
Cambiar las normas
En pocos años el fútbol ha cambiado mucho. Sucede cuando un impacto sacude lo establecido, plantea nuevas preguntas e invita a adentrarse en caminos hasta entonces apartados. El surgimiento del Barça de Guardiola, sus logros y, sobre todo, su dominio sobre el juego y los rivales, plantó una semilla que todavía hoy da frutos. El equipo del de Santpedor fue un conjunto capaz de vivir sin necesidad de espacios en campo rival, merced a la pizarra de su técnico y a los pies de sus jugadores, conjugando más allá de la divisoria el control del balón, la capacidad de hallar la puerta abierta por la que filtrar la ocasión de gol, y la inteligencia para generarse, a través del ataque, escenarios de superioridad afrontando la transición defensiva. Ante ellos, juntarse en área propia no era sinónimo de seguridad, pero sí que implicaba escasas posibilidades de acercarse a la contraria, ya fuera por el poco tiempo en que se estaba en disposición del cuero o por un contexto posicional y de juego que favorecía la presión culé y perjudicaba el despliegue rival. Así las cosas, aquel impacto llevó a arrojar nuevas respuestas, siendo la presión adelantada una de las que con más fuerza hoy prevalecen.
No por nada, el técnico ante quien más problemas ha venido mostrando Guardiola es un Jürgen Klopp experto en la materia. Estar en disposición de sacar limpio el esférico desde la zona del guardameta y los centrales, por lo tanto, ya no es un extra determinante que añade posibilidades a un equipo igualmente formado, sino un recurso íntimamente vinculado a la supervivencia competitiva. La era de las salidas desde atrás ha engendrado a las presiones adelantadas más feroces, y estas, a su vez, han llevado al límite la exigencia para las primeras. Antes de que todo esto sucediera y de que el buen trato del balón pasara a ser un requisito ineludible también para los futbolistas más alejados de la portería contraria, el don de la construcción desde la zaga distinguía a especímenes particulares, distintos a los demás, representantes de un arte poco frecuente entre sus iguales. Uno de los que más directamente marcó la frontera entre ambas mitades del tiempo fue Rafa Márquez. Tallado según un molde siempre necesario en el Camp Nou pero no siempre fuera de las paredes del templo azulgrana, la figura del mexicano, además, a través de sus acompañantes en cada uno de los ciclos que vivió en Barcelona, arroja luz sobre uno de los cambios más trascendentes sufridos por el fútbol del s.XXI.
El primer Barça de Márquez fue el de Rijkaard, un conjunto consagrado al equilibrio entendido como la suma de perfiles distintos. Un equipo trufado de pares complementarios orientados a que cada miembro del dúo aportara al colectivo aquello que al otro le faltara. El juego al pie de Ronaldinho combinado con la profundidad al espacio de Giuly, la vocación ofensiva de Gio o Silvinho en el lateral izquierdo compensada por el talante defensivo de un central movido a la banda como Oleguer, el dominio posicional de Xavi junto al manejo de las transiciones por parte de Deco y, en el centro de la zaga, la colocación y salida limpia del Kaiser de Michoacán acompañadas de la energía, el físico y la capacidad correctora del huracán Puyol. Una pareja que en el mejor momento del proyecto pareció perfecta por complementaria. Siendo dos zagueros tan distintos, Carles y Rafa formaban un uno sin grietas. La línea conceptual de su posterior pareja con Gerard Piqué, sin embargo, discurrió según una noción futbolística muy diferente. A las ordenes de Pep Guardiola, el Barça que precedió al de Rijkaard se definió por la apuesta del condicionamiento.
Por la voluntad de incidir en los partidos con tal de definir en ellos únicamente los escenarios que le fueran más favorables. De no prepararse para luchas en inferioridad, sino provocar que sólo se libraran aquellas en las que eran superiores. Desde la suma de iguales, de futbolistas que, en lugar de compensar, redundaran en las virtudes del otro para, así, sumar fuerza en la misma dirección. Por detrás del tándem imborrable que formaron Xavi e Iniesta, la pareja de centrales por la que tantas veces apostó el de Santpedor resumía como pocas el sentir y voluntad de un conjunto cuya influencia alteraría todo lo que viniera después. Si a través del mediocampo se haría correr al rival detrás del balón para que los canteranos no tuvieran que vérselas sin la pelota, con dos centrales especialmente aptos para llevar el cuero hacia arriba, se alejaría de la portería propia el peligro de los delanteros contrarios. El Kun Agüero, en el círculo central, sería mucha menos amenaza que en la frontal del área. En lugar de protegerse de sus mordiscos, obligarle a no poder morder. Cambiar las normas.
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– Foto: Josep Lago/AFP/Getty Images
Iniesta10 26 mayo, 2018
El primer Barça de Guardiola es el equipo que más me ha gustado verlo jugar. De hecho, creo que la época de Pep en el Barça debió cerrarse con al menos una champions más, y así hubiera sido seguramente de haber acertado en los fichajes, pero Ibra y Chigrisky no funcionaron. Lastima, porque aquel primer equipo de Pep era una barbaridad.