
Superhéroe Rivaldo
“Rivaldo es Rivaldo, y por eso hoy hemos perdido”. Héctor Cúper
El de superhéroe es un trabajo ingrato. Individual, muchas veces solitario debido a que las capacidades que precisa no las poseen los demás, y desagradecido porque, generalmente oculto, quien se esconde detrás de la máscara rara vez saborea las mieles de un reconocimiento que empieza y termina en su caracterizado álter ego. En casa no espera nadie y, si espera, lo mejor es que no sepa quien eres. Puedes ser el mito al que nadie ha puesto nombre, y del que muy pocos llevan la cuenta de las veces que ha salvado al mundo. Un desconocido con heridas debajo de la camisa. Cicatrices con firmas de victorias, ciudades y enemigos. Puedes ser Rivaldo. El héroe al que en realidad muy pocos quisieron, pero a quien, en un momento u otro, todos terminaron necesitando.
Rivaldo Vitor Borba Ferreira fue Messi antes de Messi. El primero en formular la mentira que el argentino haría suya para siempre y por completo. Como ha hecho y hace con tantos otros, Leo Messi ha desvirtuado el juicio de la puntualidad. Nunca, ni antes ni probablemente después, el crack del equipo apareció siempre. Al mejor le bastaban una serie de días señalados para serlo, para demostrar que lo era, y que lo era en una dimensión mayor que cualquier otro. Las leyendas se escribían contando apariciones más que descontando ausencias, y para entrar a formar parte del grupo de los elegidos, pues, era necesario demostrarlo con fotografías, con momentos que atestiguaran tal condición. El requisito, más que no haber faltado nunca, era haber respondido alguna vez a la llamada donde nadie más habría sido capaz de hacerlo. Antes de que Messi cambiara al mundo las referencias a fuerza de zarandear finales, semifinales y cuanto partido grande ha disputado en plenitud, Rivaldo encarnó esa figura de la estrella que permanentemente comparece. La que nunca falta. La que siempre está. El guardián capaz de hacer realidad los imposibles. El futbolista al que entregarse cuando hacía falta. E hizo falta muchas veces. Su fichaje por el F.C.Barcelona, de hecho, fue más fruto de la necesidad que del deseo. Van Gaal, que había dado forma en Amsterdam al mejor equipo de Europa sin erigir figuras por encima del colectivo, no tenía intención de encomendarse a una de ellas en Barcelona, por mucho que aquel verano el equipo se hubiese despedido de un Ronaldo Nazario cuyo impacto todavía retumbaba en cada rincón de la liga española. El holandés tenía a Sonny Anderson, que ni era lo mismo ni se quería que lo fuera.
A Ronaldo lo sustituiría el equipo, y el ex del Mónaco, entendía el técnico, le ayudaría a hacerlo: “Ronaldo es único y nadie espera que Anderson sea como él. Yo, por mi parte, no espero que marque más goles que Ronaldo, pero el Barcelona podrá jugar más como equipo que el año pasado, y eso es lo importante para mí“. Por eso, la última petición de Van Gaal -o penúltima si se tiene en cuenta su insistencia por un central experto en la defensa en zona- más que una individualidad fue una pieza: a su ataque le faltaba un extremo izquierdo. Denílson, McManaman o Leonardo fueron algunos de los nombres que circularon como aspirantes a la vacante, pero la pretemporada y a última hora el inicio de la competición oficial, habían puesto sobre la mesa más necesidades de las, a priori, previstas. Al equipo le faltaba gol, problema que el técnico trató de esquivar, sin suerte, con sucesivos cambios de dibujo (“Ronaldo es una gran pérdida porque él marcó gran parte de los goles del Barcelona la pasada Liga. Habrá que hallar una solución para conseguir los goles que anotaba. En estos momentos no hay un goleador como él y ésa es la razón para cambiar de sistema“) y aunque la idea no formara parte del libreto del holandés, también se echaba de menos una figura que cargara sobre sus espaldas todo el peso que la salida de Ronaldo había dejado a repartir. Una previa de Champions inesperadamente sufrida ante el casi desconocido Skonto de Riga encendía una alarma silenciada apenas 24 horas más tarde con la inmediata contratación de Rivaldo.
El brasileño podía y debía ser el jugador capaz de ejercer como el crack al que encomendarse, y de aportar una cifra importante de goles al ataque culé. Veintiuno había marcado la temporada anterior en las filas del Deportivo de la Coruña. Pero no era extremo. Su fichaje por el F.C.Barcelona se lo había ganado, durante su primer curso en España, jugando habitualmente como mediapunta en el 1-4-2-3-1 blanquiazul, una posición que en las variantes tácticas que manejaba Van Gaal no existía -o que si existía no era para un futbolista de sus características- y que el holandés no estaba dispuesto a concederle. El dibujo era sagrado y poco flexible, y cualquier intento por subvertirlo era susceptible de ser amonestado con vehemencia. Técnico y futbolista sellaron entonces un acuerdo de conveniencia, de necesidades cruzadas. Un pacto, un juego de tensiones que, ciertamente, durante aproximadamente dos temporadas y media funcionó y dio pie a uno de los mejores equipos del continente, por bien que dos tempraneras y consecutivas eliminaciones de Champions empañaran lo que a la postre resultó un autoritario bicampeón de Liga. Un equipo capaz de ser muy constante en la puntuación una vez alcanzaba la velocidad de crucero, gracias, sobre todo, a un desempeño ofensivo en el que, pese a todo, las partes encajaban muy bien.
Guardiola, Luis Enrique, Cocu, Figo, Kluivert y, por encima de todos, un Rivaldo convertido en arma de matar. Primero lo fue formando parte del engranaje, aportando su tremebundo disparo desde fuera del área, sus centros “bananeros” desde la cal, su desborde a golpe seco de cadera, su llegada al remate y un físico aparentemente desgalichado pero a la postre determinante, en un juego de balanzas en el que todo parecía compensarse. Con sus apariciones en el centro convivían las diagonales dentro-fuera de Cocu, con un nueve de registros discretos como Patrick Kluivert lo hacía una segunda línea muy goleadora que precisaba de un ariete como el holandés para poder serlo sin trabas, y con dos extremos a pie natural y de envío preciso, una área repleta de cabeceadores y un mediocentro conectado con ambas orillas desde el desplazamiento en largo. Pese a los problemas defensivos que se erigieron como el aspecto menos competitivo de aquel proyecto, de mediocampo hacia adelante todo funcionaba a la perfección… hasta que dejó de hacerlo. El pacto tácito entre Rivaldo y Van Gaal duró lo que duró, y de tanto tirar cada uno hacia su lado la cuerda se rompió por el medio. El brasileño, mejor jugador del mundo, reclamó la mediapunta, el entrenador ya no pudo negársela y, poco a poco, aquel reloj al que con tanto mimo se le había dado forma, empezó a descompasarse.
Lo curioso del caso, sin embargo, es que a medida que se desmoronaba todo cuanto tenía a su alrededor, cuanto más solo se quedaba, más determinante era Rivaldo. Una paradoja que a modo de resumen quizá ilustre el jugador que fue. De 2000 a 2002, siempre que el Barça, descapitalizado, herido en lo más profundo e inmerso en un proceso de descomposición que parecía no tener fin, pudo mirar a los ojos a un gran rival, fue a partir de las piernas encorvadas de su letal salvador. Si era preciso anotar tres goles en San Siro, consciente de que nadie más podía hacerlo, Rivaldo los marcaba. Si el Santiago Bernabéu también los pedía, él los ponía de su bolsillo, probablemente tras haber sido duda en la previa y con seguridad después de chocar con Fernando Hierro. Y si la última jornada exigía una gesta a la par con tal de que el equipo se clasificara al menos cuarto y lograra, así, el pase a Champions, él se encargaría de protagonizarla. Aunque apenas quedaran ya dos minutos. Aunque el único balón recibido fuera uno bombeado hacia la frontal del área y se recibiera de espaldas. Aunque la única manera de transformarlo en gol y en éxtasis fuera dibujando la chilena más perfecta que el Camp Nou haya visto jamás. Aunque fuera imposible.
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– Fotos: Phil Cole y Graham Chadwick /Allsport
Eric Medina Lapaix 14 octubre, 2016
La soledad de Rivaldo (dentro de sus funciones) es como me llega a la mente: una voz que clama en el desierto. No para morir en el intento, sino sacar petróleo de dónde no se podía. Generar peligro en el balcón y dentro del área. Parecerse en eso, un tanto a Romario.
Cumplir las expectativas hasta donde pudo y convertirse en lo que no se creía.
Nuevamente, una voz que clama en el desierto.
vi23 14 octubre, 2016
Era un alma libre que ganó muchísimos partidos. Si hablamos del juego, el equipo jugaba mejor cuando él la tocaba (muy) poco y peor cuando él la tocaba bastante. Nunca he tenido claro si compensó aquel fichaje.
Por cierto, la pareja Benzema–Cristiano recuerda un poco a la suya con Kluivert
Jordi 14 octubre, 2016
Mi idolo de la infancia, porque Ronaldo no quiso quedarse claro, era demasiado individialista, con la delantera que habia (mas Figo y Kluivert) se tenia q aspirar a mas, de haber logrado presionar bien tras perdida ese equipo hubiese sido letal.
Roque 15 octubre, 2016
Buen trabajo!!
De jugar en estos tiempos, si su epoca hubiese sido esta, jugando el Barça con 4-3-3 creeis que Figo y Rivaldo jugarian a banda cambiada? Hubieran jugado mejor a banda cambiada?
Iniesta10 16 octubre, 2016
Muchos recuerdos de Rivaldo, muchos partidos salvados … uf
Quería más libertad para irse hacia dentro, necesitaba un lateral largo para abandonar la banda, pero la rigidez de Van Gaal se lo impedía. Hubiera sido más letal con libertad.
Aquel equipo, con Guardiola-Cocú-LuisEnrique, y delante con Figo-Kluivert-Rivaldo. Era un equipazo, Creo que el futbol le debe una champions a ese Barça
Quizás nos faltó un poco más de autoestima, de creer que se podía ganar la champions.
Jolaus 17 octubre, 2016
Aquí hay una disyuntiva extraña: Sin Rivaldo en libertad, no veíamos sus hazañas de súperheroe, pero se ganaban títulos. Con Rivaldo en libertad, nos maravillamos con él, pero no se ganaba nada.
Van Gaal ya sabemos como es con su sistema. Pero que mal que ni Serra Ferrer y ni Rexach supieron encontrar el equilibrio entre un juego colectivo con superhéroe incluido. A lo mejor un entrenador diferente si habría logrado sacar provecho a semejante estrella.