Tan sólo cuando quién recibía en la base era Rafinha -que mejoró respecto a su actuación ante el Celta– y sobretodo Leo Messi, el Almería sentía la amenaza. Hasta entonces, defensa en campo propio y trabajo de las líneas de pase más obvias, porque los visitantes no eran capaces de fabricarse las complejas. Los rojiblancos regalaban el tridente que teóricamente debía dar el primer pase, permitían el envío hacia el lateral y cerraban la opción de que la pelota volviera dentro. Como el inicio resulta tan costoso y el papel actual de los laterales e interiores no es el mismo que al iniciar el curso, los otrora centrados acompañantes de Messi se sujetaron por fuera para erigirse como referencias fijas. Munir y Pedro fueron extremos, como hicieran el hispano-marroquí y Neymar en los compases iniciales en Vallecas o Luis Suárez y Ney ante el Ajax entre semana. Sin más salida que la que da Messi, una vez conquistado el mediocampo el equipo no encuentra poso ni orden para ordenarse a través del cuero. A Rakitic continúa sin identificársele función, y Rafinha, aunque mejorase, volvió a mostrarse discontinuo. Además faltaba Neymar, y Messi estaba atrás.
Ni salida, ni orden, ni presencia rematadora, y Messi como auxilio y solución en cada una de las fases. Además sin colchón, porque sin estructura con el esférico ni organización sin él, cualquier pérdida es una transición que se enfrenta sin piezas preparadas para sobrevivir a ello. El sinsentido de Busquets en un Barça que no sea de (un) Xavi, los casi nulos conceptos de Jordi Alba en campo propio o la tibieza de Bartra en el cuerpo a cuerpo, dejan a Mascherano como única y heroica solución cuando el telón amenaza con caer sobre el escenario. Principalmente por raso, porque por arriba el argentino sufrió ante un Soriano que le ganó la batalla y pudo prolongar para los exuberantes desmarques de Thievy y Zongo. Así, una pérdida de Messi que debería ser inofensiva en la frontal del área rival, provocada porque al argentino no se le presentó una opción real sobre la que apoyarse, se tradujo en una contra local sin obstáculos. La jugada tuvo a Messi en ataque y a nadie en defensa. Faltaron diez.
Tan malas sensaciones dejó el primer tiempo que Luis Enrique tuvo que dar marcha atrás sobre su planteamiento inicial y salir del vestuario con Neymar y Luis Suárez en el once en detrimento de Pedro y Munir. Más allá del salto de nivel, el técnico cambió la fórmula y se acercó a lo que permitió los minutos de mejor fútbol en el Amsterdam Arena, es decir, asumir que Messi sostendrá al equipo casi en todas las fases del juego y suplir su ausencia arriba a causa del pluriempleo con piezas de más nivel capaces de decidir en los metros finales. Por suerte, de esas tiene dos de las más potentes, y aunque Neymar cuando se abre tanto queda más limitado que cuando se le permite volar libre, entre el brasileño y el excelente desempeño de Luis Suárez ocuparon el espacio de donde las carencias colectivas sacan a Messi.
El argentino estabilizó el juego, y con ello todas las piezas, más o menos, pudieron ofrecer una mejor cara, algo que se reforzó cuando entró Xavi al campo, el único interior del equipo que se ha demostrado capaz de darle orden al mismo, mientras en los metros finales, el punta uruguayo se encargó de desequilibrar y generar las dos oportunidades que desencadenaron la remontada.