Cuando un entrenador dirige a Leo Messi, tiene que tomar dos decisiones de calado profundo. La primera, más epidérmica, radica en la demarcación del argentino, y en la manera cómo a su alrededor tomará forma el equipo. La segunda, en cambio, es de fondo, y tiene que ver con cuál de las caras de El 10 se quiere o se puede poner en primera línea. En resumidas cuentas, se trata de decantarse por un Messi que culmine los pases que le sirven los demás o por uno que alimente de balones a quienes le acompañan. Ambas versiones son, en la mayoría de casos, versiones definitivas, aunque el vínculo de Leo con le gesto final prácticamente siempre convierta en primer impulso el deseo de sus técnicos de acercarlo al gol. De permitirle instalarse en la frontal del área contraria, asumiendo el reto de diseñar, para tal propósito, un mecanismo capaz de suplirle en todos los momentos previos de la acción. Un equipo que llegue hasta Messi sin necesitar de él antes de tiempo.
Ocurre, no obstante, que el Barça sí lo está necesitando en fases anteriores de la jugada. A lomos de la nueva propuesta con balón de Quique Setién, más pausada y controladora y, por ello también, más instalada en el ataque organizado que en una ofensiva por oleadas, pero sin algunas de las palancas que en otros momentos le han servido a los culés para desencallar escenarios cerrados, las últimas semanas han visto a un argentino más insistente, si cabe, de cara al gol, pero con un volumen mayor de intervenciones alejadas del área. Sin desborde en los costados, esperando una recuperación total de Arthur que dinamice la posesión en campo rival como en los mejores tramos del equipo el curso pasado, y con un Jordi Alba lejos del nivel de incidencia y productividad que tuvo antaño, en el Barça de Setién no está siendo extraño descubrir a Leo recibiendo el balón por detrás de muchos de sus compañeros en pos de hacerlo llegar, convertido en ocasión de gol, a alguno de los avanzados.
– A la izquierda (en grande) el mapa de calor de Leo Messi durante toda la temporada. A la derecha (en pequeño), los mapas de calor de Messi en sus últimos seis partidos con el Barça. (vía Sofascore) –
Así sucedió, de forma especialmente notoria, este último fin de semana en el Benito Villamarín, en un Barça preparado para compensar las aproximaciones de Messi con los movimientos por delante de Griezmann o Arturo Vidal, pero que, formando en rombo, encontró dificultades para desencadenar sus ataques sin pasar previamente por las botas de su capitán. En concreto, una de las principales causas de su incomodidad tuvo que ver con el hecho de que, esta vez, la amplitud del ataque por banda sobre el papel corriera a cuenta de los laterales, y que por este motivo sólo estuviera en disposición de activarla -haciendo ancha tanto a posesión como la estructura defensiva del Betis- cuando Nélson Semedo y Junior Firpo podían pasar de ser laterales a ocupar el espacio de dos teóricos extremos. El problema real del Barça fue que conseguirlo pasaba por la suficiencia de su salida de balón a la hora de mover el punto de gravedad del encuentro hacia la mitad del campo bética, y que frente a esto sus primeros pases no siempre generaron la ventaja. De este modo, a pesar del protagonismo de Ter Stegen en el inicio de la acción, la coincidencia de dos centrales zurdos en el eje de la defensa y de Semedo y Sergi Roberto en el perfil derecho, concentró el arranque barcelonista sobre un único carril. La poca autosuficiencia del lateral derecho en la salida y las dificultades de Sergi Roberto recibiendo de espaldas desde el interior se juntaron con la tendencia natural de Umtiti y Lenglet de orientar la salida hacia la izquierda, convirtiendo el avance culé en una suerte de pasillo estrecho. El Betis concentraba su presión sin que el Barça pudiera diversificar y progresar por las zonas menos concurridas.
– Foto: Aitor Alcalde/Getty Images
– Gráficos: as.com y Sofascore

