Todavía hoy, un cuarto de siglo después, es recordado el sorprendente planteamiento que diseñó Cruyff para enfrentar a un Valencia que coronaba el búlgaro Lubo Penev. Interminable físicamente, valuarte aéreo y experto en el juego directo, la marca que le asignó Johan al nueve valencianista no fue la de un físico similar que le pudiera presentar pelea en su tarea favorita, sino la de un menudo Albert Ferrer al que superaba en altura prácticamente por un palmo. «Su razonamiento –relataría más tarde Jose Mari Bakero– era que si ponía a Nando, Penev igualmente le ganaría el noventa por ciento de los balones por alto. Así que puso al Chapi que era más rápido y evitaría el contacto físico.» El episodio, más allá de la anécdota, escondía detrás del golpe de genio del holandés uno de aquellos principios rectores que primero marcarían el desarrollo de su proyecto y, más tarde, el poso de su influencia en el Camp Nou: tanto el jugador desde el punto de vista individual, como el equipo desde lo colectivo, debían saber elegir cuáles eran las batallas que podían librar y cuáles las que debían evitar. No se trataba de plantear la disputa localizándola allá donde el adversario era más firme, sino de llevarla lejos de esas fortalezas. Si Manolo era un as en el desmarque, que no tuviera marca. Si el equipo era débil defendiendo los saques de esquina, mejor no concederlos. Si Penev era el mejor por arriba, había que ganarle por abajo.
Así pues, el Txingurri sacrificó a Arthur Melo, el hombre que ha venido dando forma a su equipo, y un jugador volcado en el control de un inicio reposado, en favor de Arturo Vidal como medida para verticalizar el juego. Con el objetivo de que el conjunto inglés no tuviera tiempo de organizar la presión tras pérdida, saltarse este comprometido momento que le reservaba el partido, y provocar un guión en el que también su rival tuviera que defenderse corriendo hacia atrás. Dando forma a una base de tres jugadores que conectara rápido con Sergi Roberto en la derecha y con Jordi Alba en la izquierda (Imagen de la derecha), y aprovechando la conexión directa entre Busquets y Leo Messi para servir el balón al argentino a la espalda de la segunda línea de presión del Liverpool.
De este modo, el arranque del encuentro se expuso como un intercambio de acercamientos de ritmo frenético en el que ninguno de los dos contendientes tendían a darle demasiada pausa al cuero. Sin pases hacia atrás y resumido en la velocidad de Ter Stegen poniendo el balón en juego tras un saque de esquina en contra, y en los slaloms de Messi a través del carril central, la definitiva ausencia de Roberto Firmino en las filas reds, por su parte, también desembocó en un espíritu visitante igualmente vertical, por mucho que Klopp optara por cubrir la plaza del brasileño con el concurso de un cuarto central. Wijnaldum, a la postre, ocupó de forma más o menos constante el espacio en la mediapunta hacia el que acostumbra a caer Firmino, sin alterar demasiado el esquema habitual del equipo, pero sin llegar a proponer el reposo y la dirección que habitualmente encuentra el Liverpool en su atacante más centrado. Lo que sí le permitió a Jürgen la alineación adelantada del holandés fue la presencia de Milner y Keïta escoltando al mediocentro, siendo ellos dos piezas fundamentales para exponer la primera ventaja inglesa en el juego, a medida que avanzaba el primer tiempo. En el caso del guineano, el sentido en la administración del balón que llevó hacia el sector derecho de la defensa del Barça desniveló la balanza culé en la contención, toda vez sumó un tercer efectivo a un sector donde los locales únicamente ubicaban dos. Arturo Vidal y Sergi Roberto, inicialmente emparejados en igualdad numérica contra Robertson y Sadio Mané, pasaron a tener que atender a un tercer futbolista red, y como el reajuste blaugrana, sacando a Busquets hacia la banda, quedó anulado por los recorridos de Milner, desde la orilla contraria, a la espalda del mediocentro catalán (Imagen arriba a la derecha), a Piqué no le quedó más remedio que sumarse a la disputa como vigilante de Mané. Con Sergio nuevamente por dentro, y Vidal y Sergi Roberto siguiendo a Keïta y Robertson (Imagen arriba a la izquierda).
Fue ésta una cuestión que no sólo permitió al Liverpool una primera defensa eficaz sobre una de las principales amenazas del Barça, sino que, conteniendo esa herida, pudo girarla en contra de los intereses culés. El equipo de Valverde necesitaba a Jordi muy arriba en ataque, pero pudiendo defenderlo con Milner y no con Salah, el egipcio quedó en disposición de atacar la espalda del lateral en transición y arrastrar hacia la cal a Clément Lenglet. Como hizo Mané con Piqué en la derecha, también en el perfil zurdo del ataque red el emparejamiento del extremo en un principio fue con el central, una situación de ventaja visitante, notoria pero finalmente aislada debido a la imposibilidad de Wijnaldum para conectar a los dos puntales del Liverpool. Lo que exprimió Salah no llegó a los labios de Mané. En este sentido, el cambio de posición de Milner resultante de la sustitución de Keïta aligeró la marca de Alba, toda vez Jordan Henderson no mostró la misma capacidad para llegar a cubrir la cal desde una posición, de partida, centrada. Además, como tampoco en ataque el internacional inglés imitó a Milner y apenas ascendió a la mediapunta, Sergio Busquets obtuvo aire tanto para la presión como para la salida.
A través del de Badía, que resultó uno de los hombres más destacados del equipo por su capacidad de mantener la precisión pese al altísimo ritmo que contagiaba al juego y por su puntualidad en el robo y la cobertura, empezaron los locales a recuperar sensaciones. Fueron sus pases los que con más acierto encontraron a Messi a la espalda del mediocampo inglés, aprovechando que Fabinho había recibido el doble encargo de proteger la recepción de Leo y de presionar el giro de uno de los dos interiores del Barça. La mejoría azulgrana, sin embargo, no fue completa, pues si bien la aceleración en campo propio le sirvió para restar eficacia a la presión del Liverpool, no logró cambiar el sentido de su juego una vez cruzada la divisoria. Le faltaron toques para desordenar a las piezas del rival y para ordenar a las propias, por bien que la habilidad de Messi conservando el balón y juntando adversarios, así como los movimientos de Luis Suárez habilitando caminos donde no los había, le valieron al Barça para seguir acercándose al área de Alisson. No fue así tras el descanso, ya que los ajustes de Klopp sobre las recepciones del 10 y de Jordi Alba, el desgaste de Leo y Suárez, y el desacierto de Coutinho en transición defensa-ataque que restó alternancia en el juego, dieron con el primer tramo de la eliminatoria en el que sólo uno de los dos equipos definía la dirección del juego. Aunque en esta caso ya no pudiera interrumpir las fases de protagonismo del Liverpool y la portería red le quedara muy lejos, paradójicamente el sometimiento permitió a los locales activar sus principales escudos de defensa, pues sin poder salir Sergi Roberto y Jordi Alba no comprometían su espalda y mantenían su posición defensiva, liberando así a Piqué y Lenglet para que levantaran su habitual domino en el área.
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– Foto: Catherine Ivill/Getty Images

