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A.C.Milan

La remontada soñada tiene el primer gol bien pronto, al inicio de partido. El segundo, el que empata la eliminatoria, antes de llegar al descanso, tras salvarse de una ocasión clara del rival. El tercero, para ponerse en ventaja, a poco de comenzar el segundo tiempo. Es mejor el sufrimiento estando dentro que estando fuera. Y el cuarto, el que sella el pase, cuando apenas quedan unos segundos para que la adrenalina del abismo estalle en catarsis colectiva.

El equipo, el club y el entorno ya se han puesto a trabajar. Toca remontada. El clima, eso sí, está menos encendido y revolucionado que otras veces. Quizá por la experiencia negativa de las otras ocasiones en que se intentó, seguramente porque el momento actual del equipo tampoco invita al optimismo desbordado. Por eso, el cuerpo técnico debe comprender que el equipo no está, ni en lo futbolístico ni en lo anímico, para inventos radicales. Más que inventar, el objetivo será recuperar. Recuperar aquellos mecanismos que mejor han funcionado esta temporada. Esto como primera clave, como segunda, está el diseñar un equipo capaz de dar respuesta a los distintos escenarios que pueda plantear el rival. A día de hoy, aun nadie tiene claro si el Milan optará por encerrarse o repetirá presionando arriba. El resultado de la ida invita a pensar que lo primero, los últimos partidos del Barça que lo segundo. Los azulgranas deben saltar al césped del Camp Nou preparados para imponerse en ambas situaciones. 

El Barça lo tenía. Había logrado lo más difícil, reinventarse, asumir el vértigo como camino, desterrar el control absoluto que lo convirtió en eterno. El proceso, sin duda, fue duro. Casi nadie ha logrado encadenar proyectos vencedores sin rupturas más o menos traumáticas. Tito Vilanova, su cuerpo técnico y sus jugadores lo habían logrado. Fueron lo suficientemente valientes para caminar por lo desconocido, y tuvieron la seguridad suficiente en si mismos como para lanzarse a la nueva aventura. El Barça volaba y parecía volver a ser invencible. Dos lastres arrastraba, la poca seguridad de la pareja de centrales y un Valdés que no para, pero el plan funcionaba. Incluso había dejado de conceder atrás. El buen juego es la mejor medida defensiva. Pero actualmente, los azulgranas no están ahí.

Pocos clubs hay con más mística que el Milan. Para bien y para mal, los rossonero forman parte de ese grupo de equipos que arrastran leyendas. Cuando conviven con el éxito, son leyendas de victoria, admiración y heroísmo. Cuando las cosas van mal, sin embargo, sobrevuelan las leyendas negras, los sospechosos habituales. Desde que el Milan de Ancelotti abdicara y el club no supiera abrir la puerta a la salida de los antiguos héroes y a la entrada de un nuevo proyecto, hay un tópico adherido al conjunto lombardo: el del cementerio de elefantes. La ausencia de relevos en los pilares del antiguo campeón, y la querencia por contratar ilustres veteranos, dieron forma a esa imagen. Curiosamente, en la actualidad sigue manteniendo la fama, aunque la renovación de la plantilla sea un hecho. Ni Pirlo, ni Seedorf, ni Zambrotta, ni Nesta, ni Inzaghi… Más allá de Ambrosini, Abbiati y Yepes, pocos veteranos quedan ya en Milan. Una proporción habitual en el resto de plantillas.