Tozudos y camaleones
De unos aprendimos que Xavi e Iniesta no podían jugar juntos. De otros que no sólo podían sino que, siempre que fuera posible, debían hacerlo. Un campeón de Europa nos reveló que la fórmula del éxito pasaba por liberar a un lateral en ataque y sujetar al otro, los dos siguientes que el cetro continental se lograba abriendo los grilletes de ambos, y el último campeón que el sujetado no debía estarlo a la defensa sino al mediocampo. Cada equipo es un mundo en sí mismo, con sus leyes, sus lógicas, sus fórmulas y sus verdades. Porque, ciertamente, en cada uno de ellos lo son y a menudo no les valen otras. En muchos casos, el deber del entrenador es serles incorruptiblemente fiel con tal de salvar el reto que constituye la distancia que separa lo que su cabeza diseña de lo que sus futbolistas ejecutan. Convencer lo es prácticamente todo. Saber cuál es el camino, no dudar de él e, incluso, ignorar que existen otros capaces de conducir al mismo destino. Cuando no se es protagonista sino observador externo, sin embargo, tan importante es mezclarse con los principios rectores de determinado equipo como mantener presente la panorámica general, para ser capaces, en la medida de lo posible, de aterrizar sin condicionantes en el nuevo mundo que nos ofrezca un nuevo entrenador o un nuevo equipo. Porque tendrá sus propias leyes, sus propias lógicas, sus propias fórmulas y verdades, y posiblemente tengan poco que ver con las de otros. Ellos deben ser tozudos, el resto camaleones.
El reto es pensar a Wenger desde Wenger, a la Juventus desde la Juventus, a Neuer desde Neuer y al proyecto de Luis Enrique en el Barça desde el mismo lugar en que se encuentra, más que tratar de construir enunciados que puedan servir para todos ellos de forma intercambiable. El ejercicio, qué duda cabe, no es sencillo, pues se enfrenta al propio desconocimiento sobre los saberes de los profesionales, de los cuales aprendemos a partir de la experiencia que es conocerlos. En este sentido, cada nueva partida que jugamos implica poner en crisis lo adquirido y su vigencia en aquello sobre lo que nos queramos lanzar. Toda esta rebuscada disertación viene a tenor de un suceso nimio y anecdótico como es la ausencia de Neymar en Eibar y la elección de Munir como su reemplazo en el ataque del Barça. El actual ciclo azulgrana es el de la MSN, es su marca registrada, la que inmortalizará su recuerdo, pero aunque lo rotundo de sus gestas nos den la impresión contraria, lo cierto es que no son pocas las veces en que Luis Enrique no ha podido disponer de ella al completo. La sanción que arrastraba Luis Suárez cuando fichó, la lesión de Messi que lo tuvo cerca de dos meses fuera de los terrenos de juego y algún que otro percance de Neymar han provocado que desde que entrena al primer equipo, al entrenador asturiano le haya faltado más de treinta veces en Liga al menos uno de sus tres delanteros estrella. Los anteriores inquilinos del banquillo azulgrana –Guardiola, Vilanova y Martino- fueron amantes de solventar estas situaciones alineando a un cuarto centrocampista en línea atacante: Iniesta, Cesc o Thiago Alcántara alternaron falsos extremos o falsos nueves según la demarcación donde se localizaba la ausencia. Incluso alguno de ellos lo hizo formando parte del plan principal.
Tantas temporadas y con tantos ejemplos estuvo presente este recurso que, heredado de entonces, parece seguir sobrevolando al actual Barça aun cuando, hasta la fecha, no haya dado demasiadas muestras de sentir hacia él el apreció que sí le profesaron otros. De esa treintena larga de ausencias de la MSN, sólo en cuatro la respuesta de Luis Enrique fue la incursión en el once de un centrocampista extra: Rafinha en dos ocasiones, Sergi Roberto en el Bernabéu y Arda Turan contra el Athletic en casa. Pedro y Munir cuando faltó Luis Suárez; Munir y Sandro en ausencia de Leo Messi… la elección del entrenador culé para ocupar el lugar de un delantero, prácticamente siempre ha sido otro delantero. De hecho, ha resultado más frecuente verle prescindir de un medio que de un atacante, con el 4-2-3-1 que le sirve para juntar en un mismo once a cuatro delanteros y que emplea como arma ofensiva o recurso defensivo según le convenga en cada ocasión. Es lo que, de momento, nos está enseñando Luis Enrique de él y de su Barça. De sus leyes, sus lógicas, sus fórmulas y sus verdades. Hasta que una nueva nos sorprenda y nos fuerce a incorporarla. Quizá la Champions League lo haga.
Elcojo 11 marzo, 2016
Qué artículo tan interesante. Qué pena que la mayoría de la información deportiva no siga parámetros similares. ¡Gracias!