Durante los últimos años el FC Barcelona había renunciado a la figura del extremo. Debido al encaje que los diferentes entrenadores buscaron para Leo Messi y condicionado por el perfil de las sucesivas incorporaciones con opciones para ocupar el puesto, el 1-4-3-3 lo era sin sus distinguidos hombres de banda. En lugar de clavar chinchetas en las esquinas del campo, había priorizado la mayor comodidad de futbolistas como Messi, Griezmann, Coutinho, Arturo Vidal o Dembélé influyendo por dentro. Sucede que más allá del aporte individual, el de extremo es un papel íntimamente ligado al desarrollo de ventajas colectivas. Jugadores que desde su rol facilitan el juego a los demás. En este sentido es famoso el episodio en el que Johan Cruyff felicitó a Txiki Begiristain tras un partido en el que el de Olaberría prácticamente no había tocado el balón, por cómo a través de su posicionamiento en el campo había permitido brillar a sus compañeros. Por eso, incluso cuando no los han tenido, son varios los entrenadores del Barça que para no renunciar a jugar con extremos han adaptado a futbolistas de otro perfil al puesto. Arietes como Stoichkov, Dani García, Henry, Bojan o David Villa, mediapuntas como Laudrup, Rivaldo, Ronaldinho, Messi o Neymar, o interiores como Iniesta o Thiago Alcántara, sirvieron a Cruyff, Van Gaal, Rijkaard, Guardiola, Vilanova o Luis Enrique para jugar con extremos aun cuando los intérpretes no fueran especialistas de la demarcación.
Esto es exactamente lo que ha trabajado Sergi Barjuán durante su interinaje en el banquillo azulgrana, requiriendo a un segundo punta con tendencia al área como Ansu Fati en la izquierda, y a un interior con gusto por tocar el balón en mediocampo como Gavi en la derecha. Futbolistas a los que situar inicialmente en banda, luciendo como extremos en los momentos de la jugada que más los necesita el equipo ahí, con licencia para reubicarse una vez cumplido con su cometido en la cal o cuando el juego les haya acercado un relevo. Y es que aunque el de extremo es un rol tradicionalmente muy vinculado a la amplitud de los ataques cuando el equipo se enfrenta a adversarios replegados, ensanchando los ataques y abriendo pasillos entre los laterales y los centrales del rival, de un tiempo a esta parte su relevancia es incluso mayor durante la salida de balón y el avance hasta campo contrario. El crecimiento ofensivo de los laterales y el volumen de remate que ganan los equipos movilizando por dentro a todos sus delanteros en los últimos metros hace tiempo que invita a los entrenadores a que el desenlace de la acción se produzca con los extremos por dentro.
Antes de eso, sin embargo, cuando el equipo empieza a jugar desde el propio campo y ni los laterales ni los centrocampistas han podido adelantar lo suficiente su posición para dar el revelo a los atacantes, la contribución de los extremos juega un papel fundamental en la era de las presiones. En un momento futbolístico en el que gran parte de los contrarios apuestan por bloques defensivos altos que movilicen a muchos futbolistas en la recuperación adelantada y que reducen los espacios al equipo que pretende salir jugando desde atrás, los extremos son los jugadores que más fácilmente pueden contrarrestar el plan. Siendo amplios y profundos para mantener atrás y muy abiertos a los laterales rivales, eliminándolos de la pelea en la presión, y liberando carriles para que el equipo pueda hacer avanzar el cuero. Así ocurrió el sábado durante el primer tiempo del Celta-Barça, un tramo resuelto por los culés con una ventaja de tres goles y que cimentó la superioridad visitante en sendas situaciones de superioridad en banda para las que tanto Gavi como Ansu resultaron vitales. El conjunto de Coudet le planteó al Barça una presión adelantada que emparejaba a Aspas, Galhardo y Denis Suárez con los centrales y el mediocentro azulgrana, y que por lo tanto dejaba en inferioridad a Solari, Tapia y Nolito contra los dos laterales y los dos interiores de Sergi.
– Foto: Juan Manuel Serrano Arce/Getty Images

