
El oficio de director
Ayer, antes y después de que el F.C.Barcelona tropezara en Riazor, la Orquesta Sinfónica Simón Bolívar de Venezuela, dirigida por la batuta del portentoso Gustavo Dudamel, interpretaba en el Palau de la Música Catalana las sinfonías de Ludwig van Beethoven. De la primera a la cuarta, para más señas. El oficio de director tiene como particularidad la condición de unir hasta tres tiempos distintos en uno solo. El pasado del ensayo, con todas las indicaciones, avisos y recordatorios sobre los que reparar por si es necesario señalárselos nuevamente a los músicos; el presente de la pieza, de lo que acontece y a lo que reaccionar con tal de mantener bien sujetas las riendas de la composición; y el futuro de lo que está por llegar, de aquello a lo que anticiparse. Al oído del público llega un concierto, pero en la cabeza del director están sonando tres. Un escenario similar es el que debe afrontar Luis Enrique después de la histórica remontada del miércoles pasado. Una noche mágica convertida en objetivo del corto plazo, que una vez conquistada obliga a observar la realidad del equipo desde puntos de vista distintos. ¿Es el 1-3-4-3, de la manera en que lo he venido ejecutando el Barça, viable a medio y largo plazo sin el estímulo emocional de una gesta que afrontar? ¿Es su verdad futbolística lo suficientemente sólida como para resultar igualmente eficaz en tardes menos especiales? ¿Tiene la plantilla futbolistas análogos a quienes ahora dan forma al equipo? ¿Después del éxito del nuevo dibujo es posible volver hacia atrás? ¿Lo es buscar una tercera dirección?
Con este cruce de caminos a cuestas, el técnico asturiano encaró el enfrentamiento contra el Deportivo de la Coruña sin Neymar ni Rafinha, sus dos hombres de banda y dos de los futbolistas a los que, inspiración personal al margen, más relevancia ha otorgado la pizarra durante las últimas semanas. Las principales ventajas de la mutación los han tenido a ellos dos como elementos centrales. Desde la salida desde atrás, que asentada en el 3+1 de centrales y mediocentro ha encontrado en las conexiones hacia los costados la vía de escape más consolidada, a la capacidad para hacer avanzar el juego y la jugada por las alas, pasando por el abastecimiento que ambos, de formas diferenciadas, permitían al carril central de Leo Messi desde el exterior. Sin ellos, esto es, sin el valor táctico de sus posiciones, ni el individual del desborde e hiperactividad de Neymar o la movilidad y servicio interior de Rafinha, tocaba reformular. Ni Denis Suárez ni Arda Turan, sus sustitutos, pudieron imitar su juego ni tampoco vestir desde sus propias características un rol de importancia equivalente. Si las bandas estaban siendo la fuente que más regaba al 1-3-4-3, en Riazor los costados se quedaron secos.

-A la izquierda, la presión del Deportivo. A la derecha, su repliegue concentrado sobre el carril central.-
Pepe Mel pareció tenerlo muy presente a la hora de diseñar su planteamiento, pues la respuesta del madrileño presentó dos ajustes orientados a esta anticipada flaqueza. Uno de los aspectos a los que mejor ha rebatido el nuevo esquema barcelonista es la presión adelantada de sus rivales. Otrora losa tanto futbolística como mental, la presencia de un efectivo más en el primer escalón, del mediocentro inmediatamente por delante y de dos soluciones por fuera a las que abrir el balón, había permitido a Luis Enrique suavizar y por momentos desterrar los problemas del equipo en esta fase del juego hasta el punto de provocar la renuncia de los oponentes aclarando así el camino de la ascensión. Mel, sin embargo, no sólo no desistió sino que reforzó la estrategia encaramando hasta la primera presión a un futbolista más. Si el cuadro visitante iniciaría juego con tres centrales y un mediocentro, el Deportivo igualaría fuerzas con tres delanteros y un mediapunta. Joselu, Bruno Gama y Fajr en la avanzadilla, con Carles Gil sobre Busquets y ambos integrantes del doble pivote blanquiazul muy pendientes de los apoyos de los interiores del Barça. A Mel no le preocupaban las bandas. Tampoco cuando, a continuación, los culés superaban la presión y la defensa del Dépor tomaba forma de repliegue concentrado sobre el carril central. Los de Luis Enrique no producían en las alas, y el conjunto deportivista volcó sus esfuerzos sobre el área de Luis Suárez y, sobre todo, la mediapunta de Messi. Como hace cuatro días hiciera Unai Emery en el Camp Nou pero sin Neymar dinamitando el perfil izquierdo.
No halló el Barça, entonces, a un Leo Messi demasiado inspirado como faro y guía de la ofensiva azulgrana, pues el argentino sin sus mensajeros habituales anduvo obtuso e impreciso en la generación, apenas secundado en mediocampo por la interpretación de un Sergi Roberto que sí le ofreció alguna solución a su complicada papeleta. Aún así, durante buena parte del partido los catalanes pudieron jugar cerca del área de Lux y firmar la igualada merced a una muy buena jugada en la frontal coruñesa, pero les faltó constancia en el ritmo de ataque. En gran parte, porque limitado el impacto de las bandas, cuando perdía la pelota lo hacía sin haber podido girar previamente al rival, dibujándose con ello un escenario en el que los de Mel permanecían ordenados en el momento de lanzar el contraataque y el Barça no encontraba la ventaja creada para imponer su presión. La transición culé, sin esa previa construcción del contexto favorable, fue débil, exponiendo las licencias defensivas del 1-3-4-3 y lo contraindicado de algunas de sus piezas en escenarios defensivos no moldeados de antemano con el balón.
El marcador, sin embargo, le dio la espalda a los azulgranas en el balón parado, un tipo de acciones en las que el equipo de Luis Enrique ha cimentado alguna de sus más claras fortalezas a lo largo de las últimas temporadas, pero que en Riazor le costó el partido. No lo hizo a causa de un trabajo de minería como el que en su día emplearon Real Madrid o Betis para limitar el efecto de los barcelonistas clave en la defensa aérea, sino que primero un error individual y después uno de pizarra aclararon el camino a los goleadores blanquiazules.
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– Foto: Octavio Passos/Getty Images
michel 14 marzo, 2017
Nuevamente LE vuelve a tomar el camino que debería de llevar como algo eventual a algo primordial con ese 1-3-4-3. Debería de ser un recurso a según ciertos momentos y de esta forma poder cambiar el rumbo de un partido. Pero desde el momento que lo tomas como algo obligatorio le indicas al contrario las soluciones que puede encontrar. Todo esto unido a que ciertos jugadores no son los indicados para este tipo de sistema táctico hace que todo sea más obtuso. Y ahí se genera uno de los principales problemas, cuando LE tiene o ha tenido una de las ausencias más destacadas, llámese Messi, llámese Neymar en determinados momentos no ha sabido encontrar soluciones a través de otro sistema que les potenciara. Puesto que partimos de la base que este 1-3-4-3 sin Neymar tiene poco sentido. Sin jugador que es capaz de lograr amplitud desde su juego posicional y desequilibro en el uno contra uno en banda se queda cojo. Pues si a esto le sumamos un par de jugadores que no le dan continuidad al juego como Arda o Gomes las soluciones del contrario se amplían de manera fácil. Siempre es más fácil hablar a toro pasado, pero desde ahí se analiza todo con la perspectiva que da el tiempo, considero que el otro día hubiera sido más productivo como bien preguntas volver hacía atrás, al menos en un tramo del partido, entrada de Iniesta y Rakitic que pesaron poco, y desplegar a Alba, fresco al no haber jugado ante PSG, en sus internadas en banda. Este tipo de cosas es cada vez más acuciante en un entrenador bastante incapaz de tener protagonismo en el resultado con sus decisiones a pie de campo.