
Respirando en Riazor

Foto: Miguel Riopa/AFP/Getty Images
Desde el punto de vista futbolístico, que es el que lo había iniciado todo, el Barça tenía dos caminos para darle la vuelta a la situación. Después de ahogarse ante Villarreal, Madrid, Real Sociedad y Atlético, necesitaba respirar. Encontrar los espacios por donde corriera el aire o una solución alternativa para esquivar la asfixia incluso enclaustrado. Tanto el pasado fin de semana contra el Valencia como anoche en Riazor, eligió lo primero. La decisión parece lógica: por un lado en un momento delicado en lo anímico parece lo más sencillo, toda vez a lo largo de la temporada el equipo no ha dado con ese mecanismo que reemplace a la diagonal de derecha a izquierda, y por el otro los rivales que le esperan en este tramo final no presentan las amenazas ofensivas de los mejores, con lo que puede asumir el riesgo del ida y vuelta siendo optimista con el recuento final. Además, tanto los chés de entrada como el Deportivo que dirige Víctor Sánchez del Amo, permitieron y facilitaron que este escenario se diera. Repitieron los gallegos el planteamiento de la primera vuelta, con lo que finalmente fue un rombo en mediocampo pese a que en los primeros compases amagara con dibujar una línea recta de lado a lado.
Con una vigilancia directa sobre la posición de Sergio Busquets, como entonces a quienes liberaba esta idea era a Dani Alves y Jordi Alba que podían ganar metros sin oposición y, a la postre lo más relevante, construir superioridades en cada uno de los costados. Lateral, interior y extremo, por lo general superaban en número a sus pares, aspecto del que sacó provecho el Barça para golpear él primero esta vez en un partido que empezó con un vaivén más descontrolado de lo que sería deseable. La superioridad en los carriles y el hecho de que el Deportivo alejara a dos o tres hombres de un bloque defensivo que, a modo de muestrario, alternó alturas durante la primera mitad, permitió abrir a lo ancho el campo y al mismo tiempo alternar apariciones entre las líneas coruñesas. Leo Messi, por ejemplo, compensado cerca de la cal por Dani Alves y Rakitic, se descolgaba constantemente hacia la mediapunta siendo, de nuevo, el gran hacedor del ataque barcelonista. Sin embargo, tanto cuando Cani se mantenía por delante de los tres mediocentros locales como cuando el aragonés bajaba a redoblar esfuerzos con ellos, siempre había un blanquiazul pendiente del pase atrás hacia Sergio Busquets, pues cuando no era el mediapunta se encargaba de ello un Oriol Riera que entonces se escalonaba con Lucas Pérez.
Sumado a esto, como ambos laterales del Barça estaban arriba debido a la desatención que les concedía el adversario y a que Luis Enrique últimamente viene recurriendo a ello para abrir el ataque posicional con la MSN por dentro, Busquets aguardaba más cercano a Bartra y Mascherano que a Rakitic e Iniesta, lo cual lo mantenía demasiado desconectado tanto para asentar y serenar el juego de asociación como para abalanzarse sobre la pérdida de balón adelantada. Más allá de la propuesta que de forma general tuvieron ambos equipos para el partido, esto explica que durante el primer tiempo a los visitantes les costara tanto mantener bajo control las salidas del Dépor, y como ya sucediera ante el Valencia, una vez en campo propio, la defensa culé fue excesivamente nerviosa. Posicionalmente alterada y con las líneas separadas producto de un mediocampo que buscaba la recuperación sin un contexto previo favorable y una pareja de centrales con problemas cerca del área y a la que era fácil hacer recular. Tanto Bartra como Mascherano parecieron necesitar que fuera el otro de la pareja quien los colocara cuando atacaba el contrario.
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– Foto: Miguel Riopa/AFP/Getty Images