. De este modo, en el inicio de la jugada culé, hasta siete futbolistas contrarios defendían en equilibrio a cada una de las piezas de la zaga y el mediocampo, sin que el tres contra tres concedido a Messi, Griezmann y Ansu Fati significara un peaje inasumible. La principal consecuencia del planteamiento de Óscar fue que los tres medios del Barça se vieron obligados a recibir siempre de espalda, un requisito que Sergi Roberto, desde el mediocentro, sufrió especialmente.
Puesto que, como se apuntaba al comienzo, el Barça necesita tener juntos a Messi y al mediocentro pero le resulta mucho más productivo cuando esto sucede porque es el segundo el que se acerca al primero, las dos primeras intervenciones de Valverde en el partido se orientaron a ese propósito. Primero con el intercambio de posiciones entre Sergi Roberto y De Jong con el objetivo de sumar el regate del holandés en la base sin perder una segunda referencia en mediocampo por delante del pivote, y posteriormente con la prematura entrada de Sergio Busquets al partido en sustitución de Semedo. La entrada del segundo capitán azulgrana, además, le permitió al Txingurri reformular la banda derecha con una nueva sociedad. Así pues, la caída de Sergi Roberto al lateral fue acompañada de un mayor entendimiento con Messi a la hora de aprovechar las largas persecuciones realizadas por Olaza sobre el argentino. El marcador uruguayo seguía a Leo lejos de su posición de partida, lo cual, dada la libertad de movimientos del 10, descubría el carril libre para que las internadas de Sergi Roberto oxigenaran la salida desde atrás empujando hacia su propio campo a David Juncà.

