Cuanto peor, mejor
Argentina jugó ante Nigeria su peor partido en este Mundial, y sin embargo se fue del estadio más satisfecha que de los dos anteriores. También el público en general, que viendo clara la imperfección de la albiceleste, la considera más candidata ahora que antes. ¿El motivo? Que Leo Messi esta vez anotó dos goles, y en las otras dos ocasiones “sólo” uno. A este punto llega el 10 argentino y este nivel de influencia alcanza tanto en los suyos como en los que no son los suyos. Es el Mundial de Messi, y si Leo está -que está- todo es posible. El partido le allanó el camino a Sabella ahora que para Argentina empieza el otro Mundial. Uno en el que no se suman puntos sino que se superan eliminatorias. Lo primero se logra ganando, pero para lo segundo vale con no perder. El choque ante Nigeria evidenció dos cosas. La primera, que Argentina no parece estar en disposición de asentar el discurso sobre su plan de ataque. La segunda, que todo lo que no sea proteger a los cuatro zagueros se presume un disparo en el pie.
Donde la primera jornada estuvo Besic y en la segunda Teymoorian con Nekounam, esta vez estuvieron Obi Mikel y Ogenyi Onazi, que aunque en apariencia insinúen lo contrario, se aplican bastante menos en el trabajo que los anteriores. Los africanos, con un repliegue no demasiado intenso y un mediocampo que permitía cierta comodidad para que los argentinos conectaran, lo ponían fácil. Zabaleta subió, Gago encontró tiempo para el gesto, y los dos se acercaron a Messi para que el juego creciera desde ese sector derecho. Se encontraron, pudieron hilar alguna circulación rápida y, amasando balón, vaciaron el perfil izquierdo para que, tras cambio de orientación no demasiado pronunciado, Di María encontrara el camino despejado para la conducción o el uno contra uno por dentro. Ni el Fideo ni Messi encontraron demasiadas dificultades para progresar en el carril central, pero más allá del gesto individual, estas situaciones no le ofrecieron a Argentina un soporte colectivo. Se servían el uno al otro. Este plan, el que en teoría debería ser el ideal, rentó poco. Agüero no llegaba bien y tuvo que abandonar el partido con problemas físicos, e Higuaín, muy desacertado a nivel técnico, está sumando poco más allá del valor presencial que otorga un futbolista que juegue por delante de Messi. Y como Gago tampoco es el organizador, cuando Argentina trata de llevar la iniciativa, el disfraz no le va. Además, en busca de potenciar un plan ya de por sí incompleto si no tiene a todas sus piezas en el estado óptimo de forma, expone a una defensa alarmantemente frágil.
Ni los centrales ni los laterales de Argentina parecen ahora mismo capaces de imponerse de otro modo que no sea por mera acumulación, como intentara el seleccionador el primer día. Sobrecargar la própia área, mantenerse juntos y con muchos efectivos por detrás del balón, y sabiendo jugar la carta del poder por arriba de su guardameta. Nigeria, con un contraataque no precisamente indefendible, le puso en aprietos prácticamente cada vez que arremetía. Emenike protegiendo el cuero, Musa aprovechando el latifundio entre central y lateral, o las llegadas de los hombres de banda, sacaron algo de provecho casi en cada acción. Argentina tuvo el partido a su favor, pero Nigeria siempre encontró cómo dañarle.