
Si hablamos del planteamiento de Guardiola, la principal novedad fue la entrada de Keita, una decisión enmarcada en la ida de una eliminatoria de Champions, que buscaba asegurar la defensa del juego directo buscando a Ibra. Con el malí, Guardiola sumaba a un jugador poderoso en el juego aéreo y capaz de disputar la segunda jugada una vez el sueco bajara el balón. Si ese era su cometido en defensa, en ataque Keita, aunque empezó por dentro, rápidamente acabó adoptando una posición muy abierta a banda. Sin Cesc, el mando era para Xavi, lo que implica que el campo se incline hacia el perfil derecho, y puesto que Iniesta partía del extremo izquierdo, para entrar en contacto con el esférico, el manchego tuvo que abandonar la nada. Keita, pues, fue el corrector que ocupó la banda en ausencia de Andrés.
Si la primera mitad fue de claro color azulgrana, la segunda fue mucho más abierta. El Barça sintió la presión de no haber concretado sus ocasiones en la primera parte y el césped y el paso de los minutos hicieron mella en las piernas de los jugadores, especialmente en Xavi que había sido el dueño del primer tiempo. Podría haber sido interesante la entrada de Cesc por el de Terrassa, pero en esta ida, ante todo, Guardiola quería control del partido, y optó por ofrecerle a Xavi más tiempo y espacio en su zona, dando entrada a Tello para que atacara la espalda de la defensa y obligase a los italianos a correr hacia atrás. Lo mismo con el cambio de Pedro por Alexis. Dos extremos bien abiertos, estirando la zona central para Messi y Xavi.
Todo queda abierto para la vuelta. La lógica deja a un Barça como claro favorito para decidir en su campo, pero esa misma lógica no se ha impuesto en los tres partidos disputados contra el Milan, y ahí está el recuerdo de ese 2-2 de la liguilla que ahora daría la clasificación para semifinales al Milan.
