
La Liga del nuevo Iniesta
El Barça triunfante que la temporada pasada se alzó con el triplete, portería al margen era una mesa de cinco patas. Messi, Luis Suárez, Neymar, Dani Alves y Piqué, cada uno con su función y relevancia formaban el esqueleto, la estructura sobre la que se vestía el juego de los de Luis Enrique. El argentino, como chispa inicial de casi todo, ordenaba desde su bota izquierda al juego y a sus compañeros; Neymar, el foco auxiliar, era también la necesaria continuación a la jugada que definió la temporada -la diagonal de derecha a izquierda entre los dos extremos-; y el insistente e incansable Luis Suárez, quien ejercía de enlace perfecto para que todo en ataque encajara. En el área contraria Piqué levantaba su dominio, por arriba y por abajo, y en lo que sucedía en el viaje de un lado a otro -en cualquiera de las dos direcciones- Alves jugaba un papel fundamental ya fuera como socio favorito de Leo o como stopper cerca del mediocentro. El resto era vestido. Importante, más o menos bonito, más o menos indicado para la ocasión, pero vestido. Sin embargo, principalmente en Champions League y una vez alcanzadas las eliminatorias, el papel de Andrés Iniesta creció, asumiendo una relevancia mayor a la hora de templar el ritmo en los duelos a vida o muerte, que ya con el adiós de Xavi se ha visto potenciada a niveles que antes no tuvo la carrera del manchego.
Ni en los Barças del de Terrassa ni en los que ya no tuvieron a al seis a los mandos, había sido Andrés la batuta constante, el director siempre presente. No era Iniesta quien acompañaba a la jugada en todas sus fases sino quien la mejoraba recurrentemente o la aceleraba llegado el momento. A menudo abriendo línea de pase a la espalda del mediocampo rival, otras veces desde su extraordinaria pericia en el slalom, era un centrocampista más enfocado al juego entre líneas que a habitar la base de la jugada a la sombra del mediocentro. Pero como si la despedida del antiguo capitán le hubiera revelado un nuevo espacio desde el que crecer en este Barça de la MSN, la temporada 2015-16 nos ha mostrado a un Iniesta que nunca antes había sido, por estilo, papel y por una regularidad que lo ha convertido en pieza capital y definitoria del equipo desde el inicio de temporada. Elemento de control que el Barça del triplete no tuvo desde el once titular, su nuevo estatus evolucionó al colectivo dibujando un terreno de juego de dimensiones más reducidas en el que la calidad individual de los azulgranas marcara la diferencia, protegió a la defensa desde la conservación del cuero y desarrolló el mediocampo no como escala necesaria sino como núcleo. De su mano creció Mascherano, evolucionó Jordi Alba y se potenció a Sergio Busquets. También es posible que sin el de Fuentealbilla el mejor momento en la carrera de Neymar no hubiese sido tal, o no lo hubiese sido tanto.
Decía Johan Cruyff que la táctica es aquello a lo que recurrir cuando todo lo demás no funciona, y por eso la buena noticia del nuevo Andrés escondía también un reto. Oculto detrás del talento e inspiración que acumula la plantilla barcelonista, pero finalmente desvelado. Que uno de los mejores futbolistas del mundo estuviera a un nivel tan alto y su calidad pesara de tal modo en el juego, resultó, sin lugar a dudas, un argumento a favor de la competitividad azulgrana. La posibilidad de dar un paso más en el recorrido hacia el éxito. Estar más cerca del triunfo. Pero es cierto también que, dado que el Barça del curso anterior no había tenido a Iniesta en este papel de estrella, su nueva condición requería de ajustes para que todas las partes casaran de nuevo con la misma exactitud que entonces. Lo hicieron desde el talento, pero cuando éste no funcionó o no lo suficiente, quedó al descubierto que por el camino el esqueleto del tricampeón ya no daba forma al mismo cuerpo, sin que el tiempo de las victorias y la corriente a favor hubiera podido diseñar uno alternativo. El Barça que había proyectado Messi desde su bota izquierda era uno en el que a través de la relación con balón entre Dani Alves y el argentino el carril derecho absorbía un caudal de posesión muy superior al izquierdo, que provocaba el vaciado de la orilla contraria y que, tras cambio de orientación, lo aprovechaba potenciando el juego en profundidad y al espacio de Jordi Alba y Neymar. El nuevo Iniesta, una de las noticias más positivas del curso, lo cambiaba todo. El cerebro del equipo enraizaba en el interior izquierdo, lo cual deparaba mayor cuota de balón para ese perfil. El reparto entre sectores se presentaba más parejo que meses atrás. Ni el derecho aglutinaba tanto ni el izquierdo se vaciaba tan rápido.
En el lado de Andrés Iniesta había mucho más balón que antes, y modificado el centro de gravedad cambiaron también los satélites. Jordi Alba y Neymar pasaron de alejarse a acercarse, a relacionarse por aproximación con un juego que ahora nacía a su vera. El juego del brasileño es ese aunque en el Barça venga matizándolo por el bien colectivo, y la evolución a Jordi Alba lo ha convertido en un mejor jugador. Pero mejorados los dos, y mejorado también Iniesta, ya toda la banda izquierda del tricampeón era distinta. No se la podía ni se la pudo tratar igual. Messi, más centrado, buscó un nuevo acomodo cerca de ella, próximo al balón; Busquets fue el apoyo afín y Suárez reprodujo su clásico desmarque hacia el pico derecho del área también hacia el lado contrario. Mientras pudieron fluir se encontraron, y como el nuevo escenario incluso potenciaba a algunas individualidades, el encuentro fue estimulante, fecundo y radiante. Pero cuando no les fue posible, bien porque el rival levantó muros o porque la genialidad perdió inspiración, faltó aquello a lo que recurrir cuando todo lo demás no funciona. Quizá Luis Enrique lo buscara en aquellas ocasiones en que cambió las posiciones de los interiores para que Iniesta fuera el derecho, o Messi cuando más tarde se apostó en la base. Despedida la Liga con feliz victoria, será una de las tareas a retomar tras el verano.
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– Foto: Cristina Quiclera/AFP/Getty Images