
Más importante que cuanto balón tienes es el dónde lo tienes. Durante el primer tiempo, la posesión del Barça se localizó prácticamente en el circulo central. Antaño, los circuitos de posesión se asentaban en las frontales rivales, mientras que en la primera mitad se desarrollaron prácticamente en la medular. El Madrid, como se esperaba, salió presionando arriba, acompañando ese comportamiento con la línea defensiva adelantada que permitía la vuelta de Pepe. Líneas juntas y arriba. Dificultades para el Barça para iniciar y desaparición de los espacios a la espalda de mediocentros donde la recepción de Messi es el recurso más poderoso del equipo. Vilanova no utilizó la alternativa de situar en punta a Alexis para empujar hacía atrás a la línea blanca, y mientras estuvo en el terreno de juego ocupó la banda derecha.
Con el Barça tocado y prácticamente hundido, el partido estaba para lo que estaba. En la mente de todos, jugadores y aficionados, la sensación que era el momento en que el Madrid se cobraría cuatro años de 2 a 6, 5 a 0, tripletes y sextetes. Y entonces, al filo del descanso, en un lanzamiento de falta directo, Messi anotaría el 2-1. El escenario psicológico del choque dio un giro de 180º. Todo el mundo pasó de pensar en el 5-0 a pensar en el 2-2, y eso definió todo el segundo tiempo. Un segundo tiempo en el que el Madrid salió a aprovechar la ventaja defensiva de jugar con un hombre más. Eso permitió al Barça jugar más cómodo, organizado en un 4-4-1 que le simplificaba las cosas. Consciente de su inferioridad, también el Barça bajó revoluciones y se dedicó a esperar su oportunidad. Tuvo hasta cuatro en las botas de Pedro, Jordi Alba, Montoya y Messi pero no terminaron en gol.
El segundo tiempo servirá para que la herida de la primera parte cicatrice más fácil, pero esta Supercopa viene a confirmar que la de Vilanova no debe ser una labor continuista, sino una en la que encontrar soluciones a unos problemas que el equipo arrastra de la pasada campaña.
