
Ganar con un Barça sano
Ningún otro futbolista ha sublimado la quietud como Leo Messi. Sobre un campo de fútbol, la pausa, el caminar, le sirve al argentino como plataforma para analizar cuanto sucede a su alrededor con una perspectiva de sosiego superior a la del resto. El desapego al paso apresurado e impaciente le abre la oportunidad de poder radiografiar desde fuera aquello que, en realidad, lo tiene a él como núcleo. Un paréntesis particular, en el epicentro del terremoto, para dibujar luego con el balón trazos que sólo él ha podido ver. Entrenador tranquilo, equilibrado y poco dado a la teatralidad, Ernesto Valverde supo detenerse en el verano de 2017 para descubrir una oportunidad en medio de una tempestad de apariencia muy poco amable. Tras un último curso del proyecto de Luis Enrique de notables y profundas dificultades, sin refuerzos incontestables, con la salida de Neymar como traumática escisión en el equipo de la MSN, la Supercopa ante el Real Madrid como voz de alarma y la autoestima del grupo tan castigada que incluso los pesos pesados del vestuario salieron a reclamar incorporaciones, El Txingurri detectó una carta a su favor. Donde los demás vieron ruinas, él encontró una primera piedra. La llegada de Valverde al banquillo azulgrana arrastraba consigo la dualidad de un técnico de acreditada capacidad para proponer soluciones a sus equipos que les otorgaran unidad como colectivo, pero que, a su vez, no contaba con experiencias en la realidad competitiva de un club como el FC Barcelona. Dirigir a un equipo con aspiración de ganarlo todo y a futbolistas como Piqué, Busquets, Messi, Ter Stegen, Iniesta o Luis Suárez, era un misión distinta a las que había encarado antes.
Sin embargo, aprovechando la autoconciencia del equipo acerca de sus propias limitaciones, evidenciadas y subrayadas por los recientes episodios de su cronología, más que eso, la intervención del técnico se orientó a una construcción que señalaba como punto de partida la asuncion de carencias. La temporada que empezó muerta terminó levantando los títulos de Liga y Copa como consecuencia de un trabajo casi de orfebre sobre la pizarra, para el que dispuso de unos jugadores que, por primera vez en mucho tiempo, ya no se sentían los más guapos del baile. El salto a capitanear individualidades de tamaño calado, y de manejar los equilibrios entre éstas y el carácter táctico del colectivo, a la postre resultó matizado por la comprometida autoestima de unos protagonistas dispuestos a trabajar en una línea casi contracultural para ellos. El primer Barça de Valverde se forjó desde el convencimiento de que ya no eran los mejores. No obstante, se trataba de un plan con una fecha de caducidad vinculada a su propio éxito, ya que volver a ganar llevaría consigo la recuperación de la autoestima del grupo y la dificultad de volver a plantear la temporada desde las propias limitaciones. Además, aunque intratable en Liga y autoritaria en Copa, la receta del primer Barça de Valverde había resultado insuficiente en Europa, de modo que estas dos cuestiones, unidas a la posibilidad de integrar a dos “nuevas” individualidades como Coutinho y Dembélé a la propuesta, invitaron al Txingurri a replantear la hoja de ruta. Su segunda temporada en el Camp Nou la afrontaría al timón de un Barça sano.
La Liga 2018-19 del cuadro culé es la Liga de un equipo con menos grilletes, dispuesto, en su segundo origen, para que la estructura de conjunto no fuera un elemento dado previo al impacto de las individualidades, sino el resultado de un trabajo de construcción compartido. Ocurre, sin embargo, que la naturaleza de la plantilla del Barça, por su composición, plantea una dificultad importante a la hora de aunar el carácter futbolístico individual de sus actores con un marco colectivo que conecte sus particularidades. No es sencillo hallar una coherencia argumental en la que quepan los hombres más importantes y creativos del proyecto sin que alguno de ellos sea perjudicado. Así, por ejemplo, al tiempo que Dembélé convive mejor con el carril derecho, Suárez agradece no tener que asumir en solitario dos de los tres carriles del ataque, Jordi Alba la presencia de un atacante por delante suyo que le movilice la atención del lateral derecho rival, y el mediocampo la presencia de un tercer integrante con el que rellenar la zona ancha tanto con el balón como sin él. Por esto, y a pesar de los distintos intentos de Valverde por juntar todas las piezas en una misma dirección, su segunda Liga como azulgrana se ha diferenciado de la primera por un asentamiento más vaporoso de su estructura táctica, en pos de dar impulso a determinados elementos ofensivos y a cambio de debilitar el sentido general de la conexión entre ellos, para que, en esta ocasión, fuera la calidad la que ocupara ese lugar. Como consecuencia, el renovado campeón liguero lo ha sido de una forma menos regular que hace un año, con altibajos de juego más pronunciados que entonces tanto de un partido a otro como en el transcurso de un mismo encuentro, pero a la vez, también, alcanzando en su mejor versión cotas a las que el primer Barça de Valverde no pudo asomarse. Ha alternado puestas en escena de gran rotundidad, coincidiendo con las citas más señaladas -aquellas que activan la concentración del jugador para que a través suyo se articule parte del conjunto-, con otras de propuesta difusa y proceder más dubitativo.
En este sentido, y a la espera de que la Champions y la Copa concluyan con la nota final, la temporada del Barça ha venido marcada por tres fases, como respuesta a la búsqueda de un esqueleto alternativo con el que renovar el triunfo. Siempre con el regreso a un ataque de apariencia más simétrica, con Messi en la derecha, Suárez en el centro y un tercer efectivo acotando el espacio del uruguayo a su izquierda, por delante de Jordi Alba, los primeros compases del curso buscaron un acomodo de las cuatro piezas ofensivas más determinantes juntando a Coutinho y Dembélé en el mismo lado del campo, el primero como interior y el segundo como extremo. Un plan de significado prácticamente contrario al del año anterior, en el que la intermitencia y verticalidad del brasileño en mediocampo y la tendencia a la precipitación y la pérdida del francés en la izquierda, dieron con un Barça sorprendentemente descontrolado y abierto a las oleadas del rival. Un Barça que murió en Wembley, cuando el Txingurri recurrió a la seguridad del balón para asaltar al Tottenham a domicilio, y que descubrió a Arthur como una pieza indispensable para la suerte del futuro campeón. Con Coutinho por delante como réplica en la conservación del cuero, y a lomos del ritmo controlado del ex de Gremio, Valverde halló un camino en el que profundizar. Juntando al equipo arriba, dinamizando la circulación, esquivando la pérdida y acercando el bloque al área para que Messi, Suárez, Coutinho o una conexión de Leo con Jordi Alba potenciada hasta el infinito, ejercieran de solución en los metros finales.
El segundo punto de inflexión tampoco aconteció en Liga, sino que su escenario fue la Copa, con una remontada en casa ante el Sevilla que asentó varias de las novedades introducidas por el Txingurri alrededor del parón navideño. Unas modificaciones, que contribuyeron a la respuesta defensiva de un equipo que se había mostrado bastante más vulnerable en transición ataque-defensa que antaño, que como acompañantes del impacto desencadenado de Arthur en Wembley, pulieron el desempeño del equipo sin la pelota. A partir de una posición más dinámica del interior derecho, desenganchado de Busquets para romper la planitud del mediocampo y vinculado de nuevo a Messi para reactivar la orilla cuando Leo se acerca al centro, desencadenó Valverde una suerte de movimiento en cadena por el cual cimentó la defensa en el sector del argentino, proporcionó un refuerzo al lateral derecho tanto arriba como abajo y descargó a Piqué de los auxilios sobre la cal para poder concretar su efecto en las inmediaciones del área. Fortificando el triángulo que conforman el catalán, Lenglet y Ter Stegen sin dañar las posibilidades combinativas del equipo, y únicamente asumiendo una desprotección sobre la zona de Sergio Busquets idealmente corregida por la liberada anticipación de uno de los dos centrales. Un Barça sano al que ahora espera el Liverpool para medir su decisión. Con menos equilibrio y más calidad, pero que quizá, esta vez sí, tenga de nuevo a los más guapos del baile.
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– Foto: David Ramos/Getty Images
Iniesta10 28 abril, 2019
Felititats al equipo, al club, y a todos los culés.